En junio de 2009, de la mano de «Parpayuela Espacio Cultural», el editor oscense Salvador Trallero y quien esto escribe, presentamos en el Salón de Actos de la Casa de la Cultura de Mieres el libro «Cartas de Grossi», ante un público inusualmente numeroso para lo que suelen ser estos actos, que además participó con interés en el coloquio posterior. El tiempo ha hecho que ya casi hayan desaparecido quienes conocieron en su juventud a Manuel Grossi «Manolé», pero nos queda su testimonio «La insurrección de Asturias», que es una fuente imprescindible para el estudio de lo ocurrido en 1934. Con esta salvedad, los investigadores han venido ignorando interesadamente su trayectoria marcada por la militancia en organizaciones minoritarias de la izquierda comunista no autoritaria, que a muchos les resulta incómoda.

Las «cartas» son cuarenta folios escritos a mano por el revolucionario en 1972 en su casa del exilio francés y que Salvador recuperó en el Instituto de Historia Social Europea de Amsterdam y en ellas cuenta su aventura como responsable de la 1ª Columna del Partido Obrero de Unificación Marxista en los primeros días de la Guerra Civil, lo que le convirtió en testigo de excepción de los tristes y confusos hechos acaecidos en las afueras de la localidad oscense de Monzón el 12 de agosto de 1936, aunque no en su responsable. Repasemos.

El 23 de julio, cuando había transcurrido menos de una semana desde el alzamiento franquista en África, la columna del POUM, mandada por Jordi Arquer y Manuel Grossi, desfiló por las calles de Barcelona, anunciando su salida para tierras aragonesas; una vez allí avanzaron manteniendo pequeños enfrentamientos en algunos pueblos, hasta llegar al frente, mientras se iban incorporando más fuerzas hasta llegar a los 6.000 milicianos. El 6 de agosto, la columna tomó Leciñena y estableció su cuartel general, llegando a excavar trincheras mientras esperaban un contraataque del ejército nacionalista; seis días más tarde, ya en Monzón, 24 personas fueron congregadas en la plaza del pueblo y fusiladas sin que mediase ningún proceso contra ellos.

En su relato, Grossi apenas se detiene en este suceso y solo lo hace para dejar claro que se debió a cuestiones ajenas a lo militar -como tantas veces ocurrió a lo largo de la contienda- y que conocía los nombres de los culpables, pero prefería callar su identidad: «Se hace un alto en Monzón, pueblo donde el POUM cuenta con una sección precisamente formada por un reducido número de militantes, que si es verdad que no son muy numerosos, no por eso se ha de negar el gran valor orgánico que saben demostrar en la organización que reclama en sí la marcha de los acontecimientos. (En este pueblo ocurrieron unos hechos que si es verdad que en muchos de los casos son justificables por el saneamiento de la Revolución, creo que lo que allí ha sucedido guardaba una parte de eso que se da en llamar «arreglo de cuentas añejas»). En fin, por eso no quiero mencionar nombres concernientes a los milicianos; sino de los responsables de los comités a los que sean de estimar en todo y por todo».

Quién si lo hizo fue uno de los hombres de su columna, el miliciano Ramón Fernández Jurado, adscrito a la centuria de Miquel Pedrola, cuyas memorias se publicaron en Barcelona con el título «Memòries d'un militant obrer» en 1987, tres años después de su muerte. Según explicó en ellas, el comité local del POUM en la localidad mantenía detenidos a seis conocidos falangistas, hasta que la primera oleada de voluntarios catalanes llegó exigiendo acciones de castigo contra derechistas y propietarios y un grupo incontrolado, que se hacían llamar «Los Tigres», y pertenecían a la centuria que mandaba Llorenç Vila, procedió a arrestar a otros vecinos, reuniéndolos contra su voluntad para fusilarlos al grito de «mueran los fascistas». Una situación que no parece extraña dentro de un grupo heterogéneo en el que convivían idealistas con gentes capaces de hacer cosas como la que dejó escrita George Orwell, que combatió con ellos: «Todas las columnas de milicianos tenían asignado al menos un perro como mascota. Al infeliz que iba con nosotros le habían marcado a fuego en el lomo la sigla POUM con grandes caracteres, y avanzaba tímidamente como si supiera que había algo raro en su aspecto».

