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Historias heterodoxas

Un trabajo de Silverio Cerra

El sacerdote mierense, recientemente fallecido, narró el traslado de la imagen de la Santina desde París hasta el santuario de Covadonga

Un trabajo de Silverio Cerra

El día 18 de mayo, justo al celebrarse sus 50 años como cura con una misa en la iglesia de Valdecuna, apareció muerto el sacerdote mierense Silverio Cerra Suárez, a quien se había dado por desaparecido unas horas antes. La culpa la tuvo un desgraciado accidente cuando estaba visitando por enésima vez las capillas del Monsacro. El fallecido era profesor en el Seminario de Oviedo y se había dedicado a la investigación de temas religiosos relacionados con Asturias. Tenía 76 años y siempre mantuvo una estrecha vinculación con el valle de Cuna, especialmente con el santuario de los Mártires Cosme y Damián de cuya fiesta fue pregonero y sobre el que editó en 1992 un libro con el subtítulo "Una fiesta tradicional. Una historia memorable. Unos santos admirables".

No recuerdo haber hablado nunca con él, así que ni puedo ni debo añadir otros datos a estos que he citado y que se pueden obtener en las biografías que ya están publicadas; sin embargo sí me gustaría decir que siempre me gustó leer sus escritos porque, al margen de sus inevitables comentarios religiosos -lógicos y respetables-, abordan con rigor y profundidad temas que otros historiadores solo han tratado de manera superficial.

Hoy quiero resumir en esta página una de sus investigaciones más interesantes y que él abordó alejado de cualquier prejuicio ideológico: el "exilio" de la imagen de la Virgen de Covadonga durante la Guerra Civil, protegida por conocidos personajes del bando republicano.

Esta historia curiosa que está recogida en las publicaciones del Foro Covadonga se inició en el momento del golpe militar, cuando la Santina fue escondida en un armario ropero del hotel Pelayo para evitar que sufriese algún daño. Allí estuvo custodiada por una joven socialista, hija del mecánico "Julio el de los Ingleses", que era la responsable del departamento de lencería del establecimiento. Muy pocas personas conocían el secreto, entre ellas el médico y diputado de Izquierda Republicana Luis Laredo y su esposa Ángeles López-Cuesta. Ésta, que era católica, acudía a menudo a rezar a la habitación que guardaba la imagen hasta que en diciembre de 1936, cuando se creó el Consejo Interprovincial de Asturias y León, el control del santuario pasó a otras manos con lo que la familia del político republicano decidió llevar a la Virgen hasta Gijón. El traslado fue responsabilidad del consejero de Propaganda Antonio Ortega, amigo de Luis Laredo y del escultor Antonio Goicoechea Aguirre quien se encargó de depositarla en el Ateneo Obrero.

En Gijón, fue exhibida en abril y mayo de 1937 en sendas exposiciones organizadas por Ortega, quien pretendía crear un Museo Popular de Arte, pero ante la evidencia de que Asturias estaba apunto de caer en poder de los franquistas, se acordó en septiembre de 1937 el traslado a Valencia. La misión le fue encargada al anarcosindicalista Eleuterio Quintanilla, un hombre ponderado y de toda garantía que debía conducirla a su destino vía Burdeos, pero los acontecimientos bélicos hicieron que los planes se torcieran y finalmente la Virgen acabó en la embajada española de París.

Siempre según Silverio Cerra, allí permaneció mientras los católicos españoles desconocían su paradero y casi todos la daban por perdida para siempre, hasta que en marzo de 1939, el franquismo reemplazó con sus nuevos diplomáticos a las autoridades republicanas en las delegaciones extranjeras y se hizo cargo de las oficinas de París. Al parecer, días antes, un joven comunista asturiano que prestaba allí sus servicios, había avisado a un fraile claretiano para que la imagen no pudiese perderse con la evacuación de la Embajada. Una vez localizada se informó a Franco y el 25 de marzo este ordenó al Gobernador Cívico-Militar de Asturias, coronel José Ceano Vivas, que se dispusiese su vuelta al Santuario.

