Nuestra máxima preocupación es tranquilizar a los mercados, término de lo más impreciso y vago, tras el que se esconden casi todos los causantes del actual aprieto económico. Y a esos, precisamente a esos, a los que nos están fastidiando permanentemente, hemos de calmar. Recortamos salarios y congelamos inversiones para llevar paz y sosiego a los mercados, para que se sientan seguros con nosotros. Los españoles nos apretamos el cinturón y con ello damos una clara muestra de solidaridad con los especuladores internacionales, a los que queremos aquí, jugando a comprar y vender nuestros intereses.

Se suponía que el cataclismo financiero serviría, al menos, para reconsiderar el actual sistema, completamente desquiciado, y sustituirlo por otro más seguro y justo. Porque lo que resulta un completo disparate es que las economías de muchos países estén a merced de las estrategias de los gestores de los grandes fondos de inversión internacionales. Y es que, por increíble que pueda parecer, un tipo como George Soros, que controla una enorme bolsa de dinero producto de las aportaciones de decenas de miles de inversores, es capaz de poner de rodillas a los estados. Eso, a mi entender, por mucho mercado libre que haya, es una agresión contra un país y sus habitantes. Si como resultado de los movimientos de unos inversores privados, por muy poderosos que éstos sean, se causa un daño a la economía de un estado, la gente se queda sin trabajo y las empresas cierran, a esos tipos hay que cortarles las alas, y lo que no son alas. Es inadmisible que los ministros tiemblen y los bancos centrales se desmayen ante el ataque de bandoleros transnacionales.

No podemos seguir dependiendo de un sistema que tiene a la bolsa de valores como termómetro. Algo tan tonto que sube o baja por rumores, que cae presa del pánico a la menor dificultad, que se precipita en barrena si Obama se acatarra, que marca máximos históricos si Sarkozy hace un guiño a la cámara. Todos nos estamos jugando mucho y los caudales no están nada seguros en este tinglado montado a mayor gloria y beneficio de los tiburones.