Ni los actos religiosos, ni los bollos preñaos, ni las orquestas. Los protagonistas de las fiestas de la localidad mierense de San Tirso fueron los burros. Al igual que los vecinos del pueblo se vistieron con sus mejores galas y disputaron con sus amos el burrocross.

La competición acaparó toda la atención dentro del programa de los festejos de San Tirso. El burrocross es una tradición del pueblo que se retomaba después de diez años de paréntesis. "Sería una pena que se dejara perder", afirmó Melchor Fernández, uno de los organizadores, que aportó once de los burros que participaron. "Llevo toda la vida en esto, primero empecé de chaval corriendo con ellos y ahora tengo mi propia recua de burros", explicó Fernández. Su hija Mireya ha seguido la tradición familiar y participó en la carrera de burros. "Me he criado con ellos", afirmó Mireya, que confesó ser a sus 22 años toda una experta en estas pruebas.

A pesar de la lluvia muchos fueron los que quisieron acercarse para disfrutar de la competición. Entre ellos, y bajo los paraguas, se encontraban José Luis Coto y su mujer Isabel, un matrimonio que reside en Bélgica y que disfrutó de los festejos de San Tirso. "Yo me crié muy cerca de aquí y desde pequeño he vivido las carreras de burros, es una pena que se esté perdiendo esta tradición", matizó José Luis Coto, quien confesó que siempre aprovecha el verano para pasar unos meses en su tierra natal.

En total, trece fueron los valientes que lucharon a lomos de su burro por el primer puesto. Había programadas varias pruebas de velocidad y agilidad en un circuito de auténtica competición. La rapidez a la hora de llevar a cabo las diferentes pruebas era la clave para poder llevarse el primer premio, un saco de cebada. Pero aquí nadie se quedaba sin su galardón, pues solamente por participar, todos tenían derecho a llevarse un recuerdo de este burrocross, desde un jamón a un trofeo.

La competición comenzó una hora más tarde de lo previsto. Hacia las seis de la tarde los burros eran engalanados para la ocasión, disfrazándolos al igual que los jinetes. Tarea que no fue nada fácil, ya que más de un animal se resistió a vestirse de gala.

Una vez que todos se habían puesto guapos y los participantes se habían colocado sus dorsales a la espalda, dieron varias vueltas de reconocimiento al circuito intentando, muchas veces en vano, que los animales se mantuvieran quietos y al lado de sus jinetes.

Una vez reconocido el terreno, se les retiró el disfraz a los burros para que gozaran de mayor comodidad a la hora de correr. Tras colocarse en posición de salida, un pistoletazo marcó el comienzo de la gynkhana con la primera prueba. Ésta consistía en comer un pastelito de milhojas sin las manos, lo que provocó que los disfraces se llevaran más dosis de tarta que los propios participantes, y que algún burro asomara la cabeza intentando probar bocado. Una de las anécdotas de la tarde tuvo como protagonista a uno de los burros, que prefería perseguir a las hembras en vez de centrarse en la competición de San Tirso.

La carrera tuvo caídas, empujones y hasta revolcones pero, por encima de todo, tuvo risas, muchas risas por las burradas que se vieron sobre el circuito.