La compañera dinamita
Los conflictos laborales se recrudecieron en mayo de 1890 con la colocación de una bomba en la casa familiar de Inocencio Fernández Martínez, propietario del Coto Minero La Paz del valle de Turón

La compañera dinamita
Ernesto BURGOS Historiador
Se ha escrito que la primera huelga de la que se tiene memoria en Asturias fue la que declararon en Oviedo los empleados de Constantino Gómez, al que llamaban "El Diablo". El industrial al parecer no estaba satisfecho con la abusiva jornada laboral que imponía en su almacén de muebles y pretendió aumentarla aún más, lo que causó la protesta de aquellos infelices que se jugaron el tipo exponiéndose al despido y la cárcel. Lo cierto es que acabaron ganando su demanda cuando corría enero de 1872, pero, como ahora veremos, bastantes años antes que ellos, otros obreros ya habían decidido plantarse en el trabajo para luchar por sus demandas.
En una fecha tan temprana como 1858, cuando aún faltaban seis años para que se fundase en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o Primera Internacional si lo prefieren, los metalúrgicos de la Compañía Minera y Metalúrgica de Mieres, que todavía no había adquirido Numa Guilhou, ya pararon su actividad solicitando un aumento salarial por medio de un comité de negociación cuyos miembros fueron detenidos. Así lo contaba el diario "La Discusión" el jueves 21 de octubre de aquel año:
"Acaban de decirnos que los obreros de la fábrica de fundición y de las minas de Mieres han reclamado de su director un aumento de jornal y el pago de los jornales atrasados, de cuyas resultas siete de los peticionarios han entrado hoy presos en Oviedo. No sabiendo exactamente los pormenores de este desagradable suceso y temerosos de formular juicios infundados, nos abstenemos por ahora de todo comentario".
La escueta afirmación acabó ampliándose con una aclaración que desvinculaba a los huelguistas de cualquier ideología política, lo que en aquel momento quería decir que no eran carlistas, ya que los republicanos casi no existían, los anarquistas aún iban a tardar casi dos décadas en darse a conocer en Asturias y el socialismo todavía más, hasta la década de 1890. Veamos como lo explicaba el periodista:
"Los trabajadores de la gran fábrica de hierro de Mieres del Camino, provincia de Oviedo, han pedido violentamente el aumento de sus jornales. El gobernador civil de la misma dispuso la instrucción de una sumaria en averiguación de los autores del motín, de la cual resulta que los insurrectos no abrigaban ninguna tendencia política, como se había supuesto en un principio".
Si hablamos de huelgas generales, los historiadores estamos de acuerdo en que la primera con estas características no se produjo hasta mayo de 1873 y también fue causada por una demanda de aumento salarial, que en este caso exigía doblar la mísera paga que se cobraba en los tajos. La secundaron 2.000 trabajadores de Sama de Langreo y La Felguera y tuvo su pequeño reflejo en Mieres, donde solo llegaron a parar 200 mineros, ya que los patronos con buen tino, antes de que la cosa pasase a mayores accedieron enseguida a la petición elevando el jornal de 6 a 12 reales. En el Nalón, donde se cobraba más, no fue tan fácil e hicieron falta dos semanas para conseguir que quienes recibían 7 pasasen a 14 y los que percibían 8 llegasen a los 16 reales.
Desde este momento, la lista de paros puntuales se hizo cada vez más densa, siempre por motivos de reivindicación salarial o de reducción de jornada y afectando por igual a las minas y fundiciones de nuestras dos cuencas, e incluso en contadas ocasiones a otros sectores puntuales, como ocurrió en marzo de 1879 cuando los peones que empedraban la carretera del puerto a la altura de Puente Los Fierros dejaron en el suelo sus herramientas hasta que no vieron crecer sus libramientos.
Con todo, el conflicto más importante de estos años, tanto por su extensión como por sus características, fue el que se registró en mayo de 1890, porque en él los obreros dieron un paso más en sus protestas y recurrieron a una nueva compañera que ya no iban a abandonar hasta bien entrado el siglo XX: la dinamita.
No es fácil saber en que momento los paros empezaron a acompañarse con otro tipo de incidentes, pero un año antes, a finales de abril de 1889, el ambiente que se vivió en un plante que afectó a los hornos de Mieres ya hacía sospechar que las cosas estaban cambiando y la violencia picaba a la puerta. Así lo sospechaba el corresponsal del diario "La Iberia": "Continúa en Mieres (Asturias) la huelga de los operarios de la fábrica del Sr. Ibrán, ascendiendo a cerca de 700 el número de los huelguistas. Hasta ahora la huelga tiene carácter pacífico; pero se teme que se haga más numerosa y que se propague a los mineros de aquellos contornos".
