A finales de 1999 metí una grabadora en varias sidrerías y chigres de Mieres. Esos lugares únicos en los que todavía se tiene la guapa costumbre de cantar hasta las tantas. Un repertorio obligado de alrededor de cien cantares.

Un empleo, en mayor o en menor medida, directamente proporcional al consumo de sidra o de cacharros. Acabé escogiendo cuarenta cantares de ese repertorio: les cuarenta principales. Venían a cumplir el requisito de que todo el mundo las sabía. Por el simple hecho de ser de aquí. O por la razón natural de que el alcohol incita a los cantos folclóricos como parte del sentimiento de amistad o de pertenencia a un lugar.

Uno piensa de antemano cosas que después no se cumplen. Es normal. Cualquiera puede creer, como yo, que el «Asturies, Patria Querida» es el cantar más conocido y repetido de nuestro repertorio. Nuestro himno oficial, aparte del no oficial de altas horas de la noche. O que, en un sitio como Mieres, tendría que ser más que usada la famosa «Hermosa villa de Mieres». La que dice que esta villa iba a ser muy guapa con el encauce del río y el puente que iban a facer. Y no tuvo en cuenta les colomines, a Tascón y a los concejales de Urbanismo del Ayuntamiento.

Pues, todo falsos pensamientos. El cantar más usado, inexplicablemente, es «Villaviciosa hermosa». Con diferencia. Y eso que estamos en Mieres. Que Villaviciosa no sólo queda lejos, sino también fuera de mano. Pero es lo bueno del alcohol: a nadie extraña ver a un polaco y a uno de Mieres agarrados cantando el «Asturies, Patria Querida». Sigue siendo un himno más alcohólico que patriótico. Aunque se pongan de pie el Príncipe, el Presidente y el Obispo en el teatro Campoamor para cantarlo. Al Príncipe le queda bien lo de «tengo de subir al árbol». Al Presidente, ni me lo imagino. En boca del Obispo, me parece una indecencia.

Y, para terminar, se emplea «Adiós con el corazón». Un cantarín muy apropiado, a ritmo a vals. Esa que habla de «un páxaru pintu qu'alegre canta pela mañana». Hay que estar muy bebido para cantarla con una cierta dignidad. Pero tampoco tanto. Siempre hay alguien a quien despedir. Entre amigos o en política. Alguien al que decirle con sentimiento que «tu serás el bien de mio vida». O alguien del que reírse a la cara diciéndole «tu serás el páxaru pintu».