Cuando me lo dijo Mael, lo tomé a cachondeo. Porque como Mael te lo dice todo con esa cara de guasa, que no sabes si va en serio o en broma, el anuncio de que la Pantoja pintaba como figura estelar del Día de Asturias, pues eso, me lo tomé a cachondeo. Hasta que lo leí en el periódico y me dije: «Coño, que es cierto, que viene la Pantoja a inaugurar la temporada de actos de despedida de Tini. Acabáramos». Si el 8 de septiembre se entiende como el día de exaltación de Asturias, de su cultura, sus tradiciones y sus mejores valores, ¿qué hay más asturiano que la Pantoja? Al parecer, para la organización del evento, nada.

Mirémoslo así: ¿Qué careto pondría un andaluz si la gran estrella del día de su autonomía fuera Victor Manuel? Lo más normal del mundo, ¿no? O que en la próxima Oktoberfest de Munich, en las inmensas carpas, en vez de la típica música bávara, sonasen rumbas.

Si nos ponemos en plan dramático, el asunto no es sino un detalle más del cariño, el mimo y el respeto con el que el gobierno del Principado y sus tentáculos tratan a Asturias. Básicamente, lo asturiano les importa un rábano. A menor escala, pero igualmente significativa, es una penosa realidad que la mayoría de mercadillos callejeros que proliferan con ocasión de nuestras diversas fiestas locales, se componen por puestos andinos y africanos. Asturianos, uno o ninguno. Después resulta que nos aturullan con un montón de hueca palabrería sobre el infinito amor a las raíces. Pero si nos lo tomamos un poco más a chirigota, no es difícil encontrarle a todo este dislate un puntito de comicidad. Porque si nos hemos pasado la vida presumiendo de que Asturias, y sólo Asturias, es España y el resto, tierra conquistada, pues toma ración extra de España: la Pantoja. Si nos ponemos como locos con los éxitos de la selección de fútbol, también habrá que aguantar esto, por muy duro que sea.

Lo cierto es que todo aquello que incluye el término «Asturias» no tiene un futuro demasiado prometedor. Teleasturias, Air Asturias? Da miedo.