El pasado mes de febrero, en un acto organizado por el Club de Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA en colaboración con el Nódulo Materialista, el periodista y empresario Jesús Lainz presentaba su último ensayo «Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras», donde sostiene la tesis de que las lenguas vienen siendo utilizadas históricamente no como instrumentos de comunicación, sino como elementos diferenciadores y excluyentes asociados a cierta nacionalidades o ideologías.

En tal sentido, España es para Lainz el único país del mundo en el que es perseguida la lengua oficial, que es además la de la mayoría de los ciudadanos. Los grandes partidos nacionales hacen muy poco por impedir tal anomalía lingüística. Más bien la propician o la consienten, aunque en nuestra vapuleada Constitución se reconoce sin ambages que «el castellano es la lengua oficial del Estado» y que «todos los españoles tiene el deber de conocerla y el derecho a usarla».

Al respecto, y contradiciendo una sentencia del Tribunal Supremo en la que se reconocía el castellano como lengua vehicular en el sistema educativo catalán, una reciente resolución del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña avala el sistema de inmersión lingüística en esa comunidad. Los ciudadanos deben acudir a los tribunales alegando los motivos por los que reclaman el castellano en la escuela. Sobre esta polémica, el presidente del Gobierno catalán Artur Mas no pudo ser más claro: «Estamos donde estábamos y no nos moverán», como en la canción de Jóan Báez.

Mas ya había manifestado que el modelo de imposición lingüística es una de las de las «líneas rojas» que, de cruzarse, tendría consecuencias: no aclaró cuáles serían esas consecuencias, si bien no parece difícil adivinarlas. Lainz expone en su libro que el nacionalismo separatista, sobre todo el catalán y el vasco, además de ser uno de los graves problemas en la vida política española, ha logrado contagiar a casi todas las provincias.

Asimismo, en esa obra hay multitud de ejemplos que ilustran la irracionalidad y el despilfarro en el uso de la lengua por parte de los fundamentalistas identitarios. Significativa es la peripecia referida a los Acuerdos de Dayton de 1995 (Ohio, Estados Unidos), que pusieron fin a las guerras en la antigua Yugoslavia. Ante la sorpresa de los anfitriones norteamericanos, los delegados servios, bosnios y croatas exigieron un traductor en la mesa de negociaciones. Sin embargo, cuando salían a tomar café, todos se entendían perfectamente en el serbio-croata. Salvando las diferencias y las distancias, este episodio recuerda la iniciativa del Senado español en la anterior legislatura. Pues, pudiendo entenderse en castellano sin ningún problema, una parte de los senadores se enzarzó con sus respectivas lenguas e impuso traductores para comunicarse entre ellos: una concesión del Gobierno por el apoyo de los nacionalistas.

«Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras», una paráfrasis de la célebre canción vizcaína, es un ensayo documentado, riguroso, comprometido. Como nota optimista, Jesús Lainz resalta que, a pesar de todos los embates, «España ha demostrado ser una nación de una fortaleza y una coherencia extraordinarias».