Pozo Candín (Langreo),

Miguel Á. GUTIÉRREZ

«No vamos a salir hasta que esto se solucione. Tamos como cañones, bien de moral y aguantaremos lo que haga falta»». Desde el otro lado del teléfono, a 600 metros de profundidad, la voz de David García Fariza llega alta y clara, recia, sin fisuras. Junto a otros tres compañeros del pozo Candín, este minero langreano lleva 24 días encerrado en la séptima planta de la mina, en defensa de la pervivencia de un sector amenazado por los recortes de las ayudas a la producción de carbón impulsados por el Gobierno. La falta de luz natural impide diferenciar el día de la noche, el polvo flota en el aire, la humedad es elevada y el «colchón» sobre el que duermen está formado por gomas de la cinta transportadora. Sin embargo, pese a la dureza física del encierro, García apenas se detiene en relatar las penalidades vividas. Le importa más hablar de lo que hay afuera: «Estamos aquí para exigir lo que es nuestro. Nos llega el apoyo de la gente y de nuestras familias; eso nos hace fuertes».

Este minero de 36 años de Riaño, ayudante electromecánico, habla en representación de sus otros tres compañeros de encierro José Abelardo Alonso Castro, barrenista de Mieres de 40 años; Carlos Santos Artidiello, minero de primera de 39 años de La Felguera; y Darío Martínez Fernández, ayudante electromecánico, también de La Felguera, de 30 años. Otro minero, Jesús Roberto García Irazusta, tuvo que abandonar la protestas días atrás por motivos de salud.

«Nosotros no pedimos nada. Estamos aquí para defender lo nuestro, para reclamar que se cumpla lo firmado, lo que está comprometido. Es incomprensible que no haya dinero para las minas y se saquen de la manga miles de millones para Bankia», argumenta García, que conversó con LA NUEVA ESPAÑA a través del teléfono de la mina. «No sólo luchamos por la minería. También estamos defendiendo el futuro de los albañiles, de los electricistas, de los trabajadores en general porque si cierran los pozos, las Cuencas van a ir abajo».

Los mineros están encerrados en una zona de basculado de carbón, un espacio de unos 20 metros cuadrados, ligeramente resguardado de las corrientes de aire que circulan por la mina. «Aunque estés a 600 metros de profundidad notas si arriba hace frío o calor por la ventilación», explica García. Los trabajadores de Candín se han impuesto una rutina de horarios «para no perder la noción del tiempo». La jaula con la comida baja cada día a la tres de la tarde. En su interior lleva mucha agua, fruta, bebidas isotónicas, algún alimento caliente para el almuerzo y la prensa diaria. La comida va convenientemente protegida en tarteras de plástico para evitar el polvo en suspensión.

Los encerrados, que duermen en sacos de dormir, han improvisado rudimentarias «camas» hechas con tableros y gomas de la cinta transportadora. Están provistos de un medidor de gases y reciben con frecuencia la visita de los médicos para evaluar su estado de salud. En el interior de la mina las distracciones escasean. «Lo único que puedes hacer en caminar un poco y jugar a las cartas. También hablamos mucho entre nosotros», relata García, padre de dos niños de 3 años y 16 meses. Al igual que sus compañeros, suele hablar con asiduidad con su familia a través del teléfono de la mina: «Tienes bajones, como todo el mundo, pero el hecho de que ellos estén fuertes te da moral a ti. Llevamos aquí 24 días y estaremos otro mes si hace falta; somos optimistas y aguantaremos todo lo posible».

La prensa y las conversaciones telefónicas con familiares y compañeros ayudan a los mineros de Candín a estar al tanto de lo que pasa en el exterior: «Ver la respuesta que tuvo la manifestación, las concentraciones, las movilizaciones... Eso te da fuerza. También te llegan comentarios como el de una tertuliana que dijo en televisión que hoy en día se puede bajar a la mina en tacones. Está invitada a traer los tacones y bajar al pozo cuando quiera».

Por su parte, Manuel Robles, delegado del SOMA-FITAG-UGT en el pozo Candín, resalta el «sacrificio» de los compañeros encerrados y de sus familias. «Ellos son el primer eslabón de una cadena hecha en defensa de nuestros puestos de trabajo que no se va a romper. Esto no va a parar», subrayó.