«Salus infirmorum» es una frase latina que podemos traducir como «la salud de los enfermos»; también se llama así uno de los mejores cuadros que se han pintado en Asturias. Su autor fue Luis Menéndez Pidal, nacido en Pajares en 1861 y miembro de la familia más culta que ha dado esta tierra: Juan, uno de sus hermanos, fue un prestigioso historiador y director del Archivo Histórico Nacional durante muchos años; Ramón, el otro, prefirió la filología y también llegó a dirigir la Real Academia Española, formó parte de la Generación del 98 y ha pasado a la historia como el divulgador del Cantar del Mío Cid; por último su hijo, llamado Luis como él, fue un conocido arquitecto y restaurador, firmando entre otros proyectos los del Parador de Turismo de Pajares, la Biblioteca Pública de Gijón y la Capilla de la Santa Cueva de Covadonga.

Los tres hermanos pudieron estudiar con holgura gracias a que su padre Juan Menéndez, también natural de Pajares, era magistrado y su madre Ramona pertenecía a la saga de los Pidal de Villaviciosa, por lo que en la casa no faltaba el dinero. En 1875 el padre fue trasladado por motivos de trabajo, obligando a la familia a ir con él hasta Sevilla y en esa ciudad entró el joven Luis en contacto con el mundo del arte, aunque fue obligado a continuar los pasos de su progenitor y por ello acabó la carrera de Derecho en Madrid, pero cuando aquel murió, se vio libre para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Salvador de Oviedo y seguir su verdadera vocación de pintor.

Enseguida apuntó maneras y, como seguía en su idea, fue enviado en 1885 a la Escuela Superior de Pintura de Madrid y luego, gracias a una beca, a Roma y Florencia, donde residió hasta 1888. De allí se trajo la obra Éxtasis de San Francisco, que expuso en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y poco después obtuvo una medalla secundaria con el lienzo A buen juez, mejor testigo en la Exposición Nacional de Bellas Artes, a la vez que era nombrado profesor de «Formas en la naturaleza y en el arte» de la Escuela Superior de Artes Industriales; todavía tuvo que esperar a 1892 para obtener la de primera clase con La cuna vacía, un lienzo de grandes dimensiones, pintado en Asturias, donde tenía su verdadera inspiración.

Sobre este cuadro debo contarles que estaba incluido en la relación de una veintena de obras en paradero desconocido, premiadas en las exposiciones nacionales de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Hace unos años un investigador hizo un llamamiento para intentar localizarlas, obteniendo la respuesta de que La cuna vacía se encuentra «en la pared del salón de billar, en una casa particular en Ribadeo».

En fin, Luis Menéndez Pidal pasaba todos los veranos en su Pajares natal y allí estaba en 1896 cuando sintió la necesidad de recrear una escena que ya venían repitiendo otros autores desde principios de aquel siglo: el momento en que una familia campesina se presenta ante el altar de una iglesia con su hijo pequeño enfermo haciendo votos para pedir su curación.

Evidentemente es un tema religioso y hay constancia de que Luis Menéndez Pidal era un hombre de fe; quizás por ello se esmeró especialmente en esta obra en la que recreó el interior de la iglesia parroquial de San Miguel de Pajares con la intención de juntar en un pintura clásica sus querencias: la devoción cristiana y el cariño por su tierra. El resultado fue el trabajo de más calidad de los que llegó a firmar en su larga carrera de artista, bautizado como «Salus infirmorum».

Uno de los especialistas más prestigiosos en pintura asturiana, el profesor mierense Javier Barón, fue nombrado en 2003 Jefe del Departamento de Pintura del Siglo XIX del Museo del Prado y pocos meses más tarde publicó en el boletín de esta popular institución un estudio completo sobre los cinco cuadros de Luis Menéndez Pidal que tienen sus fondos: «El éxtasis de San Francisco», «Al trabajo», «Gnomos alquimistas», un «Autorretrato» y «Salus infirmorum».