En aquella primavera de 1890, en Vizcaya y Asturias, los dos focos industriales del norte de España, se multiplicaban las demandas de los trabajadores. En nuestra región, cuando las cuencas mineras decidieron sumarse a la protesta ya estaban en paro sectores tan diferentes como los picapedreros en Avilés, los panaderos de Oviedo o los albañiles de Bimenes, todos tras las mismas demandas de siempre: mejores sueldos y menos horas de trabajo.
Los primeros mineros se quedaron en casa en las explotaciones de "Molinucu" y "Lláscares", que abastecían a la Fábrica de Mieres, y unos días más tarde ya era difícil encontrar un tajo activo en el Nalón o el Caudal. Para entender lo que pasó entonces hay que tener en cuenta que en aquel momento pequeños grupos de trabajadores ya empezaban a interesarse por la propaganda marxista -en 1891 se iba a constituir en Gijón la primera Agrupación Socialista Local y en febrero de 1892, Pablo Iglesias visitaría aquí a sus primeros seguidores- y en los círculos anarquistas se extendía la idea de que el camino más corto para conseguir algo pasaba por la acción directa.
De manera que la huelga se acompañó de manifestaciones que desde el Gobierno trataron de reprimirse con la intervención de la Guardia Civil, lo que no hizo más que provocar unos enfrentamientos como nunca se habían visto por aquí haciendo crecer la espiral de violencia hasta el punto de que se hizo necesario traer a las villas mineras un batallón del ejército procedente de León.
En aquellos momentos, uno de los hombres más ricos de la Montaña Central era Inocencio Fernández Martínez, empresario minero del valle de Turón y para muchos el mejor representante de lo que debía de ser el capitalismo moderno, ya que, al contrario de lo que hacían la mayoría de los terratenientes de la región, temerosos de invertir su dinero en algo que no pudiesen ver con sus ojos o medir con sus manos, participaba como accionista en una larga lista de empresas vinculadas con los cambios de la época y no le hacía ascos a los negocios bancarios.
Don Inocencio había sabido aprovechar la herencia familiar y explotaba el Coto La Paz que a finales de la década de 1870 era capaz de extraer 12.000 toneladas de carbón anuales, pero además procuraba que sus explotaciones se actualizasen con las tecnologías de la época y en aquel 1890 había instalado dos aparatos Berard con los que se podían lavar hasta diez toneladas métricas de hulla por hora, pero incluso así su empresa estaba pasando por un momento de estancamiento y además veía por primera vez la competencia de la Sociedad Hulleras de Turón, pensada por un grupo de industriales vascos que pugnaba por hacerse con algunas de sus propiedades.
Decididamente, aquel no fue un buen año para Inocencio Fernández, porque a sus problemas se unió otro inesperado cuando una bomba vino a turbar su pacífica existencia. La dinamita, que desde entonces iba a estar presente en muchas protestas mineras, hizo su debut volando la casa familiar, que servía además como oficina central de sus negocios.
Desconocemos la autoría de este atentado, pero seguramente influyó en la decisión de que la familia decidiese cambiar su residencia, detrás del viejo palacio de la localidad, y empezase a pensar en el nuevo el chalé, que se inauguró en 1929 con la capilla ardiente de Vicente, el hijo de Inocencio, quien ya había cambiado su apellido por el de Figaredo con el que sus descendientes se pasean hoy por la historia de Asturias olvidando que un día fueron unos sencillos Fernández.
En cuanto a la huelga, duró 15 días y concluyó con el triunfo de los trabajadores que pudieron conseguir muchas de sus reivindicaciones. Don Inocencio por su parte se convirtió en la imagen de la modernidad para los mierenses que se sorprendieron al verle colocar en su despacho el primer teléfono del valle y se maravillaron con su coche a motor, que también fue el primero en pasar por nuestras calles.
Aunque hay que decir que sus sustos no acabaron en aquel mayo de 1890, puesto que aún tuvo que vivir en sus carnes la visita del popular bandido Constantino Turón que en una demostración de chulería entró a robar en su casa después de avisar a la Guardia Civil. ¿Qué cómo lo consiguió?: disfrazándose de cura, pero esta ya no es la historia de hoy.
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