La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El cuaderno de Becerro de Bengoa

Relato de un viaje en tren desde el puerto de Pajares hasta el valle del Nalón, donde el protagonista narra la belleza de estas comarcas y su rico paisaje industrial, marcado por la minería del carbón

El cuaderno de Becerro de Bengoa

El 15 de agosto de 1884, después de décadas de papeleo y de paleo, se inauguró la rampa de Pajares haciendo realidad el sueño de los ilustrados asturianos. La apertura del último tramo del ferrocarril entre Pola de Lena y Busdongo para unir esta tierra con el resto del país fue tan difícil y costosa que cada uno de los veinticinco kilómetros que distan en línea recta entre las dos localidades se convirtió en dos para poder salvar el fuerte desnivel del puerto con un inevitable y sorprendente zigzag que llevó de cabeza a los ingenieros.

Para explicar el beneficio económico que supuso la nueva comunicación solo debemos pensar en la cantidad de carros que hasta aquel momento se necesitaban para transportar la misma carga que desde entonces se pudo llevar sin problemas en cualquier tren de mercancías, reduciendo además los riesgos y el tiempo necesario para el desplazamiento, de una forma que a los que lo vivieron les resultó tan fantástica como si ahora pudiésemos llegar desde Gijón hasta Madrid por cualquier medio terrestre en una hora.

De paso, el mágico y casi desconocido territorio regional se abrió de repente para los curiosos que hasta aquel momento no se arriesgaban a salvar la Cordillera sabiendo que el mal estado de los caminos y lo desagradable de nuestro clima podía convertir un viaje de placer en una pesadilla. Pero el ferrocarril lo cambió todo y los primeros turistas empezaron a llegar cómodamente, olvidando para siempre el traqueteo de las diligencias o las paradas por la nieve.

Uno de los primeros en utilizar el coche de viajeros fue Ricardo Becerro de Bengoa, quien al tener consciencia de que lo que iba a ver en su desplazamiento podía interesar por su novedad, fue anotando sus impresiones en un cuaderno. Don Ricardo era un intelectual inquieto, cronista de Vitoria, profesor de Física y Química, miembro de las Academias de Bellas Artes de San Fernando y Valladolid y de la Real Academia de la Historia; también había sido Consejero de Instrucción Pública y Agricultura, diputado y senador. Tenía fama de buen conferenciante y escritor ameno y sus notas de viaje acabaron convirtiéndose en uno de los primeros libros que pueden considerarse con propiedad como una guía de viaje.

El volumen salió de la imprenta antes de concluir aquel 1884 con el titulo "De Palencia a Oviedo y Gijón, Langreo, Trubia y Caldas" y está dividido en ocho capítulos -uno por cada tramo del recorrido- en los que fue contando sus impresiones personales, añadiendo además noticias sobre las industrias, personajes, historia y cualquier detalle que llamase su atención. Al territorio de la Montaña Central le corresponden el tercero "El puerto de Pajares" y el cuarto "De Puente de los Fierros a Oviedo" y también el último "De Gijón a Langreo", en este caso a través de los 43 kilómetros que recorre entre las dos localidades este ferrocarril que ya venía rodando desde 1853.

Su narración incluye datos muy curiosos, como la información de que cuando se abrió el mítico túnel de La Perruca, que salva la divisoria y une a León con Asturias, la dureza de la cuarcita era tal que hizo imposible recurrir a los discos giratorios con cinceles y hubo que barrenar la roca hasta dos metros para cargarlos con cartuchos de dinamita que se fueron disparando desde el centro hasta la línea exterior.

En su relato fue deteniéndose en las estaciones de Pajares, Parana -que entonces tenía fama por la fabricación de madreñas de haya-, Navidiello, Linares, Malvedo y Puente de Los Fierros, describiendo sus paisajes y anotando numerosos topónimos y datos sobre medidas, desniveles y obras de ingeniería que con el tiempo han adquirido un gran interés para los investigadores. También recogió los nombres de los técnicos que se fueron encargando de los diferentes trabajos, sin olvidar el relato de los hechos históricos que en otras épocas se desarrollaron en estos escenarios.

Tras pasar Campomanes, cuyas "casas blanqueadas y con rojos tejados se destacan en conjunto entre el verdor de aquellas tranquilas y bellas cercanías", se detuvo a describir la iglesia de Santa Cristina de Lena con tanto detalle que, aún hoy, estos párrafos superan no solo a las guías turísticas que están en vigor sino a otros trabajos que siguen firmando algunos investigadores sin aportar nada nuevo al estudio del más internacional de nuestros monumentos.

