Pasados casi dos siglos de haberse constituido como nación política en las Cortes de Cádiz, España ha conocido dos breves etapas republicanas: la primera no llegó al año y la segunda duró algo más de un lustro. La I Republica, desde su nacimiento, tuvo que hacer frente a distintos embates de naturaleza socioeconómica y, sobre todo, sufrió tres devastadoras guerras al mismo tiempo: dos civiles, la carlista y la cantonal, y la colonial en Cuba. El fracaso de este régimen efímero se debió en buena medida a las errantes y contradictorias decisiones de sus gobiernos sucesivos: cuatro en apenas once meses. El desalojo del palacio de las Cortes, en enero de 1874, por fuerzas militares y de la Guardia Civil al mando del general progresista Manuel Pavía, cuando se votaba para elegir al cuarto presidente ejecutivo, puso fin a esa breve etapa política. Según Pérez Galdós, después del suceso no se advirtió en las calles el menor síntoma de inquietud ni emoción y todo el mundo siguió en sus ocupaciones habituales de cada día. Así terminó el primer régimen republicano, sin que nadie lo defendiera: solo se derrumbó.

Este 14 de abril se han cumplido ochenta años de la instauración de la II República. Las elecciones municipales celebradas dos días antes provocaron la abdicación del rey Alfonso XIII, que en su manifiesto de despedida reconoce que estos comicios le habían revelado claramente que no tenía el amor de su pueblo, aunque no renunciaba a los que consideraba irrenunciables derechos dinásticos, «esos depósitos acumulados por la historia».

En esta comarca, «aquella república de trabajadores de toda clase» fue recibida con gran entusiasmo por la mayoría de la población obrera. El día de su proclamación no se trabajó prácticamente en ninguna empresa. Se suspendieron las actividades escolares y se izaron banderas republicanas en todos los edificios públicos. Hubo manifestaciones de adhesión popular en las principales poblaciones urbanas, con bandas de música y orquestas que amenizaron aquellas concentraciones políticas y societarias interpretando «La Marsellesa» y «La Internacional», salvo en La Felguera donde sólo se permitió el himno francés.

El 18 de abril, fecha señalada para constituirse la primera Corporación, no comparecieron los concejales republicanos de La Felguera, alegando que su distrito se había declarado municipio independiente. No pasó de ser un acto simbólico en unos momentos euforia. No obstante, y con el fin de mitigar el largo y a veces muy enconado contencioso localista, el alcalde de Langreo, el republicano Celso Fernández, hizo público dos días después este apasionado bando municipal: «Langreanos, por la República que tantos sacrificios ha costado a nuestros antepasados y a nosotros mismos, acallemos las pequeñas rivalidades y resquemores y pongámonos como un solo hombre al servicio del nuevo régimen que en estos momentos históricos y solemnes exige, sin términos medios, la unánime y leal colaboración de todos?».

En los primeros meses de la república fueron tangibles los avances en el concejo langreano. Se realizaron obras de infraestructura y servicios fundamentales, alguno de los cuales venía sufriendo una postergación de décadas, como la tan anhelada traída de aguas del Raigoso. Tuvo lugar una formidable eclosión cultural y asociativa. Y se mejoró de forma ostensible la enseñanza pública. Acaso hayan sido los meses más esperanzados que vivió Langreo en los tiempos modernos. Pero esa venturosa etapa se empezó a tornar intolerante y áspera a medida que avanzaba el debate sobre la cuestión religiosa en las Cortes. Y la situación se complicó extraordinariamente por los efectos de la grave situación económica mundial. Hubo despidos masivos, jornadas laborales intermitentes, cierres empresariales, huelgas interminables. En el verano de 1932 se informaba en la prensa de que «la miseria que reinaba en centenares de hogares de honrados obreros estaba causando perjuicios difíciles de calcular, con millares de niños desnutridos por falta de lo más elemental?».

Asaeteado desde diversos frentes y por distintos medios, al régimen republicano le faltó una mínima estabilidad política para poder consolidarse. Muchos fueron las causas que lo debilitaron irremediablemente: las crónicas y muy profundas desigualdades sociales, una débil clase media desbordada por los acontecimientos, una reforma agraria siempre pendiente, la tradición golpista del ejército español, la fallida insurrección de octubre de 1934 contra el orden republicano, la cuestión religiosa, la irreductible polarización política y social tras las elecciones de febrero de 1936 que dieron el triunfo al frente popular: cinco meses después estallaría la guerra civil. A escala internacional, el «crack» de 1929, que desencadenó la crisis económica más devastadora sufrida hasta entonces por el sistema capitalista, la consolidación de los regímenes fascistas, el maximalismo de la Internacional Comunista, así como la debilidad de los regímenes democráticos en el contexto de una Europa convulsa que no pudo evitar una segunda conflagración mundial: estos fueron también algunos de los factores que contribuyeron a perturbar el normal desarrollo de la II República española.