Entre los muertos de aquella tarde se encontraban los llamados «curetas de Monzón», dos sacerdotes diocesanos que pasaron a engrosar la lista de beatos católicos el 9 de enero de 2010, sumándose a la relación de religiosos asesinados en nuestra Guerra Civil que adquieren por esa razón la categoría de mártires de la Iglesia de Roma. Se llamaban José Nadal y Guiau, nacido en Bell-lloc (Lleida) el 25 de julio de 1911, y José Jordán y Blecua, nacido en Azlor (Huesca) el 27 de mayo de 1906 y eran respectivamente vicario y vicario organista de aquella parroquia, sin que al parecer pesase sobre ellos más acusación que la de llevar sotana.

Esta es la versión más extendida de lo ocurrido, que según Fernández Jurado, se les escapó de las manos a Arquer y Grossi y a él le marcó con una enorme y perturbadora impresión. Pero cuando queremos profundizar en los hechos nos encontramos con que la desaparición de los testigos vivos y la falta de rigor de las órdenes religiosas a la hora de relatar los hechos, dificulta que lleguemos a una conclusión. Vean a continuación la versión que da la Orden de las Escuelas Pías sobre el martirio de otro beato, el padre Dionisio Pamplona, párroco y rector de la casa escolapia de Peralta de la Sal, donde había detenido el día 23 de julio, a eso de las 4.30 de la tarde:

«?el 24 de julio, hacia las tres de la tarde, fue llevado esposado a la cárcel de Monzón, siendo además objeto de improperios e insultos. Entre otras cosas, se oyó decir: «¡La pagarás muy cara!», un modo de indicar que la muerte era segura e inmediata? Fue encerrado en la celda número 1, la primera de las tres que se encontraban en el pasillo de la derecha del entresuelo, celda muy húmeda, oscura y repugnante. Permaneció en aquella prisión, sereno y tranquilo, durante el resto del día (víspera de la fiesta del Apóstol Santiago). Habiendo llegado a Monzón la columna llamada del P.O.U.M. (Partido Obrero de Unificación Marxista de ideología anarquista), se decidió ajusticiar a los prisioneros en la plaza Mayor.

Hacia la medianoche fue sacado de la cárcel. Al estar su sotana llena de polvo y de telarañas, recogidas en las cárceles de Peralta y de Monzón, pidió al carcelero un cepillo para limpiarla; hecho lo cual, se lo devolvió y, golpeándole amablemente en la espalda le dijo: «Adiós, hasta la eternidad». Desde la cárcel fue conducido, junto a los demás presos, a la plaza Mayor, llena de gente y profusamente iluminada. Como eran 24 los condenados y él el único Sacerdote, lo colocaron en el centro como blanco preferido (uno de los asesinos gritó: «El cura para mi»).

Alto y delgado, se distinguía también de los demás por su sotana. Aparecía sereno, fuerte, tranquilo; de vez en cuando alzaba los ojos al cielo y movía sus labios en oración. Cuando se dio la orden de fuego, hizo la señal de la cruz y después cruzó los brazos sobre el pecho. Era cerca de la 1 de la madrugada de aquel 25 de julio cuando cayó acribillado a balazos, gritando «¡Viva Cristo Rey!». Media hora más tarde su cuerpo fue recogido y arrojado a un camión, junto con los de los otros fusilados y, posteriormente, sepultado en una fosa común del cementerio de Monzón».

Como vemos, el relato contiene errores como calificar de anarquista la ideología del POUM o dar a entender que el padre Pamplona era el único cura del grupo pero no ahorra otros detalles y parece señalar que el esculapio fue fusilado a la vez que los dos «curetas», formando parte del grupo de 24 reunidos en la plaza de Monzón. Lo insalvable es que la fecha no coincide, porque como hemos visto más arriba, y esto no presenta la menor duda, la columna de Grossi, la primera del POUM, el día 25 estaba saliendo aún de Barcelona.

Para confundirnos aún más, nos enteramos de que en marzo de 1959 el alcalde de Monzón estuvo a punto de enviar al Valle de los Caídos los restos de 64 cadáveres identificados en dos fosas de su cementerio, operación que se frustró porque algunas familias no dieron su permiso al viaje de sus deudos. Pertenecían a dos enterramientos masivos, curiosamente cada uno de 32 personas. En uno descansaban combatientes del bando nacional, muertos en el avance de las tropas de Franco en dirección a Cataluña, en marzo de 1938; el otro correspondía a los cuerpos de los fusilados por el POUM, vecinos del propio Monzón, así como otros de Azlor, Berbegal o Fonz y entre ellos estaban un capellán y tres coadjutores detenidos en Lérida y llevados hasta allí. La fecha que se da en ese informe vuelve a ser la del 25 de julio de 1936.

No hace falta que les diga que alguien debe revisar esta historia. Y luego hay quien dice que ya lo sabemos todo sobre la última Guerra Civil?