Cuando uno ve por la televisión a esos supuestos aventureros informatizados que llegan al fondo de cavernas nunca holladas por el hombre o avanzan en solitario por el Polo Norte, se pregunta cómo es posible que si son ellos los primeros en estar allí, alguien pueda manejar la cámara que filma su descenso desde el fondo de la cueva o su marcha sobre el hielo a veinte metros de distancia y sospecha que se nos quiere tomar por imbéciles.

Hace ya mucho que es imposible encontrar un viaje inédito o realizar una actividad que merezca correr un riesgo sin caer en el ridículo. Es verdad que nadie ha subido aún al Everest culo atrás -creo que es lo único que le queda por ver a la sufrida cumbre-, pero en cambio abundan los individuos que se tiran desde los puentes vestidos de polichinela, hacen la Ruta de la Seda en patinete, o suben corriendo por la escalera hasta el último piso de un rascacielos; incluso he visto a un sujeto patrocinado por una marca de refrescos que se ha lanzado en caída libre desde el espacio exterior, llegando a la Tierra tan ileso que no hizo falta ni ponerle una tirita.

Hoy les voy a hablar de un aventurero de verdad, al que ya cité en otra de estas historias hace ya cinco años, aunque ahora quiero ampliarles más cosas. Nuestro hombre se llamaba Jesús Fernández Duro y fue capaz de ir y volver desde Asturias hasta Moscú con un automóvil Panhard & Levassor que tenía 15 CV y las comodidades que se pueden suponer para los principios del siglo XX, en el viaje más largo que se había hecho hasta aquel momento, cuando apenas había gasolineras ni mapas de carreteras y la fantasía no podía imaginar un GPS.

Recorrió en aquella empresa miles de kilómetros de un firme que haría buena a cualquier caleya con dos compañeros: su amigo Fernando Muñoz Bernaldo de Quirós, que sería el tercer duque de Riansares y el mecánico Marcelino Laujedo. No se equivocan si suponen que esas cosas solo las podía hacer un hombre rico, porque esa fue su condición. Si quieren seguir leyendo, ahora les cuento como transcurrió su frenética vida, empezando por el drama que supuso su nacimiento en 1878 en La Felguera, ya que su madre, que era hija de Pedro Duro, el fundador de la empresa que aún lleva su apellido, falleció a las pocas semanas del parto, por unas complicaciones que no pudo superar.

Nuestro hombre pasó su primera infancia en la cuenca del Nalón, luego estudió con los jesuitas en Palencia y con los agustinos en Barcelona para concluir su formación en París y Ginebra, donde asistió a una escuela politécnica para estudiar ingeniería mecánica. En 1900 se estableció en Madrid donde estaba el domicilio social de la Sociedad Metalúrgica Duro-Felguera, que presidía su padre, aunque ya nunca abandonó la querencia por lo francés. Allí había conseguido su título de piloto de aeróstatos, realizado sus primeros vuelos y encargado su primer globo, el Alcotán, estrenado en París, con el que levantó la admiración de los madrileños efectuando exhibiciones y observaciones meteorológicas y astronómicas.

También fue parisino el automóvil que les cité antes, adquirido cuando aceptó trabajar como interprete de la empresa familiar en el pabellón de la Exposición Universal y que resultó el complemento perfecto para una existencia dedicada a los deportes caros.

Le gustaba la velocidad y supo compaginar las diversiones con su actividad como empresario en un negocio de importación y reparación de coches; pero su obsesión eran los vuelos. En mayo de 1905, siguiendo la idea que había visto en Francia, fundó junto al teniente-coronel Pedro Vives el Real Aero Club de España, cuyas siglas coinciden con las del popular RACE, en el que se agrupan actualmente miles de automovilistas españoles. Vives era otro pionero del aire y aunque su objetivo pasaba por organizar la aviación militar española, ambos se entendieron bien y coincidieron en abrir escuelas de pilotos y colaborar con el Aero Club Francés, del que podían aprender muchas cosas.

Cuando la idea se hizo realidad, ellos quedaron en un segundo plano, como sucede a menudo, mientras la presidencia del RACE fue para el marqués de Viana y la vicepresidencia para Alfredo Kindelán, pero lo más importante ya estaba hecho y el día de la inauguración, el 18 de Mayo de 1905, el rey Alfonso XIII estuvo presente en el Parque de Aerostación, junto a la Fábrica del Gas del paseo de las Acacias de Madrid para ver como Jesús Fernández Duro ascendía en su globo mientras lanzaba flores a los asistentes y todo el país se enteraba por la prensa de que el mundo de la aviación entraba a formar parte de nuestra vida cotidiana.

