Se llamaba Pearl White -Perla Blanca en castellano- y fue una estrella que llegó a brillar en el firmamento del cine mudo cuando soñar con las aventuras de la gran pantalla era para muchos la única forma de evadirse por unas horas de su realidad de trabajo y miseria. Nació el 4 de marzo de 1889 en USA, en un pueblecito de Missouri, pero como a la familia le quedaba pequeño se trasladaron muy pronto a Springfield, donde la pequeña casi no tuvo infancia porque a los 6 años abandonó la escuela para interpretar su primer papel en una representación teatral de «La cabaña del tío Tom», enseguida empezó a viajar, primero con una compañía ambulante y luego con un circo, donde aprendió a montar a caballo y a hacer acrobacias, que más tarde le servirían para poder intervenir en las escenas más peligrosas de sus películas sin necesidad de doble.

Tuvo una breve relación matrimonial con el actor Victor Sutherland y en 1910 unos problemas de garganta afectaron su voz obligándola a dejar las tablas del teatro, pero como era bellísima no encontró problemas para pasar al mundo del cine, que todavía estaba lejos de conocer el sonido: primero la contrató una compañía de Nueva York y desde allí se catapultó a la plantilla de la mayor empresa mundial del momento, la Pathé Frères. Con ellos hizo numerosos cortos y una larga lista de seriales cinematográficos hasta que en 1920 y en la cúspide de su fama fracasó en su intento de convertirse en actriz melodramática con la Fox, aquél fue el punto de partida para una carrera hacia el abismo que fue agudizándose por el consumo desmesurado de alcohol.

Perla Blanca destacó, sobre todo, en seriales de aventuras que tenían entre diez y veinte episodios y en los que tenía que hacer frente a toda clase de peligros y de esfuerzos físicos, algo que acabó pasando su factura en forma de varias lesiones que le produjeron dolores crónicos. Para atajarlos se inició en el consumo de drogas, y este hábito sumado a una cirrosis hepática provocada por su alcoholismo acabó con su vida cuando tenía 49 años de edad en 1938, en un hospital de un suburbio de París.

Sin duda, su mayor éxito fue «Las peripecias de Paulina», dirigida en 1914 por Louis J. Gasnier y en la que hacía alarde de una habilidad y una fantástica fortaleza que lograba conjugar extrañamente con su magnífica figura. Una versión abreviada de este serial llegó a Asturias en 1916 distribuido en nueve episodios en formato de 28 milímetros y pudo verse en el cine Novedades de Mieres, constituyendo el mayor éxito de público que se había conocido en el cinematógrafo de la villa hasta aquel momento. Muchos mierenses soñaron aquellos días con la rubia americana, pero ninguno llegó a imaginar que podría llegar a verla en persona sobre aquel mismo escenario.

Y, sin embargo, la oportunidad vino en 1925. La gran actriz, que en sus buenos tiempos había llegado a cobrar 3.000 dólares por una semana de actuación en Londres, llevaba ya meses sin rodar desde que había finalizado «Terror», la que habría de ser su última película, y aprovechando que su fama aún era enorme se dedicaba a realizar giras por ciudades de segunda fila donde su presencia aún levantaba la expectación de numeroso público.

En la primavera de aquel año se había presentado en el teatro Apolo de Madrid con una coreografía llamada «Tango trágico» y cuando se le ofreció la oportunidad de trasladarse a Asturias no tuvo inconveniente en firmar un contrato con el empresario de origen gallego Antonio Méndez Laserna para actuar los días 4 y 5 de abril, en vísperas de Semana Santa, en el teatro Dindurra de Gijón, donde llegó, actuó y convenció. Las crónicas recogieron el entusiasmo demostrado por sus admiradores y las ganas de agradar de la diva, que no tuvo inconveniente en aprender de memoria unas palabras en nuestra lengua para cerrar con ellas su actuación: «¡Viva Xixón!, ¡no hay pueblu como ésti!, ¡no lu hay más guapín!...». Dicen que gritó con un fuerte acento yanqui y, claro, ya se sabe cómo somos los asturianos, el Dindurra -lo que hoy es el flamante teatro Jovellanos- se vino abajo con los aplausos.

