La noche del 7 de setiembre de 1879 el Gran Teatro de Tacón de La Habana vivió en un ambiente de lo que más tarde se empezó a conocer como asturianía el estreno de la zarzuela «Una romería en Mieres». Allí estuvo presente la floreciente colonia que vivía su mejor momento: dos años atrás había creado la Sociedad Asturiana de Beneficencia, para socorrer a sus paisanos caídos en desgracia, y en aquel momento se estaban haciendo las gestiones para constituir el monumental Centro Asturiano, que en 1886 se iba a convertir en la asociación más prestigiosa de la isla, superando en prestigio e influencia a las que ya habían formado emigrantes de otras regiones españolas.

El Teatro Tacón no era un escenario cualquiera, debía su nombre al Capitán General don Miguel Tacón, y aunque éste fue destituido el mismo día de su inauguración, conservó esta denominación durante todo el siglo XIX. Se había levantado en un extremo de la entonces Alameda de Isabel II y disponía de noventa palcos y veintidós filas de lunetas, lo que lo convirtió en uno de los más grandes del mundo, con una capacidad de dos mil doscientas ochenta y siete localidades, distribuidas en cinco pisos, que podían ampliarse en ocasiones hasta las cinco mil.

Era también -como todo en la isla- obra de indianos. Su primer empresario fue Francesc Marti i Torrens, un catalán que había hecho las Américas con éxito y dotó al edificio de todos los lujos y comodidades, con buena ventilación, magnífica acústica, ricos decorados en blanco y oro e incluso una enorme lámpara de fino cristal importada de París; con tal fama que, cuando se cantaban esas coplas que nunca faltan en cualquier parte sobre las maravillas del lugar, se la mencionaba junto a los paisajes imprescindibles que cualquiera que se acercase a la ciudad no debía dejar de ver: «Tres cosas tiene La Habana que causan admiración: El Morro, La Cabaña y la araña del Tacón».

Su inauguración, el 15 de abril de 1838, con la obra «Don Juan de Austria», de la Compañía Dramática Española, dirigida por Gregorio Duclós fue un acontecimiento para la colonia cubana y desde entonces los habaneros vieron pasar por su escenario a los mejores actores y cantantes del siglo. Teatro, ópera y por supuesto zarzuela, siempre esperada como el género más popular, de manera que la visita de las compañías que repetían aquí sus éxitos de la metrópoli peninsular, era siempre lo más esperado.

«Una romería en Mieres», original de Sergio García y Echevarría, musicada por el profesor Felisindo Rego, consta de un acto y doce escenas, que se representaron en aquel momento por un elenco de ocho actores acompañados por el Coro Asturiano; más tarde, su libreto se publicó con la misma buena acogida en la imprenta y papelería El Correo Militar de La Habana; aunque si ustedes tienen curiosidad por conocer su texto, existe una reedición de la Academia de la Llingua Asturiana, de julio de 1995.

El escenario, lógicamente, es el Mieres de la época, con todos los tópicos que los emigrantes podían echar de menos lejos de casa: aldeanos, mineros, el canto de la Danza Prima con el «ixuxú» correspondiente?Todo ello conforma un ambiente en el que se desarrolla un triángulo amoroso entre María, rica aldeana de la villa, Pepe, sargento que regresa con la licencia, y su opositor Pachín, que quiere aprovechar su ausencia para hacerse con los favores de la bella. Una historia de amor sin pretensiones, con final feliz, que debía resultar muy del gusto del público.

Nos llama la atención en el primer acto el decorado que debe presentar el inicio de la acción: «En el punto denominado Puente de La Perra?En último término, en el fondo, grandes montañas por cuya falda, y más allá del río, pasa la vía férrea». Recuerden ustedes que nuestra zarzuela se estrenó en 1879, sólo cinco años más tarde de que se hubiese abierto definitivamente el tramo ferroviario entre Pola de Lena y Oviedo, con lo que no hay error y la vía ya formaba parte del paisaje.

También el viejo puente, construido en madera, precisamente para enlazar la villa con el tren, que los vecinos quisieron desplazar al otro del río para no obstaculizar la previsible urbanización de la gran vega de maíz que en aquel momento ocupaba todo su margen derecho y que debe su nombre a que se financió a posteriori cobrando por pasarlo una de aquellas monedas llamadas popularmente perras, porque llevaban acuñado un león al que la gente decidió rebajar de categoría dentro del reino animal.