El pintor lenense solía frecuentar las salas del Museo madrileño para aprender las técnicas de nuestros clásicos y ejercitar la suya como copista, recreando a sus favoritos: Carreño Miranda, El Greco, Goya y sobre todo Velázquez. Su discurso de ingreso en la Academia de San Fernando versó sobre el maestro sevillano y en marzo de 1899 fue nombrado vocal de la Comisión que se encargó en El Prado de organizar la sala monográfica que se abrió en conmemoración del IV Centenario de su nacimiento, aunque según algunos críticos esta influencia llegó a ser tan marcada que cuando presentó su obra El espejo del bufón, la rechazaron manifestando que era poco menos que un plagio de los personajes velazqueños.

Cuando Luis Menéndez Pidal pintaba los paisajes de Pajares lo hacía al natural, embebido por la magia de la luz atenuada que había conocido en su niñez y con la que quiso iluminar el altar que estaba reflejando en su nuevo cuadro, un óleo sobre lienzo de 81 x 101 cm.; pero aquella iglesia, a pesar de haber sido reformada en 1861, resultaba sombría y además -como todos sabemos de sobra- el verano de nuestras montañas es muy corto.

Así que cuando quiso darse cuenta se encontró a las puertas de un otoño gris que solo le permitía coger los pinceles en las horas centrales del día si quería mantener las mismas tonalidades con las que había iniciado aquel trabajo y tuvo que prolongar su estancia en la casa familiar, con el consiguiente disgusto de su mujer Josefa Álvarez Aramburu.

Javier Barón recoge en su publicación una carta que esta dirigió a una de sus cuñadas el 9 de noviembre de aquel 1896 en la que le cuenta aquella situación: «nosotras estamos aburridísimas con tal mal tiempo, pues no cesa de llover y nevar, tenemos un frío atroz y estoy deseando por momentos marchar porque no se disfruta nada de esto? Luis me encarga te diga que aún no sabe cuando nos vamos, pues esto depende de terminar él su cuadro, y como en la iglesia no hay luz, hace muchos días que no puede trabajar, si viniesen buenos días cree que en 6 u 8 lo terminaría».

Cuando concluyó la obra tal y como la había previsto, pensó en darla a conocer en algún certamen. En España el más prestigioso era la Exposición Nacional de Bellas Artes, donde ya les he dicho que había obtenido en 1892 una medalla de primera clase, pero ante la duda de que se pudiese celebrar aquel año, se decidió a enviarla a la Exposición Internacional de Munich junto a otras dos obras Un soneto de Quevedo y Un cuento de hadas.

La decisión fue acertada, ya que, aunque finalmente sí se pudo hacer la convocatoria española y él no estuvo presente, Menéndez Pidal vendió fácilmente aquellos dos cuadros en Alemania. En 1898 los críticos acogieron con elogios la presentación de «Salus infirmorum» en una exposición que organizaba el Círculo de Bellas Artes en el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid y por al año siguiente logró con este cuadro su segunda medalla de primera clase en la Exposición Nacional española y fue adquirido por 6.000 pesetas por Real Orden de 8 de junio de 1899, con destino al Museo de Arte Moderno.

Para la historia queda también la pequeña pero inevitable polémica que seguía en aquel tiempo al apellido Pidal, popularizado por su tío el marqués y ministro de Fomento, por lo que hubo quien quiso politizar aquel premio escribiendo que se le había concedido gracias a su parentesco con el reconocido cacique.

Quien vea el cuadro se dará cuenta enseguida de lo merecido de aquel galardón, cosa que no dudaron tampoco la mayoría de sus contemporáneos. La prueba está en que no tardó en convertirse en una muestra de lo que hoy se llama pomposamente «la marca España». En 1900 fue enviado, junto a otra obra del artista a la Exposición Universal de París; volvió de nuevo a la capital francesa a una muestra de la pintura española que se exhibió en 1919 en el Petit Palais; fue llevado a la Bienal de Venecia de 1924 y antes de concluir aquella década también se presentó en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas, en La Haya y en Amsterdam.

Luis Menéndez Pidal en 1906 fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y siguió compaginando su actividad creadora con la enseñanza. En 1901 consiguió la cátedra de Arte Decorativo en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid; y en 1907 la de Dibujo y Ropaje en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Falleció en Madrid en 1932, dejando su obra repartida por numerosos museos y colecciones particulares. «Salus infirmorum» fue depositado en 1973 en el Museo Arqueológico de Cuenca y devuelto a El Prado el 7 de mayo de 1996. Allí sigue, en buena compañía.