El Tebib Arrumi fue uno de los cronistas más conocidos del franquismo; se trata de un seudónimo en árabe que se traduce al español como «el médico cristiano», porque quien lo utilizaba quería presumir de estas dos señas de identidad. En realidad se llamaba Víctor Ruiz Albéniz y, nada más que por añadir una nota curiosa a su biografía, les diré que fue el abuelo paterno de José María Ruiz-Gallardón, el conocido político madrileño que hasta hace dos días encarnaba la tendencia más moderna del Partido Popular hasta que sus hechos dijeron lo contrario.

Don Víctor, en efecto, fue médico, y ejerció como tal en el Marruecos español en las primeras décadas del siglo XX, cuando se vivía con intensidad la contienda contra las tribus del Rif, pero su verdadera vocación estuvo en el periodismo y en medio de aquel ambiente bélico encontró la inspiración necesaria para empezar a escribir reportajes y libros, llenos de fervor patriótico, que fueron muy celebrados por los militares africanistas, entre los que se encontraba el joven Francisco Franco. La hermandad de ideas entre ambos cristalizó en cuanto se conocieron en una profunda amistad, que dio sus frutos en 1936 cuando se inició la sublevación militar.

El médico propagandista asumió de tal forma su identidad, que acabó siendo más conocido por el nombre que había adoptado en África para firmar reseñas que por el que había recibido en el bautismo. No tardó en convertirse en el corresponsal de guerra más popular del llamado bando nacional y cuando llegó la paz siguió glosando la política de los vencedores e inspirando con su lenguaje aquellas soflamas que muchos conocimos en los medios de la época y sobre todo en el NODO.

Su fidelidad se premió con el nombramiento de presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y cuando La Parca le hizo dejar para siempre su pluma en el tintero había publicado cinco mil artículos y más de treinta libros, casi todos dedicados a alabar los logros de Franco. Haciendo abstracción de aquellos que son meros libelos publicitarios, sus cuadernos de guerra resultan interesantes porque nos muestran la visión de los vencedores sobre los episodios bélicos y en ocasiones ofrecen datos que los investigadores pueden contrastar con la versión de los vencidos para buscar algo tan difícil y menospreciado como la objetividad.

Entre los que se refieren a nuestra región, figuran los títulos «Oviedo, la muy heroica», «En Gijón hubo un Simancas» y «¡Asturias por España!». Este último es el que más nos interesa en la Montaña Central porque en él relata, empleando como siempre el mismo tono épico que esperaban sus lectores, la caída del Frente Norte entre septiembre y noviembre de 1937. Pero antes de seguir, voy a intentar resumirles en dos párrafos los antecedentes de aquellos días.

Como ustedes saben, en el inicio de la Guerra Civil, toda Asturias, salvo la «muy noble y heroica ciudad de Oviedo» permaneció fiel a la legalidad republicana y los pasos de la Cordillera Cantábrica se fortificaron para frenar el avance de las tropas enemigas desde la Meseta.

A finales de agosto de 1936, los soldados del bando nacional ya estaban acuartelados en Lillo y Maraña y en estas posiciones aguantaron fácilmente los esporádicos contraataques de los republicanos, pero en mayo de 1937, estos decidieron generalizar la ofensiva y el general Franco decidió tomar personalmente las riendas de la defensa y se personó en el frente para reorganizar sus tropas. El sector oriental quedó dividido en dos Agrupaciones: la de Riaño, mandada por el general Muñoz Grandes, y la Agrupación Lillo al mando del teniente coronel Ceano, reforzadas más tarde por las Brigadas Navarras que se pudieron incorporar tras la caída del País Vasco y Cantabria.

La defensa del puerto de San Isidro le fue encomendada a Silvino Morán, mientras Tarna quedó bajo la responsabilidad de Manuel Sánchez Noriega «El Coritu», el jefe más pintoresco de los republicanos asturianos, retornado de la emigración mexicana, en la había combatido en su juventud al lado de Pancho Villa y donde adquirió los hábitos de macho fanfarrón y perdonavidas que mantuvo hasta el final de su vida, lo que no le impidió luchar bien y ser muy querido entre sus hombres.

«El Coritu» intentó resistir a los hombres de Muñoz Grandes que iniciaron el ataque el 20 de septiembre e inicialmente pudo rechazarlos, hasta que estos decidieron una nueva estrategia, eludiendo el enfrentamiento directo y lograron su objetivo tomando Ventaniella, Valdeteja y la carretera de Cofiñal a Tarna, rodeando Puebla de Lillo y avanzando por la Sierra de Valporquero.