A pesar de que tuvo una vida breve, no cesó en su actividad y obtuvo galardones en todas las competiciones que se organizaron en su tiempo, lo que le valió el reconocimiento como Caballero de la Legión de Honor francesa. No hay espacio para reseñar sus movimientos, pero si debemos pararnos en 1906, su año más brillante.

Aquel enero ganó la Copa de los Pirineos al realizar una travesía en solitario a bordo del Cierzo desde Pau, en Francia, hasta Guadix, en Granada. El viaje duró dos días y el aventurero llegó a soportar hasta 16 grados bajo cero a 3.500 m de altitud, pero incluso en esas condiciones extremas se las arregló para no perder del todo los hábitos de su buena vida y no dejó de fumar. Pueden ustedes suponer el riesgo que entraña mantener el vicio del tabaco a bordo de un globo que puede inflamarse en cualquier momento. Él lo logró encendiendo los cigarros con un reóstato eléctrico y protegiéndolos con una envoltura de malla metálica. Lo curioso es que como la fortuna protege a los audaces, el tabaco le salvó la vida, ya que se acordó de subir los habanos, pero olvidó la linterna en tierra y por la noche solo pudo consultar la brújula y el barómetro a la luz de las caladas.

Dos meses más tarde trató de atravesar el Mediterráneo partiendo de Barcelona, aunque las malas condiciones climáticas le hicieron apearse en Francia. He tenido la suerte de encontrar una carta fechada el 16 de febrero de 1906, recogida por una publicación de la época, en la que le cuenta a un amigo los planes previstos para engañar al teniente-coronel Vives, entonces jefe del parque de Guadalajara, quien no era muy propicio a consentir la empresa por los riesgos que entrañaba y debía dar el consentimiento para que lo acompañase en la aventura el joven duque de Riansares, que entonces era teniente y estaba bajo sus órdenes. Vean este párrafo:

«Le diremos que antes de emprender el viaje definitivo haremos pruebas con poco viento y seguidos por un barco, para probar los estabilizadores y desviadores. Escríbele en este sentido y dile que haremos todo lo que creas ha de convencerle. Pero en realidad la cosa será muy distinta. Mi plan es no hacer ninguna prueba y en cuanto haya un viento O. SO. que nos parezca bastante fuerte, inflar y salir inmediatamente». El cierre de esta misiva también refleja la manera el carácter despreocupado de nuestro personaje que juega con su apellido transformando las cinco pesetas en moneda francesa: «Un fuerte abrazo de tu buen amigo 5 francs (Duro)».

Por fin, el 25 de marzo el Huracán ya estaba en Barcelona lleno de gas, pero el cambio de viento retrasó el despegue hasta el día 2 de abril a las 5, 50 de la tarde cuando los dos hombres pudieron partir con viento favorable, aunque su travesía se interrumpió después de más de 15 horas de viaje, cuando se encontraban a 7 km al norte de Salses, en el Rosellón galo. De todas formas, la prensa celebró aquello como un éxito porque habían logrado recorrer 380 km, de ellos 310 sobre el mar.

Luego vino el viaje por carretera hasta Rusia y, cuando se encontraba en lo mejor de su carrera, preparándose para otras competiciones y realizando las pruebas para la construcción de un hidroavión que él mismo estaba financiando en París, lo que no pudieron hacer los elementos lo consiguieron los microbios: el jueves 9 de Agosto de 1906, Jesús Fernández Duro falleció en San Juan de La Luz, a causa de unas fiebres tifoideas.

En aquel momento solo tenía 28 años, aunque a pesar de su juventud ya contaba -como dije más arriba- con la Legión de Honor de Francia, y también con otras condecoraciones de aquel país como la medalla del Automóvil Club francés y el Aeroclub de París; también el Aeroclub de Berlín le había distinguido por su contribución a la divulgación del deporte y la ciencia aeronáutica; era, en suma, un personaje popular a ambos lados de Los Pirineos y la noticia ocupó varias páginas en las revistas francesas y españolas.

Aunque tardó en ser reconocido en su tierra, actualmente cuenta con un monumento en su honor que se inauguró en La Felguera el 21 de marzo de 2004, un círculo aeronáutico lleva su nombre y la Sociedad de Festejos y Cultura «San Pedro» se ha ocupado de publicar su biografía. Si ustedes quieren conocer menos anécdotas y más datos sobre nuestro aventurero, no duden en recurrir a ella.