Esta primitiva estructura se mantuvo hasta que en 1909 una riada forzó a sustituirla por otra de hormigón armado, pero todo indica que el autor, Sergio García, conocía bien el lugar. A la inversa, no sabemos casi nada sobre él aunque en el prólogo del libreto, se describe a sí mismo como soldado de oficio, amante de su profesión y de la cultura de su Patria y dice que dedica la obra a los hijos de su amada Asturias. Nosotros, sólo podemos añadir a este su párrafo su graduación y su destino, dos datos que nos aclaran bien poco: fue capitán del Batallón peninsular nº 4.

Más abajo, antes de firmar, se identifica como «vuestro cariñoso amigo y paisano», dejando claro su origen, sin concretar su pueblo natal, así que ni siquiera podemos aseverar que hubiese vivido alguna vez en Mieres, aunque parece que era de Oviedo, a tenor de lo que hace gritar en su nombre a uno de los actores justo al final de la obra. Vean: «Miguel: Viva el tiu Xuan / Todos: ¡Viva, viva! / Pepe: ¡Viva Mieres! / Uno, en representación del autor : ¡Viva Oviedo! / Juan: ¡Viva Asturies! / Todos: ¡Viva, viva! / Juan: ¡Formai la danza corriendo! / Música: Y la Virgen soberana: / mi amor vino de la guerra / i a casase va mañana».

También podemos añadir que su producción literaria no se limitó a esta zarzuela, ya que hemos encontrado una pequeña reseña sobre otro de sus trabajos, que apareció publicada en el diario «La Vanguardia», el 23 de diciembre de 1894, recogiendo un comentario de otra revista denominada «La Protección Nacional»: «En casa de nuestro particular amigo, el conocido literato don Julián Andréu Alabedra se han reunido varios distinguidos escritores para oír el drama inédito titulado: «Don Carlos y Fray Quintín», original del capitán de Infantería e inspirado poeta don Sergio García Echevarría. Según la opinión de los reunidos, la obra resulta rica en detalles y muy hermosa por su concepción».

Por su parte, Felisindo Rego fue un músico gallego que tampoco llegó a alcanzar la fama, aunque es más conocido que su compañero asturiano, por haber compuesto la partitura de la obra «¡Non mais emigración!», escrita en su lengua por Ramón Armada Teixeiro, también publicada en La Habana en 1920 y estrenada al año siguiente en el mismo Teatro Tacón, considerada como la primera zarzuela gallega, siguiendo la tendencia regionalista que en aquel momento ya se estaba desarrollando en el País Vasco, Cataluña y la zona del Levante peninsular.

Lo que puede sorprender -aunque ya estamos acostumbrados a estas cosas- es el olvido de esta obra, que a pesar de que está escrita en asturiano se ignora sistemáticamente cuando se estudia el fenómeno de las zarzuelas regionalistas que se fueron escribiendo a finales de siglo XIX, a veces destinadas especialmente al mundo de la emigración americana que las aplaudía al verse reflejado en ellas.

Por ejemplo, en Galicia se habla abiertamente de este fenómeno, a pesar de que su idioma tardó mucho tiempo en escucharse sobre los escenarios de La Habana, y las referencias a lo suyo, según recogía un cronista en 1885 se hacían siempre por «escritores chuscos de otras provincias que al objeto de ridiculizarnos, han hecho que uno de los personajes de su obra fuese hijo de las provincias gallegas y por aditamento aguador, barrendero, mozo de cuerda o cosa así y que hablase un gallego que no hablamos nosotros, desconocido hasta de su misma nodriza?». Sin embargo, a pesar de que nuestra obra es pionera en el mismo asunto, nadie ha tratado de reivindicarla.

Yo no soy musicólogo y para mi desgracia tengo un oído musical tan deficiente que, si estas cosas se valorasen, debería poder acceder a las plazas de aparcamiento habilitadas para minusválidos delante de las salas de conciertos. Pero a pesar de este hándicap creo que «Una romería en Mieres» es una obra fácil de montar e interpretar, con un número razonable de interpretes y decorados sin mucha complicación, de manera que no deberíamos tardar en recuperarla, y más ahora, cuando desde el Ayuntamiento se está haciendo una apuesta fuerte por la canción tradicional asturiana. Cantantes haylos, músicos también, falta el impulso.