Ponferrada (León), J. VIVAS

La Torre de la Rosaleda, abierta hace tan sólo tres años, se ha convertido en uno de los edificios emblema de Ponferrada, localidad minera leonesa de 70.000 habitantes. Para lo bueno y para lo malo. Fue un signo de lujo y ostentación, en tiempos de bonanza. Hoy es el símbolo faraónico del exceso y del pinchazo de la burbuja inmobiliaria. La empresa que la promovía, asturiana, feneció al inicio de la crisis dejando un reguero de deudas. El banco que financió la operación, valenciano, tuvo que cargar con el muerto de los préstamos impagados. Y los escasos propietarios en el edificio chocan ahora con el laberinto de la burocracia para poder habitar las viviendas en condiciones confortables, pues dar de alta el gas, la luz o el agua se convierte en una odisea por los contratos que suscribió la empresa desaparecida. Con más de cien metros de altura, resulta difícil no divisarla casi desde cualquier punto de la ciudad. Pero esta torre, lejos de ser un motivo de orgullo, ha supuesto un duro quebradero de cabeza. Lo peor que es no tiene visos de solucionarse, al menos, de momento.

El inmueble se encuentra en el extremo norte de Ponferrada, en pleno barrio de la Rosaleda y al final del bulevar de Juan Carlos I Rey de España. No es el único edificio de la zona, cuenta con un hotel de cuatro estrellas anexo a la torre y un sinfín de bloques de viviendas. A pesar de tal desarrollo urbanístico, no se aprecia un alma en sus alrededores. El rascacielos cuenta con 106 viviendas de las que sólo se han vendido 36. Y ese ha sido el principal obstáculo para sus propietarios, quienes no han podido hacerse con las riendas de la comunidad del edificio hasta hace solo unos meses. Hogalia, la promotora perteneciente al grupo asturiano Mall, que se encargó de gestionar la venta y alquiler del edificio, que fue también la responsable de poner en marcha la comunidad, se convirtió en la peor pesadilla de los propietarios. Mall, presidida por el asturiano Julio García Noval, ha llevado a cabo numerosos proyectos urbanísticos en la región. Ahora ha puesto sus miras en México y Panamá, donde encabeza dos ambiciosas iniciativas que también han sido fruto de polémica.

Hogalia desapareció seis meses después de que llegasen los escasos propietarios a sus viviendas, dejándoles cerrados todos los contratos de suministros y limpieza. Contratos que sí podrían haber sido asumidos si se hubiera pagado la comunidad de todos los pisos. Pero no fue así. La promotora no pagó ni un mes de comunidad y alcanzó una deuda de 240.000 euros. No sólo eso, las viviendas que no habían sido vendidas fueron alquiladas, pero nadie abonó las cuotas de la comunidad correspondientes a esos pisos.

Los propietarios están cerca de la desesperación. No quieren llevar a un pleito a la promotora desaparecida porque están convencidos de que no le van a sacar un euro. Saben, además, que tampoco se pueden vender los pisos restantes, a pesar de haber compradores interesados. «Nadie va a comprar un piso hipotecado al cien por cien y embargado por más de lo que vale», afirma Lucía Delgado, portavoz de los vecinos. La única solución que han encontrado, de momento, es resolver los contratos de la comunidad, «que eran sangrantes» y volver a crearlos bajo una nueva directiva. Sólo en el caso del suministro eléctrico, este trámite les obligó a permanecer varios días sin luz en el inmueble, aunque sirvió para que los alquilados abandonaran el inmueble. Ahora, ya disponen de electricidad, pero a medio gas. De los cuatro ascensores del edificio, tan sólo uno funciona; en cuanto a la iluminación de las zonas comunes, ésta sólo se puede utilizar en los espacios en donde hay viviendas habitadas. Tanto de lo mismo con el servicio de limpieza, «ahora cada vecino se ocupa de limpiar el portal cuando le toca, y lo mismo con las escaleras», explica Delgado.

El cambio de los contratos de la comunidad tampoco es una solución a largo plazo, tienen que venderse el resto de las viviendas. «Pero nadie acude a las subastas, quién va a comprar una deuda, y más sabiendo que los pisos están siendo alquilados», apunta Lucía Delgado, quien señala que lo único remedio sería que Bancaja -la caja de ahorros valenciana ahora integrada en Bankia- «ejecute los pisos y los libere». Sin embargo, la entidad financiera no parece estar por la labor. «Ya hablamos en el pasado con Bancaja, pero no tienen ningún interés. No lo entiendo, porque estos pisos sólo les están dando gastos. Espero que Bankia no piense lo mismo», resalta. También está el inconveniente de la titularidad de los pisos. Según explica Delgado, la promotora vendió todo a la empresa Almaguer SL. También hay otra compañía, Homerenting, que se dedica a alquilar las viviendas. Eso sí, Hogalia es el nombre que aparece en el registro de la propiedad. «Estamos convencidos de que la promotora vendió los pisos a cambio de nada, sólo para que se hicieran cargo de la hipoteca. Pero nadie pagó los millones que cuesta el impuesto de transmisiones, por eso sigue apareciendo Hogalia en el registro», afirma. La lucha no parece fácil, pero es la única manera de que los actuales propietarios puedan vivir en sus viviendas con tranquilidad. «Los pisos están muy bien y, comparado con los precios de Madrid, ha sido mucho más económicos», resalta Lucía Delgado. El suyo, de unos 90 metros cuadrados, alcanzó los 180.000 euros.

Pero la polémica con la torre lleva formándose desde mucho antes de su construcción. La Federación de Vecinos de la Comarca del Bierzo llegó a ganar hasta cuatro demandas judiciales, no sólo contra la puesta en marcha de la torre, sino también de los edificios que la coronan. Las demandas, aunque exitosas, no sirvieron para nada. «El Ayuntamiento aprobó el desarrollo de la zona en el nuevo plan urbanístico, y contra eso no pudimos hacer nada», asegura Pilar Martín, presidenta de la entidad. Sobre los actuales problemas de los vecinos de la torre, Marín asegura que sólo los conoce por los medios. «Ningún propietario se ha puesto en contacto con nosotros, ni tampoco con las asociaciones de los barrios cercanos, porque podríamos haber mediado para ayudarles», explica.

A pesar de que solucione la larga lista de inconvenientes que tiene el inmueble, su polémica sólo ha servido para que la torre pierda su encanto inicial. Un «glamour» que se puso de manifiesto ocho años atrás, cuando el periodista ponferradino Luis del Olmo colocó la primera piedra del rascacielos en el que ubicaría su propia emisora. La torre aún espera a que lleguen los primeros micrófonos.