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Vida breve de una virgen roja

Un repaso a la trayectoria de Hildegart Rodríguez, toda una leyenda de la política española en los años treinta, quien llegó a ofrecer una conferencia para las Juventudes Socialistas en Mieres

Vida breve de una virgen roja

Hildegart alcanzó tanta fama en los años 30 que al citar su nombre no hacía falta ponerle apellido para saber de quien se estaba hablando. Y además llevaba el mismo de su madre Aurora Rodríguez, porque había sido concebida por ella sin más ayuda de varón que la estrictamente necesaria para lograr un embarazo. Por eso nunca tuvo padre y creció con la única guía de su progenitora, obsesionada por educar a un ser perfecto, culto y destinado a dirigir a las masas.

La mujer ya había intentado antes su proyecto con otro niño que le había dejado su hermana Josefa, madre soltera: se llamaba Pepito Arriola, con el segundo apellido de su abuelo materno y lo convirtió en un precoz director de orquesta hasta que Josefa decidió recuperar la custodia para administrar su lucrativa carrera. Cuando dejó de estar bajo su férreo control, Pepito se hundió en la mediocridad, pero eso ahora no nos interesa.

Para no repetir aquel error, la tenaz Aurora decidió convertirse en madre. Según su proyecto, después de un embarazo surrealista en el que la gestante apenas abandonó el lecho y todos los días le leía a su feto textos cuidadosamente escogidos, la pequeña nació en Madrid el 9 de diciembre de 1914 y los genes de aquel desconocido que doña Aurora había buscado con mimo por todo el país para que prendiesen en su óvulo dieron un fruto excelente.

Hildegart pasó su infancia estudiando, ajena a cualquier juego, y a los 14 años, con un expediente cuajado de sobresalientes y hablando a la perfección cuatro idiomas, consiguió una dispensa para iniciar los estudios de Derecho, que concluyó dos años más tarde, para matricularse a renglón seguido en la Facultad de Medicina.

La segunda parte del plan pasaba por hacerla entrar en política, de modo que en enero de 1929 pidió su ingresó en la UGT y en las Juventudes Socialistas madrileñas, donde no tardó en alcanzar una fama merecida como columnista en su prensa. Aunque las ideas de doña Aurora simpatizaban más con el mundo libertario, la mujer la dejó hacer confiando en que fuese ella misma quien se convenciese al conocer desde dentro el funcionamiento de las estructuras socialistas españolas; además en aquel momento la CNT, el sindicato anarquista, malvivía en la clandestinidad mientras la UGT, tolerada por el gobierno de la Dictadura pasaba por sus mejores días.

Fue también buena oradora y empezó a ser demandada por toda España como conferenciante especializada en temas relacionados con el feminismo y la sexualidad de la mujer, participando junto a Gregorio Marañón en la fundación de la Liga Española para la Reforma Sexual. Tampoco tardó en ser conocida en otros países e incluso llegó a rechazar la invitación para trasladar su actividad a Inglaterra que le hizo el escritor H. G. Wells durante una de sus visitas a Madrid.

Pero su madre no se había equivocado. El pensamiento político de Hildegart era demasiado avanzado para convivir con la realidad que se vivía en el PSOE, dividido en dos tendencias que estaban más interesadas en encabezar -cada una con su estrategia- el pujante movimiento obrero del momento que por enredarse en otras discusiones teóricas.

La "Virgen Roja", como iba a ser apodada, era a sus pocos años, una intelectual que no entraba en aquel ambiente y sus discrepancias empezaron a castigarse marginándola en los actos públicos y los mítines de su partido. Desde diciembre de 1930 "El Socialista" se negó a publicar muchos de sus artículos y en las fiestas del 1 de mayo de 1931 y 1932 no fue llamada a la tribuna de oradores de Madrid. Incluso se trató de impedir que acudiese a las provincias que querían contar con su presencia, llegando en este empeño a ocultar la correspondencia que se le enviaba a la sede de la agrupación y a contestar a aquellas peticiones dando falsas disculpas en su nombre sin que ella se enterase.

En medio de este mal ambiente, cuando se convocó en febrero de 1932 el Congreso de las Juventudes Socialistas, decidió no asistir, pero pudo saber que el delegado por Asturias Graciano Antuña, la había criticado allí por su pensamiento izquierdista, mientras otros compañeros de Levante y Santander salían en su defensa.

