Hace ya bastantes años, paseando por las calles de El Entrego, un amigo norteamericano, Robert Fishman, sociólogo por entonces de la Universidad de Harvard, me decía en medio de un patente entusiasmo por los paisajes y el sabor de nuestras cuencas mineras que este tipo de localidades tenían un gran potencial de cara al turismo. He de confesar que, con mucho menos mundo recorrido y menos visión que Fishman, yo no compartía en aquel momento su opinión. El tiempo me ha llevado a apreciar el valor cultural y patrimonial de la herencia minera, a interesarme personal y profesionalmente por su pasado y su futuro y, ya metido en harina, a constatar de hecho su atractivo para propios y ajenos. No es algo que ocurra tan sólo aquí. Los ejemplos abundan en cualquier territorio que tenga una historia ligada a la minería. Rara es la cuenca que no haya creado un centro de interpretación, una ruta o un museo que da cuenta de su patrimonio minero y convierte esta seña de identidad en una fuente de recursos y un reclamo para visitantes. Hace días, recién llegado de una visita a Nord-pas-de-Calais, donde resulta no menos obvio que en Asturias que el pasado minero constituye un activo de primer orden y un factor de identidad persistente más allá del cierre de las minas, he tenido el infortunio de visitar El Entrego para encontrarme nada más llegar con la bofetada visual de un edificio en construcción que va a tapar desde casi todos los ángulos posibles la visión del castillete que se yergue en el centro del pueblo. Difícil de creer, pero las obras del monstruo avanzan a buen ritmo con el inexorable fin de deteriorar lo que es de todos. Un desaguidado que resulta evidente para cualquiera con la más mínima sensibilidad, aquí o en Nord-pas-de-Calais, como puede ilustrar la siguiente estrofa de una canción que acabo de descubrir y que en la lengua local canta al legado de la minería:

I sont rintrés dins l'légende ed' nou sièque / A l'fosse nou pères ont souffert, ont péri / Leu durts misères méritent qu'in les respecte / Conservons leu chevalets et leu terrils.

Ellos entraron en la leyenda de nuestro siglo / En el pozo nuestros padres sufrieron, murieron / Sus duras miserias merecen que se les respete / Conservemos sus castilletes y sus escombreras.

Los castilletes dan cuenta de un pasado, singularizan un paisaje, atestiguan una identidad y constituyen indudablemente parte de un patrimonio cultural que ha de ser preservado. Las cuencas mineras asturianas están salpicadas de ellos, lo cual les confiere un rasgo de personalidad de hondo significado y notable valor. El de El Entrego cuenta, además, con el añadido de enclavarse en medio del casco urbano y presidirlo desde una posición privilegiada. Recio y majestuoso de día, espectacular con su iluminación nocturna, alguien (ignoro quién pero la culpa de la Corporación municipal, sea por activa o pasiva, resulta patente) debió de pensar que lo ideal para realzar la elegante estampa del castillete del pozo Entrego era ocultarlo a la vista construyendo una pantalla de hormigón justo delante. Una auténtica aberración que no puede ser fruto más que de la ignorancia o de la desidia. O, muy probablemente, de una combinación de ambas. De este modo, se atenta, sin necesidad ni motivo, contra un bien colectivo. Con el agravante de que esto sucede en la misma localidad que acoge al Museo de la Minería (100.000 visitantes al año) y pretende crear en la vieja mina San Vicente otro museo del movimiento obrero.

Cabe preguntarse qué han hecho los entreguinos -y qué hemos hecho los asturianos en general- para merecer esto. Y reclamar además que quienes hayan sido responsables del desaguisado aparezcan públicamente asumiendo las decisiones que lo han permitido.

Que los ciudadanos puedan identificar a los autores de la fechoría y a quienes lo consienten cuando en cualquier discurso o campaña nos traten de vender su preocupación por el patrimonio minero y el desarrollo de las cuencas. Que nos digan: «he sido yo», para que, por lo menos, conociendo sus nombres y sus caras, nos quede el pobre consuelo de poder ponerlos en la picota, para oprobio y vergüenza de tanto incompetente.