Pola de Lena rondaba entonces el millar de habitantes, repartidos entre la población rural diseminada por los montes, la más moderna -a los lados de la carretera hacía la plaza y el Ayuntamiento- y tres barrios que él llamó Barraca, Robledo y Crespa, con una vega de maíz, escanda, patatas, fabes, coles, algunas frutas y gran cosecha de avellanas, contaba con numerosas minas de hulla y cinabrio y mantenía la Fábrica de rejalgar y azogue de La Soterraña, dirigida por Alejandro Van Straalen. Al poco se pasaba por Villallana con su rústica escuela debajo de un hórreo y, a la vista del viajero, al otro lado de la carretera que discurre bajo la vía, la fábrica de aceros de La Bárzana, que llevaba años cerrada.

Al llegar a la confluencia de los ríos Lena y Aller, Becerro de Bengoa aprovechó para señalar que la mayor parte de las minas de este concejo pertenecían al señor López, marqués de Comillas, "que está instalando una explotación en grande escala con toda clase de elementos, bajo la dirección del reputado ingeniero M. Félix Parent. En breve pues, vendrá a unirse en este punto con la vía férrea otra nueva vía minera que traerá los carbones y los productos fabricados, desde el corazón de las sierras de Aller hasta las vegas de Lena".

En Ujo, la recomendación fue para los que él denominaba "turistas arqueólogos", a los que encarecía no olvidar la iglesia de Santa Eulalia, de fines del siglo XII, calificada como muy curioso vestigio románico; luego seguía Figaredo, puerta del valle de Turón, con abundante carbón explotado por La Carbonera y Metalúrgica y por don Inocencio Figaredo; Santullano; El Requejado y por fin Mieres, al que dedicó unos elogios que nos hacen añorar como era el valle antes de que nosotros lo estropeásemos: "Su contemplación en los días serenos encanta al viajero, que comprende con cuanto motivo muchos asturianos suponen que este es uno de los paisajes más bellos del Principado, que compite en atractivos con los que se extienden en las cercanías de Pravia o en las asperezas de Covadonga".

Las casas de Mieres, se extendían entonces a lo largo de dos kilómetros, bordeando la carretera de Castilla al otro extremo de la amplia vega sembrada de maíz y legumbres, en un escenario flanqueado por laderas cubiertas de frondosos bosques de castaños, nogales, manzano y robles.

La mayor parte de sus habitantes se dedicaban a la explotación del cinabrio en las minas de El Porvenir y La Unión, a las de carbón -mucho más numerosas- y a la fundición en la fábrica de Numa Guilhou "espectáculo fantástico se ofrece por la noche cuando de repente y desde lejos se ven fulgurar hileras de grandes luminarias en la ribera y en los hogares del cok, en los colosales hogares de los talleres altos hornos y en las cimas de las empinadas chimeneas, relampagueando entre nubes de vapor y de humo? imagine el lector mil doscientos obreros agitándose entre este encendido telar de fuego, trabajando sin cesar de noche y de día y llegará a formarse una confusa idea de lo que la fábrica es en realidad?".

Unos días más tarde, después de haberse detenido en Oviedo, viajando desde allí a Las Caldas y Trubia, y también en Gijón, Ricardo Becerro de Bengoa quiso ir también por ferrocarril desde la costa hasta Langreo, donde también le sorprendió al salir del túnel de Carbayín el paisaje minero de bocaminas, escombreras y lavaderos, pero sobre todo las Fábricas de La Felguera y Vega, de la Sociedad metalúrgica Duro y compañía: "el viajero se encuentra en presencia del verdadero mundo industrial al ver las numerosas viviendas que llenan aquellas pintorescas laderas, al contemplar las colosales construcciones en las que palpita el titánico movimiento de las máquinas y de las que brotan grandes nubes de humo que han ennegrecido todo el sorprendente e inmenso conjunto de los edificios".

Y ya en Sama, minas por todas partes, sobre las vías las antiguas del señor Aguado, ya agotadas; al otro lado las de M. Philipart, con su plano inclinado y su puente y la sorpresa de un bonito tranvía construido en un paisaje accidentado y pintoresco para llegar al coto minero de Santa Ana, que en aquel momento se pensaba extender hasta Pola de Laviana.

Nunca hubo viaje de placer con más aprovechamiento que este, pero hoy ya no queda tiempo para entrar en los datos técnicos y rigurosos que también aportó sobre cada uno de estos establecimientos fabriles y que por sí solos ya merecen la lectura de este curioso libro. Aunque nos deje el triste sabor de boca de saber que de aquel pasado lleno de vida ya no queda ni la sombra.

Compartir el artículo

stats