El 30 septiembre, Muñoz Grandes tomó Cofiñal, mientras en San Isidro pocas horas después también se rompían las defensas de Silvino Morán. El 7 de octubre Tarna cayó por fin en poder de la II Brigada Navarra, después de cuatro horas de combates, y tres días más tarde Franco visitó el frente para poder ver el desarrollo de los combates en aquel frente. Cuando llegó, la aldea estaba arrasada y, según El Tebib Arrumi, era «(?) tres días después de ocupada, un inmenso brasero».

¿Qué había ocurrido? Que Tarna estaba asolada es un hecho, pero las versiones sobre su destrucción difieren. La mayor parte de los historiadores modernos defienden la versión de que, al igual que ocurrió en Guernica con la Legión Condor, la destrucción fue obra de los aviones franquistas y que, como en aquel caso, se hizo recaer la responsabilidad sobre los perdedores.

Sirva como ejemplo de esta opinión este párrafo del historiador Javier Rodríguez Muñoz, publicado recientemente: «El 7 de octubre la II Brigada Navarra ocupó el pueblo de Tarna, que estaba totalmente arrasado. Como ocurriera en otros lugares durante esa fase final de la campaña, la aviación había descargado sobre el lugar sus bombas una y otra vez, y el pueblo quedó materialmente reducido a escombros. Posteriormente la propaganda franquista acusó a los republicanos en huida de la destrucción».

Al contrario, en el capítulo de «¡Asturias por España!» titulado «El Generalísimo en el frente. El espectáculo de Tarna e Isoba entristece a S.E.», el Tebib Arrumi resume la postura de los vencedores contando como, después de haber girado una visita al frente oriental de Asturias, Franco llegó al frente de León acompañado de dos generales de su Estado Mayor. Primero visitó todo lo que había sido el frente Riaño-Lillo, llegando -según el cronista- hasta las líneas más avanzadas donde las columnas se estaban desplegando para la operación del día, en la que conquistaron el Pico de Valverde. El «Generalísimo» se mostró muy satisfecho de la labor realizada y elogió el trabajo de las tropas en un terreno tan duro como aquel, pero no faltó «una nota dolorosa que entristeció por unos momentos su mirada alegre».

«Fue al contemplar el espectáculo que ofrecían los pueblos de Tarna e Isoba, dos humildes aldehuelas enclavadas en el corazón de esta dura serranía, donde por la aspereza del terreno, por un lado, y el clima, por otro, sólo viven gentes dedicadas a labradores y al pastoreo. Pues bien, a pesar de la humilde condición de los habitantes de estos dos pueblos, los bárbaros rojos han destrozado de tal forma las humildísimas casucas, volándolas e incendiándolas, que no han dejado una sola en pie».

El Tebib añade más adelante que «El Generalísimo se condolió de esta barbarie». Y si tenemos en cuenta que condolerse es, según el Diccionario de la RAE, lo mismo que compadecerse, nosotros añadimos que fue una pena que tan piadoso y tierno personaje no se compadeciese también cuando tuvo que rubricar las innumerables penas de muerte que le ayudaron a asentar su régimen, aunque a lo mejor tenemos la explicación en la frase con la que el abuelo de Gallardón quiso cerrar esta crónica firmada el 10 de octubre de 1937: «El espectáculo de Tarna e Isoba que hoy ha presenciado su excelencia, puede muy bien trocarse en la gota de agua que haga rebosar el vaso de su generosidad proverbial».

Después de haber consultado varias fuentes, nuestra opinión es la de que Tarna sufrió repetidos bombardeos, pero que los republicanos también incendiaron sus posiciones antes de abandonarlas para que no pudiesen ser reutilizadas por sus perseguidores; a pesar de todo, no lo lograron totalmente porque los militares franquistas acabaron parapetándose entre los muros que quedaron en pie, antes de iniciar su descenso hacia Campo de Caso, tanto por los caminos de la montaña como por la carretera que había sido inaugurada dos años antes.

La última resistencia la encontraron en un grupo poco numeroso que intentó proteger la retirada de los otros desde la posición de «El Corollu», pero fueron aniquilados por sus enemigos que eran muy superiores en número. Desde ese momento ya todo estuvo perdido y el Frente Norte quedó herido de muerte.