En las biografías de Manuel Llaneza hay un capítulo que siempre queda en un segundo plano, desplazado por la importancia que tuvo su faceta de líder obrero y organizador sindical. Se trata de su actividad como alcalde de Mieres, la ciudad en la que eligió vivir y morir, a pesar de que era langreano de nación por haber venido al mundo en el lugar de Veneros.

Es un periodo tan olvidado, que en los manuales se repiten los errores sobre su duración. Por ejemplo en Wikipedia, la ya imprescindible enciclopedia de la Red, podemos leer que fue elegido para este cargo en las elecciones municipales de 1911 y en la Enciclopedia de Oviedo que lo dejó en 1919, cuando la realidad es que ocupó el sillón consistorial desde el 1 de enero de 1918 hasta el 1 de junio de 1921, sucediendo a Víctor Méndez-Trelles Martínez y siendo reemplazado por Teodoro, el hermano de éste.

Como, por otra parte, entre algunos mierenses se han mitificado sus realizaciones en estos años resulta conveniente que pongamos las cosas en su sitio.

Llaneza fue concejal, pero no alcalde, en 1911, y llegó a la jefatura del Ayuntamiento en un periodo agitado por el acuerdo entre las fuerzas de izquierda españolas que en 1917 negaron su apoyo al gobierno de Eduardo Dato ordenando en todo el país la dimisión irrevocable de todos sus Alcaldes y concejales. Para salir de aquella crisis, se nombraron sustitutos provisionales por Real orden hasta que se autorizó a los propios ayuntamientos a elegir a los suyos.

Conocemos como se desarrolló este proceso en Mieres porque él mismo lo dejó escrito en un folleto que mandó publicar cuando cesó en su cargo y en el que resumió el historial de la vida municipal de estos tres años. Un ejemplo que debería ser obligatorio al término de cada mandato para que la historia pueda guardar para siempre los aciertos y fracasos de cada legislatura.

Por no alargar la relación del baile de Alcaldes que se alternaron en pocos meses, resumiremos contando que aquí se hizo dimitir al reformista Manuel Fernández Suárez el 30 de julio de 1917, sustituyéndole el republicano Ulpiano Antuña hasta el 26 de septiembre, cuando la Real Orden colocó en su puesto al conservador Víctor Méndez Trelles. Y todavía hubo tiempo para que ambos volvieran a alternarse hasta fin de año; por fin el 1 de enero de 1918, la Corporación designó a Llaneza por un bienio, que volvió renovar también el primer día de 1920.

En la primera etapa, de conjunción de izquierdas, se sentaban junto al Alcalde otros 24 concejales: 7 socialistas, como él; 7 republicanos; 4 liberales; 3 conservadores; 1 reformista; 1 tradicionalista y 1 independiente. En el segundo periodo, ya con mayoría absoluta de los suyos, el grupo socialista subió hasta los 15 a costa de los republicanos que solo mantuvieron 1. Junto a estos, 5 conservadores; 2 liberales; 2 reformistas y de nuevo 1 tradicionalista.

El eje de la actuación municipal de Manuel Llaneza, pasaba por desarrollar un proyecto novedoso y seguramente revolucionario: la Mancomunidad de Ayuntamientos Hulleros, que nació de una forma sorprendente: con motivo del centenario de Covadonga se organizaron en Asturias unos fastos de tal envergadura que la Diputación provincial decidió financiarlos con la creación de un impuesto especial de una peseta sobre cada tonelada de carbón dedicada a la exportación. La decisión perjudicaba directamente a los Ayuntamientos mineros y Llaneza reaccionó convocándolos en e Salón de Plenos del Caudal.

El 10 de agosto de 1918 llegaron hasta allí representantes del propio Mieres, Langreo, Aller, Laviana, San Martín del Rey Aurelio, Riosa, Quirós y Morcín y echó a andar un proyecto, presidido por él, al que se iban a sumar Nava, Teverga, Campo de Caso, Bimenes? De manera que las reuniones pasaron a celebrarse en la capital y la Mancomunidad se convirtió en un órgano enfrentado directamente a la Diputación, en el que muchos vieron el camino para hacer crecer la autonomía municipal frente al poder central.

Comprenderán que este asunto merece su propio capítulo y en otra ocasión lo retomaremos, pero sepan que el proyecto fracasó, tanto por la fuerte oposición del Gobierno central como por el poco empeño que pusieron en su desarrollo muchos de sus integrantes, aunque como dejó escrito el mismo Llaneza: «Quizás Asturias y España merezcan todos los fracasos».

