Se nace o se hace? Entiendo y pienso que cuando a uno le echan -diría mejor lo «depositan»- al mundo, en principio solo los progenitores se dan una idea de lo que va a ser la criatura el día de mañana. Eso, pero solo una idea. En las llamadas «mejores casas», esas de rancio abolengo, algunas hasta con título nobiliario, desde bien pequeños comienzan a trazarle una «senda» que, desde renacuajo, el o la bebé es tan repulido que a sus pocos años ya es capaz de balbucear palabras o términos como el de «marqués», «conde», «Mercedes», «caviar»?, y no muchas palabras más, porque el resto serían tachadas por la familia, siempre pendiente de su vocabulario, como vulgaridades.

Un niño de familia?, ¿normal? -que nadie se dé por ofendido, por favor- enseguida comenzará a pedir cosas de la nevera, en tanto que la señora marquesa se encargaría de enseñar a su nieto a utilizar un término más complicado y chic: «¡Niño!, se dice frigorífico. A ver, di conmigo fri-go-rí-fi-co». Y el niño, como un inocente borreguillo, repetirá la palabra como unas quinientas veces y, entre medias, también se equivocará y dirá, como aquel del chiste: «Fe-de-ri-co», para mayor desesperación de la repipi abuela.

¿Cómo eran aquellas frases tan hechas de los «niños goma» cuando llegaban a una reunión y con expresión de asombro manifestaban al resto de la concurrencia de la misma estirpe que él: «He venido en el Metro, ¿lo conocéis?». Cuando el chofer libraba y era el chico el que sacaba el coche, al llegar a su lugar de reunión, a la par que levantaba la palma de sus manos como signo de no querer tocar nada, manifestaba con cara de asco: «Buff, me huelen las manos a volante. ¡Qué ordinariez!». Y así podíamos seguir?, hasta que nos cansásemos.

Y digo yo, ¿entonces dónde nos enseñan eso que también llaman «naturalidad» en algunos sitios? En las escuelas y colegios el profesorado va puliendo, ojito, pero lo que el alumno ya trae aprendido de su casa, de su familia. Algunas veces me pregunto qué es lo más adecuado para un muchacho de poca edad, si hablarle como si ya fuese mayor o dirigirnos a él tratándole como algo pequeño y con ese vocabulario a «medio trapo» que tanta gracia nos hace a los adultos y en el que nada entendemos.

No sé si alguna vez les conté aquella historia que transcurrió en Torrelavega hace de esto unos cuarenta y cinco años. Tino «el Travieso», de Sama y conocido por el apodo del «rata», pienso yo, por su estatura e inquietud, ya fallecido, en aquella población industrial vivía, trabajaba y era entrenador de natación a los chicos de un colegio. En resumen, era la inquietud personificada. Como buen asturiano, su práctica en el lenguaje de la tierra era lo más normal para él. Tenía como vecinos a un matrimonio santanderino que tenían un niño de corta edad con el que «el Travieso» tenía a bien contemplar y jugar con él. Sin embargo, oyendo los padres cómo hablaba su vecino asturiano, un día se permitieron llamarle «discretamente» la atención, rogándole que, por favor, hablase al niño en castellano. Un buen día regresaba referido matrimonio y Tino balanceaba al niño en el columpio que había delante de su casa, con lo cual le preguntaron: «¿Qué haces, juegas con Tino?». Y el crío respondió: «Sí, ta ximielgándome en el colingaeru"» La historia acaba aquí y, por ende, el artículo de marras también, porque no hay mucho más que añadir a «la gente con estilo». O estilosa.