No sabemos si fue en uno de aquellos días, pero nos gusta imaginar que sí; el caso es que Perla Blanca obtuvo un nuevo contrato en nuestra región: para una sola tarde del mes de junio en el salón Novedades de Mieres.

La del Caudal era en aquel momento una villa floreciente, con una población en constante aumento y donde se movía el dinero del carbón; por su parte, el Novedades mantenía en aquel momento una dura competencia con el cine Pombo y sus propietarios consideraron la presentación de la actriz americana como la mejor de las propagandas.

El salón Novedades se había levantado en 1912, siendo la primera sala estable que mereció esa consideración en Mieres, y en aquel momento estaba regentado por el matrimonio formado por Herminio Suárez y Áurea Mori. Según escribe la investigadora María Fernanda Fernández en su tesina sobre la historia del cine local, publicada a finales de la última década del siglo XX, ella estaba casada en segundas nupcias y empleó para reformar el teatro entre 1921 y 1922 la herencia que había dejado para sus hijos el marido fallecido, miembro de la familia Olavarrieta, un apellido imprescindible para entender el desarrollo del séptimo arte en la Montaña Central.

Los detalles de esta visita, como es lógico, se perdieron con el tiempo. Se ha dicho que la estrella llegó a la villa en tren y fue llevada «con la mayor de las reservas» desde la estación al Novedades, donde ensayó y representó con artistas locales «Tango trágico», pero existe otra versión, seguramente más ajustada, que fue contada por un testigo de aquella velada en el semanario «Comarca». La crónica que recogía en febrero de 1966 la añorada publicación llegaba firmada desde Bilbao por un tal A. Fernández, que no he podido identificar, pero daba tantos detalles que es obligado aceptar esta versión como la más próxima a la realidad. Se la resumo.

Contaba el señor Fernández que la visita fue anunciada con antelación y las entradas se agotaron en cuanto se pusieron a la venta. A él le toco en delantera de paraíso la fila 15, un número que nunca olvidó porque coincidía con el de la edad que tenía en aquel momento, y prosigue: «El nerviosismo fue en aumento hasta el día de su llegada. Recuerdo que la hizo en un lujoso coche, de cuya marca no puedo acordarme, pero sí de que era muy grande, sólo sé que al bajarse se armó un revoltijo entre la gente donde salí perdiendo por mi poca estatura y no pude advertir más que una cabellera muy rubia».

Luego, el relato se extiende en consideraciones sobre la incomodidad de los asientos, un largo banco en el que dos rayas negras separaban unos treinta y cinco centímetros para cada persona, y, a continuación, el cronista pasa a narrar el desarrollo del espectáculo. Primero se proyectó «El pavo real» de Broadway, un folletín amoroso rodado en 1922 y en el que Perla Blanca tenía un papel de protagonista, y seguidamente llegó lo más esperado: «Por fin se levantó el telón figurando la escena un baile de apaches. Al cabo de algún tiempo apareció la estrella y en la penumbra aplausos, siendo correspondidos por un beso aéreo para todo el público y estas palabras en un castellano horrible: "Mieres es muy bonito"».

Si hacemos caso de lo publicado en «Comarca», la actriz prefirió no repetir en Mieres el repertorio de Gijón y cambió «Tango trágico» por otra pieza más alegre, en cuanto a la danza india, debió ser lo que ensayaron los acompañantes locales, aunque seguramente en solitario, ya que ella no participó en el baile. Por último, nos queda la impresión que produjo en aquel joven la decadencia de aquella Perla Blanca que ya avanzaba decididamente hacia el final de su carrera: «Cuando el proyector la bañó de luz observamos tal diferencia entre aquella Perla con la que habíamos soñado y que nos deslumbraba hacía unos momentos en la pantalla con la que se mostraba en el escenario que no se pudieron reprimir algunas muestras de desagrado, apagadas rápidamente para que ella no se diese cuenta. Esta decepción fue compensada en parte por su actuación, en la que demostraba ser una consumada artista. De todos modos, los chavales la bajamos del pedestal donde nuestra ilusión la había colocado, haciendo con nuestros comentarios unos funerales a la famosa estrella de la Meca del cine».

Y es que nada de lo humano es eterno y menos la belleza. ¿Habrá cosa más cruel que el paso del tiempo?