Hubo quienes pensaron, guiados quizás por la estrella de la ingenuidad, cuyos fulgores acostumbran a apagarse pronto, que las medidas adoptadas por este Gobierno en materia económica iban a producir si no un terremoto sí al menos una pequeña brecha en el huerto en donde se cultiva la rosa socialista.

¿Como era posible, se preguntaban, que un ataque en regla contra la línea de flotación del buque de los trabajadores fuera a quedar impune? ¿Cómo era posible que a los ricos no se les aplicara ni siquiera una mínima salva de rebajas y que se dejaran todos los torpedos para los que siempre tienen que navegar contra la corriente? ¿Dónde quedaban, pues, los discursos igualitarios, los intentos de construir un océano social cada vez más justo, en el que cada uno aporte su braceo correspondiente, siempre en proporción directa con la cantidad de oxígeno que tiene acumulado?

Pero he aquí que, como era de esperar, las aguas partidistas han tardado poco tiempo en calmarse. La palabra responsabilidad ha pesado más que el resto de diccionarios al uso, y todos se han apresurado a prestarle una mascarilla de oxígeno al gobierno, no fuera que con tantos sofocos acabara ahogándose.

Quizás lo mejor de estas severas medidas es que nos han demostrado, por si aún hubiera alguien que tuviera alguna duda, que vivimos en una sociedad escindida totalmente en dos partes. Y que mientras una de ellas ha de permanecer con los pies en el suelo, no sea que a la mínima flaqueza se venga abajo con todo el equipaje, la otra puede volar a su gusto, pues para algo vive en un espacio social que no tiene nada que ver con el nuestro.

Basta para ello con fijarse en el significado de la palabra ajuste: «Encaje o medida proporcionada que tienen las partes de que se compone algo». A tenor de las medidas adoptadas, no parece haber muchas dudas de que el Gobierno ha entendido perfectamente que la composición de este puzzle económico sólo tiene una pieza, la misma a la que le corresponden siempre todos los sacrificios.

Eso sí, no ha faltado una voluta de humo, de esas que se echan con la boca cada vez más pequeña, dirigida a los que continúan navegando a sus anchas (y que, por cierto, son los causantes del maremoto económico que nos salpica a los demás). Parece ser que se está pensando en hacerles un corte en el bolsillo de sus ganancias, si bien no se sabe cuándo, ni cómo, ni dónde. Lo cierto es que a veces es imposible no sentir lástima de este Gobierno, visto la gran cantidad de dudas existencialistas en las que se debate a diario.

Quien dijo que la palabra es libre, la acción muda y la obediencia ciega no estaba muy equivocado. Quizás habría que añadir que, además de ciega, la obediencia acostumbra también a nublar el entendimiento. Vale, pues, que estemos atravesando una crisis, y que tengamos que arrimar el hombro, pero no estaría mal llamar a los que continúan de veraneo, como si aquí no hubiera sucedido nada, para que se pusieran también a tirar de la cuerda.

Son varios los políticos que han demostrado su afición por formar una piña y, en consecuencia, han pronunciado alguna vez esa frase conocida: «El que se mueva no sale en la foto». De este modo, a medida que la piña aumenta, son mayores las posibilidades de que el bosque continúe dando buenos frutos para los que forman parte de ese hábitat político. ¡Menudo retrato en negro el que nos aguarda en adelante!