Basta con asomarse estos días a las páginas de cualquier periódico o a una esquina de la televisión, para darse cuenta del encarnizado combate que están sosteniendo los partidarios de la reforma laboral y los detractores de la misma. No se sabe a cuántos asaltos está programada la velada, pero sí parece cierto que va a dejar secuelas en el rostro de ambos contendientes. Lo mejor habría sido que no se incendiara la chispa, pero, nada más saltar a la palestra, el nuevo gobierno se ha puesto los guantes y no parece que tenga prisa por quitárselos. Algunos denominan a esto ardor guerrero, y otros creen que tantas exhibiciones por decreto terminarán dejándoles la nariz como un campo pisoteado por jabalíes. Todo será cuestión del tiempo, que acostumbra a poner las cosas en su sitio, aunque en ocasiones tarde mucho en conseguirlo.

Como es lógico, el Gobierno ha salido al cuadrilátero con un calzón azul, para que no haya dudas al reconocerlo, mientras que su contrincante luce un rojo desvaído en algunas zonas del suyo. Se dice que, entre los varios motivos que explican la rebaja del color, está el de la falta de entrenamiento, pues lleva ya bastantes años contemplando el espectáculo desde la grada, lo que podría explicar las suspicacias que produce su entrada en escena. Por el contrario, el calzón azul luce un esplendor marcial, acorde con el pensamiento de la mayoría de los componentes del gobierno, que están acostumbrados a soñar con gestas imperiales. Basta con fijarse en los exagerados bíceps que luce «Terremoto Aznar», un modo inequívoco de demostrarnos que para ellos la mejor manera de avanzar por la selva urbana es hacerlo siempre a base de puñetazos.

Por si no fuera suficiente con pelear en casa -parece claro que la mayoría de los medios de comunicación se inclinan por el azul marino-, el Gobierno ha pedido ayuda a dos púgiles aventajados tanto en los crochet o directos como en los ganchos por sorpresa. La «Káiser alemana» y el «Ratón francés» son duchos en tretas de todo tipo, y hace ya tiempo que se constituyeron en árbitros del combate, por lo que llevan siempre la pelea a su terreno, que es el del meter en cintura al adversario a base de golpes cruzados. Sin que falten, a veces, golpes bajos o patadas en las espinillas, que de cualquier artimaña tienen un abundante manual. Nada nuevo en quien está acostumbrado a utilizar todo tipo de estrategias con tal de conseguir sus objetivos.

Entretanto, las casas de apuestas están divididas sobre el resultado final del combate. Algunas creen que será posible la huelga general, mientras que otras opinan que el gobierno conseguirá esquivar el contraataque de su adversario, de modo que están a la espera de noticias para poder arriesgar sobre seguro. En cuanto a las preferencias del público, de momento no se sabe mucho. Las gradas están divididas, y hay también algunos sectores que abuchean a unos y a otros por igual. Como casi siempre, habrá que aguardar a que entren en escena los indecisos, que son esos que se pasan el tiempo contando margaritas.

Visto el desigual combate, quizás sea conveniente recordar un proverbio chino: «Cuando más gordo sea tu enemigo, mejor para vencerle. Es más fácil clavar un cuchillo en el buey que una uña en la pulga».