En agosto de 1917 se declaró casi por sorpresa una huelga general que acabó convirtiéndose en una de las más importantes de la historia de España. Fue convocada sin la autorización de los grandes sindicatos y, según parece, en las prisas tuvo mucho que ver el allerano Oscar Pérez Solís, que entonces era un destacado líder izquierdista, sin que nadie -seguramente ni él mismo- pudiesen sospechar que luego acabaría girando hacia la extrema derecha, como ya hemos contado otro día en esta página.

A pesar de la improvisación y para evitar el fracaso, que habría supuesto un paso atrás en los logros que se estaban obteniendo con mucho esfuerzo, las grandes organizaciones obreras no dudaron en secundarla. En Asturias, el Sindicato Norte de Ferroviarios mantuvo el paro durante treinta y siete días y el SOMA de Manuel Llaneza casi dos meses, aunque las minas tardaron mucho más en volver a trabajar a pleno rendimiento, porque en pleno conflicto las autoridades rechazaron la posibilidad de que algunas brigadas mantuviesen su conservación, negándose a ello en tanto no se entregase el líder socialista, que estaba escondido en el domicilio ovetense de Melquíades Álvarez.

La represión fue inesperadamente brutal: por la cuenca del Caudal se hizo transitar al llamado «tren de la muerte», desde el que se disparaba de forma indiscriminada a todo aquel que estuviese a la vista; abundaron la torturas; hubo centenares de detenidos -entre ellos el propio Llaneza, quien acabó entregándose al final del conflicto- y a los miembros del comité de huelga se les aplicó la ley marcial siendo condenados a reclusión e inhabilitación absoluta perpetuas.

Sin embargo, su prisión solo se mantuvo hasta el 24 de febrero de 1918, cuando cuatro de ellos fueron elegidos diputados en unas elecciones que supusieron su puesta en libertad. De esta forma, en medio del entusiasmo popular, salieron del penal de Cartagena Daniel Anguiano, Julián Besteiro, Largo Caballero y Andrés Saborit, elegidos respectivamente por Valencia, Madrid, Barcelona y Asturias para incorporarse al nuevo Parlamento de la nación, constituyendo por primera vez un grupo socialista, ya que hasta entonces y desde 1910, esta tendencia había estado representada en solitario por Pablo Iglesias «el diputado honrado».

Poco después, todos intervenían en el hemiciclo dando detalles sobre la huelga y sus consecuencias, y sus palabras tuvieron tanta repercusión que fueron publicadas junto a los discursos de Indalecio Prieto y Marcelino Domingo en un librito titulado La huelga de agosto en el Parlamento (acción de la minoría socialista), distribuido por todas las Casas del Pueblo con una acogida sin precedentes.

Todas las alocuciones fueron memorables entonces y crecen en interés ahora, si las comparamos con la mediocridad que impera actualmente en el mismo auditorio en que se pronunciaron, donde dormitan ideas y personas y hace años que no se escucha a un orador que merezca la pena; pero la extensión de esta página nos fuerza a elegir y, siendo así, nos quedamos con la de Andrés Saborit, quien, a pesar de que era el más joven, sorprendió a todos en las dos sesiones celebradas los días 24 y 25 de mayo de 1918, tanto por el contenido de sus palabras como por la forma en que fueron pronunciadas.

Saborit había entrado en las juventudes del PSOE con 15 años, convirtiéndose por su valía en uno de los militantes más próximos a Pablo Iglesias, que lo tomó bajo su protección y era conocido por haber estado entre los fundadores de las Juventudes Socialistas y las revistas «Renovación» y «Vida Socialista». Gracias a él, podemos conocer los aspectos concretos de aquella huelga en Asturias y de la represión que la siguió, con todo detalle, ya que, para apoyar sus argumentos y, ante la desazón de la mayoría parlamentaria, los integrantes del flamante grupo socialista no dudaron en relatar casos concretos, citando tanto los nombres y apellidos de las víctimas, como de sus torturadores.

Entre ellos, estaba el de José Álvarez González, detenido en Mieres por un sargento de la Guardia Civil llamado Galo y torturado salvajemente en Llanera para que denunciase el paradero de Manuel Llaneza. Tenía entonces 54 años, pero Saborit, seguramente para dar más dramatismo a su intervención lo calificó de «desgraciado anciano», cosa que a mí me parece exagerada, aunque les confieso que hago este comentario influido por el hecho de que son los mismos años que yo cumplo hoy, precisamente el día en que estoy escribiendo esto.

