Una de las últimas decisiones tomadas en nombre de Fábrica de Mieres meses antes de su disolución en junio de 2010 fue la publicación de una monografía sobre su historia, de la que es autor el catedrático emérito Ramón Mañana Vázquez. Magnífico trabajo y excelente edición, que lógicamente se cuida mucho de guardar el buen nombre de la institución y de quienes la dirigieron a lo largo de su existencia. De modo que no nos puede sorprender, por ejemplo, la referencia que se hace en la bibliografía al libro de Ciges Aparicio «Los vencedores»: «Se trata de un lamentable libelo cuyo único valor para esta historia es revelar el rastro de odio, convenientemente explotado por algunos, que dejó la Huelgona y sus secuelas en Mieres».

Una respetable pero discutible opinión, ya que aunque realmente nos encontremos ante un libelo impregnado de la subjetividad de quien lo escribió, resulta un documento imprescindible para comprender la represión que siguió a la gran huelga de 1906 y nos consta que refleja lo que pensaba gran parte del Mieres de entonces sobre sus dueños. Sin olvidar tampoco que el odio que impregna sus páginas se debe en gran manera a la persecución que sufrió aquí el propio Manuel Ciges, amenazado de muerte y hasta agredido físicamente por los matones del «Gabinete Negro» creado desde la propia dirección de la empresa para castigar a quienes habían participado en la protesta; unos hechos que me contó en su día el histórico socialista Prudencio Magdalena.

Llama más la atención en otro capítulo de esta «Crónica de Fábrica de Mieres (1879-1967)» el tratamiento que se le da a la otra huelga emblemática que soportó en su historia, la de 1962. El profesor Mañana cierra este capítulo limitándose a transcribir sus memorias como «testigo de excepción de los orígenes de la huelga», de la que guarda recuerdos como este, de los picadores de Nicolasa elegidos por sus compañeros para representarlos ante la patronal: «Mal arrellanados en los sillones, con las manos hundidas en los bolsillos o revolviendo un palillo entre los dientes, me miraban de reojo con sus caras pálidas y sus patillas patibularias mientras les explicaba que había que cambiar los precios porque la capa había cambiado».

Su resumen, apoyado en los detalles anecdóticos, concluye expresando su opinión sobre la decisión que tomó Magistratura de Trabajo de levantar las sanciones impuestas a los trabajadores para zanjar definitivamente el conflicto: «?evidentemente aquello no arregló nada, aunque sentó el camino para el desorden laboral que ya no tendría fin en la minería asturiana, y sigue en nuestros días».

Pero lo que ahora nos interesa del libro del catedrático no es lo que expresa su autor con todo el derecho que le da la libertad de criterio, sino la documentación que aporta sobre la actividad empresarial de Ernesto Guilhou, único hijo varón y heredero de don Numa, que presidió la Fábrica tras su muerte entre 1890 y 1911. Un periodo que se caracterizó por la dimisión de Jerónimo Ibrán, el mejor ingeniero que tuvo Asturias en toda su historia, y la paulatina asunción de poderes de Pedro Pidal, hijo de Alejandro Pidal y Mon, el paradigma del caciquismo regional, bautizado por Clarín como «Zar de Asturias», que también dijo de él entre otras lindezas que era «el gran aguador de todas las fiestas de la libertad asturiana, el Barba Azul de montera picona?».

Pedro Pidal enlazó con la familia Guilhou al casarse en 1892 con Jacqueline, hija de Ernesto, en una lujosa ceremonia que en aquel momento fue seguida por los asturianos con el mismo interés que sigue observando hoy una minoría ante las bodas principescas que nos ofrece la televisión cuando la institución monárquica necesita una inyección de popularidad.

Ya hemos dicho en otras ocasiones que este tipo de uniones entre nobles y capitalistas favorecía a ambas castas y se dieron con frecuencia en nuestra región, aunque en este caso el joven novio rompía con su actividad los esquemas de su clase social: era abogado y periodista y combinaba la política -que de la mano de su padre le iba a llevar en varias ocasiones a ser diputado por varios pueblos de Asturias y Galicia- con su dedicación a la actividad cinegética y a la montaña. Seguro que recuerdan que fue, junto a Gregorio Pérez «El Cainejo», el primero en alcanzar la cumbre del Naranjo de Bulnes en agosto de 1904.

