Hace más de medio siglo, en plena bonanza económica, social y laboral, en Sama proliferaban de tal manera los bares y sucedáneos que la leyenda urbana nos ha transmitido el trance en que la villa censaba un establecimiento hostelero por cada tres casas. Con un padrón vecinal que duplicaba al actual, a los asalariados había que proporcionarles un lugar de esparcimiento donde cumplimentar sus horas de asueto. Normalmente la bebida que se servía era vino, procedente de León y barato, en las modalidades del porro -grande y pequeño-, el medio litro, la cacipla -doble vaso-, y éste con un fondo de cristal que ocupaba más que el líquido. En los amaneceres, a la hora de asistir al tajo, se cataba anís, y en los meses invernales aguardiente y orujo gallego. La memoria vívida de un minero octogenario -«El Nene»- nos transmite las experiencias acaecidas cotidianamente durante algunas décadas.

Se ubicaba Casa Eloy pasado el Puente -otrora romano- en las cercanías de la estación del Feve. El propietario era de origen castellano y la esposa de aspecto airosa, heredando el local un hijo de ambos. Rebasada la pasarela, hacia el meollo de la villa, se localizaba El Miramar, excelente comida y mucha clientela. Café Moto, donde se contendía en eternas pugnas de tute "El Polesu", con gran afluencia de gente de las aldeas cercanas que se aproximaban los días de mercado -lunes- en caballerías sujetadas por medio de argollas en la fachada que aún perduran. Y Langreo, disfrutando de bolera. Todos ellos situados en la actual avenida de Oviedo. Muy cerca Café Orejas, conteniendo arcaicas mesas de mármol, disputándose partidas de dominó. Próxima una emblemática fonda, La Churra, proporcionando la especialidad en platos preparados con patatas de "riñón" y de manteca casera.

En el inicio del parque Dorado se emplazaba La Coloré con asistencia femenina, Casa Miguelón, detentando cancha de bolos, zona ajardinada para el estío. El dueño siempre se encontraba sentado y cuando accedía un cliente, le comentaba «espera que llegue otro», sirviendo las dos consumiciones al unísono. Muy cerca -en Soto Torres- Casa Piollina, espacioso, gozando de bolera y en donde un consumidor habitual -siempre "mamado"- en cierta ocasión en el mes de abril se presentó diciendo: «Feliz Navidad», contestando otro parroquiano que era abril, alegando el primero «coño, mi mujer me va a matar, nunca había llegado tan tarde». En los años 1940-1941, se comentaba ante la escasez del aceite de oliva, que existían bares que «utilizaban saliva para freir los huevos». Alrededor de donde se situaba la parada de la línea Sama-Mieres, proliferaban las cantinas, para beber-comer, destacando Casa La Portalona, especialista en callos, Bar Singer y El Cabritu, con dueño de Cotorraso y en donde se localizaba asiduamente un consumidor que presumía de cantar bien y cuando se obstinaba -siempre- comentaban al resto de los asistentes que «no se sabía si había caído de un tercer piso o lo había atropellado un camión», por los aullidos que proporcionaba. En el sector de La Nalona -centro comercial y de ocio de la época- descollaban el «Cerodebe», con baile nocturno, Casa Luis, bar-restaurante, posteriormente propiedad del «Ruiseñor de Langreo» cantante de tonada asturiana que trabajaba en el Pozo Fondón, Bar Minero, chigre donde pululaban los trabajadores con el fin de llenar la bota que acompañaba al bocadillo en el interior de las minas, Bar La Nalona con mucha clientela, regido por un matrimonio y una sobrina, El Grillo, Casa Cofiño, afamado por las tapas servidas y Cafetería Paredes.

Continuará mañana