El domingo 16 de diciembre, al leer la columna de mi estimado Ricardo Montoto, no tuve por menos que esbozar una sonrisa ya que todos conocemos a alguien que tras un viaje llega impresionado y se esfuerza en convencerte del grado de desarrollo de tal o cual lugar, de lo extremadamente civilizadas y amables que son las personas en esas latitudes y hasta de lo perfectamente embaldosadas que tienen otros las aceras. Concretamente, al menos a los asturianos, esto nos pasa mucho.

Ricardo escribe fascinado sobre la experiencia de Gobierno municipal en Torrelodones tras un viaje a esa población, si bien aclara que conoció la historia a su regreso viendo un programa televisivo.

Es decir, deja sin efecto mi inicial premisa sobre que su entusiasmo obedeciera a la excitación del viaje y a la novedad. Siendo así ¿cómo explicar esa exaltación del modelo Torrelodones al cual poco menos equipara con el concepto de la polis griega?

Pienso -y Montoto puede corregirme cuando lo estime oportuno- que lo que expone en su columna es algo más profundo y que cuenta con bastantes seguidores en estos tiempos: la descalificación a priori de todo partido político y de las ideologías.

Por ejemplo, en su artículo Ricardo V. Montoto alude a que el ayuntamiento de Torrelodones -gobernado por ediles independientes- resulta menos costoso ya que «los vecinos van a lo que van, a procurar que su municipio funcione lo mejor posible», dice que «las mandangas ideológicas cuestan dinero». O también se puede leer «ni de izquierdas ni de derechas que es lo que encarece el asunto».

Vamos, el mensaje está claro aunque yo no lo comparto y hasta me permito rebatirlo pues no me parece aceptable, ni es intelectualmente honesto, aplicar la sombra de la duda sobre la virtud de un cargo público tan solo por pertenecer a un partido. No en vano los militantes de los partidos políticos somos tan ciudadanos como los que no tienen ningún carné y podemos ser tan torpes o tan brillantes, y por supuesto tan honestos, como los independientes. Pero que por favor se conceda a todo el mundo la «presunción de inocencia» y «de eficiencia».

Por cierto, en Marbella la institución municipal no estaba regida por políticos con ideología definida (llevaban en sus siglas las palabras Independiente y Liberal). Quede claro que no comparo lo de Torrelodones con lo de Marbella, son contextos muy diferentes.

Por otro lado, hay personalidades que tanto reniegan de los partidos que acaban por fundar uno, eso sí a su imagen y semejanza: véanse los casos de UPyD y Foro Asturias. Todo ello recuerda mucho a las bases sobre las que se construyó hace ya tantas décadas el Justicialismo o peronismo, otro intento fallido de superar las ideologías. De hecho, estoy convencido de que aquellos que se empeñan en renegar de ellas son los más ideologizados.

En realidad no creo en la superación de las mismas porque todo ser humano toma sus decisiones según una forma de entender la vida y de relacionarse con la realidad lo cual ya constituye una ideología entendida la cual como escala de valores. En mi caso pienso que la ideología vertebra unos ideales sin que ambos conceptos sean excluyentes uno del otro y alejándose de cualquier comportamiento sectario.

Coincido con el estado de opinión creciente en un aspecto: es preciso democratizar y mejorar el funcionamiento de los partidos políticos (y de los sindicatos). Es urgente hacerlos más cercanos y transparentes pero ello solo será posible si muchas personas interesadas en trabajar por la sociedad se incorporan a esos proyectos con ánimo de transformarlos. Eliminar los partidos no es la solución. Eso solo abriría las puertas al totalitarismo.