Antuña, miembro destacado de la Federación Estatal de la Minería y de la Federación Socialista Asturiana, era entonces secretario general del SOMA y al llegar las elecciones de febrero de 1936 sería diputado electo por el Frente Popular para acabar fusilado delante de las tapias del cementerio de Luarca en mayo de 1937. Ella no lo conocía personalmente, pero sabía que detrás de su ataque estaba Wenceslao Carrillo al que los celos por su éxito habían convertido en uno de sus enemigos más acérrimos dentro del partido.

Wenceslao era además el padre de su amigo Santiago Carrillo, que entonces se llevaba de calle a las mocitas de la izquierda madrileña y con el que había hablado alguna vez a solas escapando del control de su madre para recibir después las reprimendas consiguientes de aquella mujer dominante, tan pegada a ella que se aseguraba que nadie había llegado a ver a Hildegart sin que a pocos metros estuviese su rostro severo y vigilante.

Con ese resquemor, poco después la joven aceptó visitar Asturias para impartir un ciclo de conferencias en diferentes ateneos y aprovechó para desplazarse hasta Mieres donde tenía intención de hablar para la Juventud Socialista de la villa. Aquí, el recibimiento de sus compañeros de militancia fue mucho peor de lo que hubiese podido imaginar: todos la ignoraron, desde el alcalde y los concejales socialistas, hasta los directivos de Casa del Pueblo y los afiliados que cumplieron la consigna de no asistir a aquel acto.

Sin embargo la joven fue apoyada por los republicanos y comunistas, que entonces formaban la directiva del Ateneo, y ante la sospecha de que en Oviedo podía suceder lo mismo, decidió suspender una segunda conferencia que tenía prevista para la capital, a pesar de la expectación con la que era esperada.

Las organizaciones de Asturias representaban desde la época de Manuel Llaneza el ala más conservadora del PSOE y aprovecharon el plante de Hildegart para presentarlo en Madrid como un acto de indisciplina y la Juventud Socialista madrileña le abrió un nuevo expediente que culminó el martes 13 de septiembre con su expulsión por 52 votos contra 10. Una semana más tarde, ella misma enviaba su baja a la Agrupación Socialista Madrileña.

Tras su ruptura con los socialistas, la joven revolucionaria encontró acomodo en las filas del Partido Republicano Federal, donde tenía muchos amigos que llevaban tiempo invitándola a estar a su lado. Las simpatías sindicales de los federales se inclinaban por la CNT y algunos de sus dirigentes no ocultaban su apoyo a la acción directa que habría de llevar a la revolución de 1934 y que ella ya no pudo ver. Con el nuevo aire de libertad dio rienda suelta a su pluma en varias revistas internacionales, pero sobre todo en "La Libertad" y "La Tierra".

En este último periódico publicó una serie llamada "Cuatro años de militante socialista", en la que contó los acontecimientos que les acabo de resumir y que venía a complementar lo expresado en las 400 páginas del libro "¿Se equivocó Marx?", también escrito en 1932 y que alcanzó una enorme difusión. En la madrugada del 9 de junio de 1933, cuando solo había vivido 18 años, su propia madre puso fin a la criatura que había creado disparándole cuatro tiros mientras dormía. Nunca se aclararon sus motivos, aunque seguramente el principal fue que la joven había manifestado la decisión de volar por su cuenta. Detrás dejaba numerosos artículos de prensa y once libros que se habían vendido rápidamente.

La noticia de la muerte de Hildegart supuso una conmoción en la España republicana y su truculenta historia sirvió para inspirar varias novelas y películas de éxito. Su madre fue condenada a veintiséis años, ocho meses y un día de reclusión, pero en julio de 1936, el pueblo madrileño decidido a combatir el levantamiento militar del General Franco, abrió las puertas de las cárceles de la capital y los presos comunes supieron aprovechar la libertad que se buscaba para los políticos.

Cuando se descorrió el cerrojo, Aurora Rodríguez salió sin prisas y esperó en la calle a que los grupos de parientes y amigos que abrazaban a los suyos se fuesen marchando. Luego, echó a andar. Nunca se supo en qué dirección.

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