Veamos ahora las realizaciones de este periodo, para juzgar si tienen razón aquellos que dicen que en aquel trienio la villa cambió más que en los 80 años que restaban de siglo. Desde un principio, los concejales de la mayoría conjuncionista vieron clara la necesidad de iniciar un plan que cambiase completamente la fisonomía de la villa para adecuarla a las demandas que estaba ocasionando su rápido crecimiento, y optaron por separar los grandes proyectos de la actividad normal que correspondía a la oficina de Obras Públicas.

Para ello se encargó a los ingenieros Eduardo Gallego y Carlos Ginovart el estudio de la nueva traída de aguas, el alcantarillado, el parque municipal y el macelo público. Los dos técnicos cumplieron su cometido, realizando los proyectos por 110.000 pesetas -la mitad de lo que la ley les permitía cobrar-, añadiendo por su cuenta un plano de la villa y un mapa del Concejo, y en cuanto fue posible se empezó a trabajar sobre el primero de los asuntos, que consideraron el más urgente.

El manantial ideal estaba en el Aramo, pero tenía el serio inconveniente de manaba dentro de una concesión minera y después de sopesar la posibilidad de la expropiación se optó por buscar otro con menos problemas. Así se llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento de Aller para mancomunar una obra común que llevase el agua a los dos concejos desde otra fuente, que curiosamente era propiedad de su Alcalde Luís Díaz.

Pero el plan se frustró por las disensiones en aquel Consistorio y también -según manifestó Llaneza- por la avaricia de su primer edil, quien decidió elevar el precio fijado inicialmente en 25.000 pesetas y de otros concejales que animaron a quienes se veían perjudicados por el trazado de la canalización a solicitar indemnizaciones que no se pudieron asumir.

Otro proyecto fallido fue el del alcantarillado, que el Ayuntamiento intentó financiar emitiendo un empréstito de dos millones de pesetas en obligaciones de 500, pero también fracasó en sus cálculos sobre la riqueza y la voluntariedad de los mierenses y como no se pudo reunir el dinero necesario, todo quedó en el aire.

No cabe duda de que a Manuel Llaneza le tocó vivir una mala racha económica, pues a pesar de que la tesorería municipal mejoró la gestión de sus impuestos, la anormalidad de la Gran Guerra supuso que se elevasen de repente el precio de la mano de obra y de los materiales, hasta el punto de que muchos contratistas comprometidos con obras municipales, optaron por liquidarlas, renunciando incluso a las fianzas que habían dejado en depósito y el Ayuntamiento se encontró con la necesidad de concluirlas por su cuenta

Con este hándicap, cuando hubo que rendir cuentas, el municipio tenía en su haber las aceras de La Pasera, La Villa, la Estación, el Cementerio y Oñón; las escuelas de Urbiés, Ablaña y San Tirso; las carreteras de Turón y Cardeo; numerosas fuentes, lavaderos, muros y puentes en Villamartín, El Cabanín, Murias, Cutiellos, La Quinta, Fresnedal, Acebedo, Urbiés, Requexau, Los Quintanales, La Luisa? y la construcción del Grupo Escolar, que había propuesto el concejal republicano Vital Álvarez Buylla, aún sin rematar, pero con su finalización asegurada; Exactamente -y perdónenme la curiosidad de exponer la cifra con céntimos- 1.168.673,05 pesetas empleadas en obras mayores, a los que hubo que sumar los gastos corrientes de Administración; Policías de Seguridad, Urbana y Rural; Instrucción Pública; Beneficencia; Montes; Cargas y otras obras e imprevistos.

Enfrente, los ingresos, aportados por el impuesto de Consumos; el macelo público; el mercado cubierto; los arbitrios sobre fachadas y otras tasas, principalmente las que gravaban el rodaje y peaje, con los que una vez deducidos los gastos, aún se logró cerrar un balance de contabilidad positivo.

Manuel Llaneza dejó su cargo con la tranquilidad del deber cumplido y las espinas de que Mieres no hubiese logrado su propio Juzgado de Primera Instancia ni una Administración Subalterna de Hacienda. Pero con la tranquilidad que da el tiempo para juzgar las cosas, podemos decir que no lo hizo nada mal.