A mediados del siglo diecinueve quedaban reguladas en España las bases del Bachillerato, cuyos estudios se consideraban «esencialmente propios» de la clase media. Y desde los poderes públicos se confirmaba que la enseñanza de la juventud no era una mercancía que pudiera dejarse a la codicia de los especuladores ni debía equipararse a las demás industrias en que domine solo el interés privado.

Pues bien, se cumplen ahora 120 años de la implantación de la enseñanza secundaria en Langreo. Y pronto cumplirá medio siglo de vida el I.E.S. «Jerónimo González» de Sama. Dos instituciones educativas de distinto rango, que, junto a otras, marcan la continuidad y el desarrollo de los estudios medios en el concejo, y cuyos orígenes estuvieron salpicados de polémicas e intereses de distinta índole.

A finales de 1883, el director de un colegio de Medina del Campo propone a la Corporación municipal que subvencione el establecimiento de un centro de segunda enseñanza en Langreo. Poco después, varios vecinos de Sama hacían la misma petición al Ayuntamiento. En los debates del Pleno municipal sobre este asunto primaron razones sociales para denegar ambas solicitudes: a ese colegio solo podrían asistir los hijos de los más pudientes, ya que las familias pobres, que eran la mayoría, al no disponer de recursos para que pudieran estudiar una carrera, se veían obligadas a que sus hijos trabajasen en las minas o en las fábricas, «lo cual habría de traer más tarde censuras más o menos justificadas por parte de los propios trabajadores». Era una verdad a medias. Lo cierto es que Langreo sufría una grave crisis económica que duró algunos años. Cientos de obreros se quedaron entonces sin trabajo. La miseria casi general, los disturbios sociales y una emigración masiva fueron las principales consecuencias de aquella desfavorable coyuntura económica, que afectó especialmente a los estamentos más desfavorecidos. Por primera vez van a retumbar en los valles mineros los estrépitos intimidatorios de la dinamita.

En el verano de 1892, coincidiendo con los inicios de un período de bonanza y siendo alcalde Antonio María Dorado, se aceleran las gestiones para contratar profesores versados en las asignaturas fundamentales del Bachillerato, y ante la presión de otro influyente grupo de vecinos de Sama, la Corporación acuerda esta vez subvencionar un colegio de segunda enseñanza con una aportación anual de 7.000 pesetas durante un quinquenio, condicionándose la continuidad del centro a que, en ese período, dos tercios de los alumnos matriculados aprobaran todas las asignaturas: los exámenes finales se realizaban en el Instituto «Alfonso II» de Oviedo.

Al contrario de lo dicho un decenio antes, se explicaba ahora que el nuevo colegio sería beneficioso para los hijos de las familias de «reducida posición», si bien solo se reservaban para ellos cuatro plazas becadas, que no se llegaron a cubrir. En octubre de 1892 se iniciaban las clases con 27 matriculados. Eran alumnos de Langreo y de otros municipios y poblaciones aledañas: San Martín del Rey Aurelio, Pola de Laviana, Siero, Bimenes, Tudela de Veguín. Además del Bachillerato, se preparaba para las carreras de perito mercantil, capataz de minas, impartiéndose también clases de latín para el ingreso en el seminario.

No faltó la polémica a la hora de decidir la ubicación del colegio. Un concejal felguerino propuso que, en vez de instalarse en Sama, se buscara un local apropiado en El Puente, por ser una zona equidistante entre Sama y La Felguera. Un edil samense le respondió que tal sitio favorecería aún más las rivalidades, puesto que allí «no había guardias municipales ni personas respetables» que pudieran evitar cualquier trifulca entre los jóvenes de ambas localidades. Otro de los sitios indicados para el colegio fue una fonda de Lada y otro local de La Felguera, que tampoco fueron aceptados. Por esas fechas se iniciaba con fuerza la pugna localista entre las dos villas langreanas mas importantes.

En los primeros años fue director del colegio municipal Juan M. Álvarez Miranda, primer párroco de Sama. Y figuraban en el claustro de profesores otros dos sacerdotes, lo que podría ser un indicio del ideario predominante en el nuevo colegio, que se llamó «Luis de Gonzaga» y que se instaló primero en una casa particular de la calle Schultz de Sama, luego en un departamento del juzgado, estableciéndose definitivamente, desde 1897, en el ya desaparecido teatro Vital Aza, en cuyo solar se levantó hace unos años la actual Escuela de Música. Asociado al Instituto «Alfonso II», el centro langreano se ganó pronto merecida fama por sus éxitos académicos. Así, en el curso 1895-96, compitiendo con otros doce colegios del resto de Asturias, obtuvo nueve de los catorce premios extraordinarios que se otorgaban.

Otra polémica de mayor dureza y publicidad se desató por esos años. Estuvo promovida por sectores republicanos de la pequeña burguesía local y apoyada por más de mil obreros de las minas y las fábricas. En la controversia, seguida con interés por la prensa regional, se acusaba al alcalde Dorado de transferir ilegalmente al colegio de segunda enseñanza una subvención que la Diputación había asignado en principio a una ilusiva Escuela de Artes y Oficios, solicitada por el Ayuntamiento diez años antes. La mayoría de los litigantes se oponía radicalmente a los estudios de Bachillerato, que consideraban «altamente dispendiosos y nada idóneos para la nueva configuración industrial del municipio». Había igualmente razones morales en la protesta. Los contestatarios defendían el centro educativo profesional «para que la corrupción y el vicio no se posesionen de tanto infeliz obrero, que por el mucho abandono en que se le tiene, vive al borde de la catástrofe». Y junto a esa moralizante justificación, se aducía que la Escuela de Artes y Oficios serviría para evitar que arraigaran en los obreros langreanos perniciosas y disolventes ideologías. A pesar de ser éste un vano empeño, con el tiempo se fue mitigando la polémica por las influencias políticas y los ardides burocráticos de Dorado. La creación de la Escuela de Artes y Oficios aún se retrasaría unos cuatro lustros.

En 1899, los profesores Aurelio Delbrouck, recién nombrado director, y Jerónimo González, hacen todo lo posible para modernizar los métodos pedagógicos del colegio. Y darle también una orientación más laica. Durante los tres decenios siguientes, el centro de bachillerato se mantuvo a un nivel bastante digno. En 1928, el alcalde Joaquín Soldevilla solicitaba un Instituto Nacional para Langreo, apoyando la petición los municipios de Pola de Laviana, San Martín del Rey Aurelio, Caso y Sobrescobio.

Aurelio Delbrouck moría un año después, y el colegio tomará desde entonces un giro inesperado. Se hizo público que tres órdenes religiosas (agustinos, dominicos y maristas) estaban interesadas en regentar el centro de bachillerato. A propósito, en junio de 1929, el socialista Belarmino Tomás leyó ante la Corporación «un escrito de queja» como ciudadano -había dejado de ser concejal corporativo meses antes-, arguyendo que no estaba de acuerdo con que el colegio municipal se concediera a una congregación religiosa. Y así fue en los años siguientes.

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