Langreo,

Pablo CASTAÑO

El langreano Manuel Álvarez Díaz conquistó la cima de «las montañas bellas» y pagó con su vida el desafío. Su cuerpo yace, amortajado por la nieve, a la sombra de Gasherbrum I, en un collado azotado por un viento tan brutal que arranca hasta los recuerdos. Sin embargo, quienes compartieron los sueños alpinos del teniente langreano no olvidan lo que allí ocurrió un 17 de julio de 1996. Aún hoy siguen extrayendo lecciones de aquel accidente mortal.

El comandante Alberto Ayora Hirsch (La Seu d'Urgell, 1963) era uno de los miembros de la expedición del Grupo Militar de Alta Montaña (GMAM) a la cordillera pakistaní del Karakorum. El objetivo del grupo era alcanzar las cimas del Gasherbrum I y II y dar un importante paso en el proyecto de hollar los techos del mundo, los 14 «ochomiles». El reto deportivo se combinaba con un programa científico y TVE, a través del programa «Al filo de lo imposible», se integró en la organización con el fin de filmar la aventura.

«Aquella expedición, sobre todo la muerte de Manolo, me marcaron para toda la vida», señala, en conversación con este diario, Alberto Ayora. Por eso, cuando en 2007, a la vuelta de una expedición por Groelandia, la editorial Desnivel le propuso escribir un libro práctico sobre por qué se producen los accidentes en la montaña, Ayora se decidió a plasmar sobre el papel lo que había vivido sobre la roca durante más de veinte años, y en esa aventura Manuel Álvarez volvió a estar muy presente. El resultado es «Gestión del riesgo en montaña y en actividades al aire libre», un libro de 256 páginas prologado por la ministra de Defensa, Carme Chacón, que acaba de editar Desnivel con la colaboración del Gobierno de Aragón. El manual tiene dos grandes bloques. En el primero, de manera autobiográfica, el autor repasa aquellos accidentes en los que se ha visto involucrado durante su vida y extrae las enseñanzas más importantes de ellos. En el segundo se abordan los principios de la gestión del riesgo, las claves para practicar de forma más segura, aunque no exenta de riesgos, las actividades de montaña.

La lección del Karakorum figura en la primera parte del libro. Ayora, que cuenta la experiencia en primera persona, no ahorra detalles e incluso recuerda en su obra cómo fueron los preparativos de aquella trágica aventura. «Era mi primera expedición a un pico de más de ocho mil metros, y mi primer contacto con el equipo que, bajo la dirección de Sebastián Álvaro (director de «Al filo de lo imposible»), me marcaría en el futuro. Sin lugar a dudas, iba a tener la suerte de ir con alguno de los mejores alpinistas españoles del momento. Había que prepararse bien. Intensificamos nuestra preparación física, escalamos varios corredores de nieve en Telera y nos fuimos a Pakistán» escribe Ayora en su libro.

El 10 de julio de 1996, dos miembros del equipo de «Al filo de lo imposible», Juan Tomás e Iñaki Ochoa (que falleció el pasado mes de julio, cuando escalaba el Annapurna), consiguieron la cima; un día después la hollaron los dos miembros del grupo militar, el entonces comandante Alfonso Juez y el teniente langreano Manuel Álvarez. «Los cuatro habían salido juntos del campo base, pero una ligera indisposición en uno de los nuestros los retrasó un día. Fue la primera de las fichas que se colocaron donde no se debía. En el descenso de cima, Manolo se cayó y a duras penas consiguieron llegar al campo III, a 7.150 metros, donde pudieron finalmente refugiarse tras unas interminables y angustiosas horas. Sabíamos que Manolo estaba herido, pero desconocíamos el alcance de sus lesiones. Rápidamente organizamos el rescate, pero el tiempo no nos dio tregua, y el viento y la nieve fueron una constante en los días siguientes, dibujando una historia de supervivencia al límite, a más de 7.000 metros».

Durante seis interminables días Alfonso Juez y Manuel Álvarez, que tenía una grave lesión de espalda, permanecieron en la tienda del campo III sufriendo los rigores de la altura y sin apenas reservas de comida. Por debajo se preparaba el rescate. Así lo cuenta Ayora en su libro: «El día que despejó algo y por fin pudimos salir al rescate, la montaña estaba muy cargada de nieve y de vez en cuando soplaban fuertes ráfagas de viento. Junto con Juan Tomás y Rustán, nuestro porteador de altura, salimos del campo I y avanzamos penosamente hacia el Gasherbrum La, el collado donde teníamos nuestro campo II. Recuerdo perfectamente que antes de abandonar la tienda del campo I Juan me avisó para que llevase un pañuelo a mano para tapar boca y nariz. Al principio lo miré sorprendido, pero en seguida caí en la cuenta de que efectivamente teníamos todos los boletos para ser alcanzados por un alud. Llevaba toda la semana nevando... Con los primeros rayos de sol, un inmenso alud de nieve polvo se desprendió desde las laderas somitales de Gasherbrum II y cubrió el circo de los Gasherbrum; luego la onda de nieve pulverizada ascendió por las pendientes del Gasherbrum I barriendo toda la planicie que estaba justo enfrente de nosotros. Por los pelos no nos alcanzó directamente. Nos echamos al suelo e, impotentes, esperamos a que nos pasara por encima toda la nube mientras escupíamos nieve y tosíamos».

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