Pues bien, José Álvarez fue amarrado por las muñecas y los pies, colgado de una viga con la cabeza hacia abajo y golpeado. El diario de sesiones señaló que cuando el socialista relataba este suceso se oyeron risas en los escaños de las derechas y Saborit se dirigió a ellos en estos términos: «Yo advierto a los señores diputados que se ríen que sólo deseo que les den el doble». Ya ven cual era el tono del Parlamento en aquellos años?

Otros ejemplos fueron el del presidente de la sección metalúrgica de Lugones, que sufrió un simulacro de fusilamiento, poniéndole de rodillas, cuando era conducido a la cárcel de Oviedo; u otro obrero de la misma fábrica, al que entre una pareja de la Benemérita y un hijo del general Burguete, que a su vez era teniente del ejército, dieron una paliza formidable mientras le obligaban a sostener, arrimado a la pared, un papel de fumar, al tiempo que le interrogaban sobre Llaneza; o el desafuero de un capitán de la Guardia Civil en Ujo, quien tras haber ordenado que la gente permaneciese en sus casas, al observar que un grupo de mujeres y niños no le obedecía, ordenó una descarga rodilla en tierra contra ellos, matando a un obrero, ya anciano, de un balazo por la espalda cuando intentaba entrar en su domicilio.

En Mieres, el teniente Castillo y 19 guardias rodearon la casa del mecánico electricista del Ayuntamiento Alfredo Herrera y le cogieron en la cama, donde dormía en calzoncillos, apaleándole de tal forma que le saltaron todas la uñas de los pies, rompiéndole varios dedos; luego le condujeron hasta el patio de la Escuela de Capataces, habilitado como cuartel provisional de la fuerza y allí prosiguieron con la paliza. Quien más se distinguió pegándole fue el guardia civil Eduardo Ramos, el mismo al que Saborit culpó a continuación de haber cogido por los cabellos a un niño de seis años, que se meó de miedo. Y aquí, de nuevo el diario de sesiones reseñó «rumores y risas».

Dentro del feudo de Comillas, en el cuartel de Moreda, Manuel González Álvarez fue golpeado con vergajos, que le pusieron la espalda negra y en Caborana, Antonio Alonso del Palacio también recibió una paliza tremenda; en Blimea, Silverio García Fernández se arrojó por una ventana al ver que rodeaban su casa, pero le cogieron, fue apaleado y encima le quitaron todo lo que llevaba; en Ujo fue Adolfo Claudio; en Turón, lo mismo con los obreros César Suárez, Clemente de Bueno, Benigno García y Candido Barbón, que también sufrieron simulacros de fusilamiento; en Pola de Lena, Gumersindo Fernández Arias fue golpeado con ensañamiento y a Marcelino Fernández, Braulio González, José Arias y el vigilante Braulio Díaz Ordóñez se les afeitó la mitad de la cabeza, para que fueran la risión del vecindario, además de ser amenazados con que iban a ser lanzados desde el Puente de Los Fierros.

La lista pudo prolongarse hasta el cansancio, pero lo más grave fue lo sucedido con el «tren de la muerte», que recorrió arriba y abajo los concejos de Mieres y Lena mandado por el teniente Azcona, del regimiento de América, quien disparaba al azar, matando en Pola de Lena a un hombre que sujetaba un niño en sus brazos, hiriendo allí a otra mujer en la misma condición, apuntando a todo aquel que estaba a su alcance, sin respetar edad, sexo o condición, lo que condujo a la muerte en Ablaña de un rentista, hombre de derechas, que descansaba a la sombra de un castaño, de espaldas a la vía, cuando fue alcanzado. En fin, pueden ustedes imaginarse que hoy, en nuestro estado democrático, ante una situación parecida, sería imposible escuchar una declaración tan concreta en nuestro Parlamento. Ya ven como han cambiado las cosas.

Andrés Saborit murió en la ciudad de Valencia, su tierra, el día 26 de Enero de 1980, al poco tiempo de su vuelta a España tras 38 años de exilio, pero nunca olvido su relación con los mineros asturianos. Entre su numerosa producción literaria, para nosotros tiene un interés especial «Asturias y sus hombres»; en cuyas páginas el autor hizo un completo recorrido por los orígenes del socialismo en esta tierra. Otro día hablaremos de este libro.