El hallazgo no tardó en ser utilizado como arma de propaganda por el Régimen: el 28 de abril de 1939 la Jefatura del Estado concedió los máximos honores militares a la imagen de Nuestra Señora de Covadonga y fue un general, el Vicepresidente del Gobierno Francisco Gómez Jordana, y no un obispo, el encargado de trasladarla a España en un largo periplo que se inició el día 10 de junio con la salida de la capital francesa escoltada por una caravana de 20 coches. Aquella misma noche llegó hasta la iglesia parroquial de Hendaya, donde la esperaba el comité de recepción encargada de llevarla a las montañas asturianas.

A partir de este momento, el buen trabajo de Silverio Cerra se limita ya a ir relatando el viaje de la imagen en un automóvil, transformado en capilla, que había sido enviado por el general Aranda; pero su labor de investigación ya está cerrada y solo refleja la información que proporcionaron en su día los diarios y lo que le contaron quienes lo vivieron de cerca. Por ello preferimos ir directamente a las fuentes y traer aquí un resumen del paso de la imagen por la Montaña Central obtenido del periódico "Voluntad", que se subtitulaba "diario de la revolución nacionalsindicalista de Falange Española Tradicionalista y de las JONS", empleando el lenguaje triunfalista y grandilocuente que el nuevo régimen hizo habitual,.

La Virgen entró en Asturias a las cuatro y media de la tarde del día 13 de junio de 1939 seguida por una multitud, que se había desplazado hasta el puerto en autocares y trenes especiales. Iba sobre unas andas de bronce dorado, fabricadas expresamente para la ocasión y con las que iba a ser paseada en hombros por los principales núcleos de la región en una ceremonia que nos recuerda inevitablemente el traslado del cuerpo de José Antonio, también llevado de esa forma por sus seguidores desde Alicante hasta el Valle de los Caídos.

Según Voluntad "No había modo de contener al público que se agrupaba en torno a la imagen por lo cual tardó en organizarse la procesión. Después de grandes esfuerzos se consiguió poner el cortejo en marcha. En primer lugar iban las banderas portadas por cadetes de Falange. A continuación, un gran gentío entre el que figuraban los estandartes pertenecientes a diversas cofradías. Luego una sección integrada por asturianos del Tercio de Nuestra Señora de Covadonga precedidos de la imagen, la que iba escoltada por un pelotón de requetés de la misma unidad y otro de carabineros".

Aún viven muchos testigos que pueden recordar lo que ocurrió en los días siguientes a su paso por los valles mineros. Seguimos con el diario falangista: "El traslado de la Virgen de Covadonga desde Pola de Lena hasta Mieres alcanzó proporciones apoteósicas inconcebibles. Por los pueblos del tránsito se levantaron arcos triunfales, hubo disparos de cohetes y muchos mineros acudieron a presenciar el desfile llevando cartuchos de dinamita que hacían explotar en honor a la Virgen de las batallas".

También en Turón. "La llegada a Turón fue algo de emoción singular. Millares de personas se agolpaban al paso de la imagen besándola el manto con unción fervorosa". Y por supuesto en el valle del Nalón, donde se produjo la curiosidad de que debido a los destrozos que había sufrido la Iglesia durante la contienda, se habilitó en el parque Dorado una cueva que intentaba reproducir la que alberga a la imagen en su santuario, "En Langreo con gran entusiasmo se celebró en esta villa el recibimiento de la Santina. El pueblo en masa se echó a la calle a la hora de la llegada y con gran fervor religioso la acompañó procesionalmente".

Luego, la comitiva pasó por Oviedo y siguió su zigzag por las principales parroquias hasta que el día 6 de julio de 1939 concluyó la última etapa, entre Cangas de Onís y Covadonga con una marcha a pie de más de 10.000 personas, que pusieron el punto final a la aventura de la patrona de Asturias. Un episodio que hoy podemos conocer en sus detalles gracias al empeño de Silverio Cerra. Nuestro pésame a quienes lo quisieron.

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