Estamos en campaña. Siempre lo estamos. La información política de los fines de semana procede de los mítines. Si un sábado Rajoy concentra a sus huestes en una plaza de toros alicantina, el domingo los socialistas se aplauden a sí mismos en un polideportivo orensano. La cantidad de dinero que se gasta en actos propios de campaña electoral, aunque estemos fuera de ella, a la fuerza ha de ser desorbitada. El pasado fin de semana, ZP se dejó caer por Andalucía, pues las encuestas señalan que la cosa se está poniendo delicada. Olviden las profecías mayas: el fin del mundo comenzará el día que el PSOE pierda Andalucía. Anda que no hay que hacerlo mal para que el señorito Arenas les moje la oreja. Pues llega ZP y en plena glaciación económica anuncia que la tarifa plana de las peonadas del PER va a ser aún más barata. Y además, la deuda histórica y la pera limonera. Se queda uno congelado oyendo estas cosas con la que está cayendo. Lo que haga falta para asegurar los votos. Rajoy utiliza los mítines de sábados y domingos para continuar con la misma matraca, pero sin corbata. Qué pesado es este hombre, por Dios. Con este tren de vida y gasto, no es de extrañar que en las trastiendas de los grandes partidos siempre haya empresas fantasmas, laboratorios financieros, entidades nebulosas y chiringuitos para captar dinero. Porque no hay presupuesto que resista este absurdo estado preelectoral permanente. Si hay que ahorrar, ¿por qué no lo hacen ellos?

En Asturias también estamos en campaña. Ya comenzaron los codazos y las patadas por debajo de la mesa. Como lo de trabajar está jodido y además resulta cansado, hay que administrar los barrigazos y meterse en política. O mantenerse como sea. Meses atrás fue bastante sonada la foto de Areces y Villa saludándose afectuosamente tras años de dentelladas. Un viejo zorro ya me avisó de que aquella imagen tenía un trasfondo que pronto afloraría. Y afloró en Siero.