No se parecía nada a Ernesto Guilhou, quien al contrario que su progenitor, odiaba el humo de las chimeneas y prefería el de los puros habanos en los casinos de París. Por eso había establecido su residencia en Francia, en el pequeño pueblo de Boucau. Allí estaba la heredad de Laclau, llamada así por el apellido de quienes habían sido sus propietarios en el siglo XVI, aunque luego había cambiado varias veces de dueño hasta que en 1824 fue adquirido por la familia de Jeanne Marie Phanie Rives, casada en 1813 con el comerciante Jacques Guilhou. Por si aún no ha caído, estamos hablando del matrimonio que al año siguiente iban a convertirse en padres de Jean Antoine Numa Guilhou, nuestro Numa: el padre de Ernesto.

Los Guilhou construyeron allí una lujosa residencia y compraron otras propiedades lindantes que fueron mejorando, así no es de extrañar que se convirtiese en su lugar favorito, de modo que fue pasando cada vez más tiempo en ella hasta abandonar sus obligaciones en Mieres. La villa mantuvo su esplendor hasta que en 1932 fue arrasada por un incendio y desde entonces sus terrenos -20 hectáreas a 3 kilómetros de Bayona-, se convirtieron en uno de los principales espacios naturales de la zona del País Vasco francés, donde aún se los conoce como «Bosque Guilhou».

Como regalo de bodas, Pedro Pidal recibió de la Corte a la que tanto había favorecido su padre, el regalo del marquesado de Villaviciosa mientras su suegro lo colocó en su empresa incorporándolo a la Junta General de Accionistas; entonces, contra todo pronóstico, en vez de limitarse a recoger sus ganancias decidió intervenir activamente en los Consejos de Administración, aprovechando las continuas ausencias de Ernesto. Ramón Mañana nos informa de que entre 1890 y 1896 éste solo presidió 7 de las 26 reuniones de Consejos o Juntas celebradas y su ausencia fue continuada desde septiembre de 1893 a abril de 1896, siendo Jerónimo Ibrán quien llevó mientras tanto las riendas de la Fábrica en muchos aspectos.

Desde ese momento, su actitud cambió y las actas registran que ya acudió habitualmente, casi siempre viajando desde Francia. Puede ser que con su presencia intentase mediar entre el ingeniero y Pidal, pero no pudo ser y las tensiones entre ambos acabaron rindiendo a Ibrán, que en las navidades de 1897 manifestó ante el Consejo de Administración su decisión de abandonarlo, aduciendo que la salud de su esposa requería de otro clima?para trasladarse a vivir a Oviedo.

Por fin, al año siguiente, en otra reunión presidida directamente por Pedro Pidal y a la que faltaba Ernesto, el hijo de quien había sido su amigo y compañero en la aventura industrial durante media vida, Ibrán presentó su renuncia definitiva como consejero de la Sociedad.

El trabajo de Ramón Mañana también deja constancia, aunque sin detenerse a profundizar en sus causas, de dos litigios económicos en los que Ernesto Guilhou buscó y lógicamente obtuvo el respaldo de la Fábrica. El primero se produjo en noviembre de 1905 cuando el Consejo aceptó otorgar la garantía solidaria y absoluta de la empresa sobre un préstamo de 540.000 pesetas que había concedido el prestamista parisino Mc Lennan en Bruxelas y el segundo, que él denomina «enojoso pleito con las señoritas Becdelievre», apareció por primera vez en el acta de febrero de 1911, cuando al propietario apenas le quedaban dos meses de vida y se prolongó como una triste herencia empresarial nada menos que hasta 1916.

Cuando falleció, el 18 de abril, la Fábrica estaba inmersa en un duro conflicto por el despido de 34 trabajadores con una solución imposible. Ya conté en otra ocasión como su muerte sirvió para que su viuda Enriqueta Georgeault les otorgase el perdón y todo volviese a la normalidad. Meses más tarde, Pedro Pidal era designado por aclamación nuevo director.

Todos los diarios regionales ocuparon su portada con una esquela a toda página, mientras «La Vanguardia», de Barcelona, en una pequeña reseña manifestaba las dudas que se tenían en el resto de España sobre el futuro que quedaba abierto: «Ha fallecido el suegro del marqués de Villaviciosa de Asturias. Ha fallecido don Ernesto Guilhou, dueño de la importantísima sociedad y fabrica Mieres y Guilhou, que ejercía decisiva influencia en la riquísima cuenca minera. Témese que ahora tome errada orientación política que mate el germen de la prosperidad de los trabajadores...».