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Historias heterodoxas

Y la muerte fue a la escuela

Relación de maestros de las comarcas mineras que fueron ajusticiados, "paseados" y muertos en combate según el historiador Leonardo Borque

Y la muerte fue a la escuela

En todas las épocas y civilizaciones los maestros han sido las primeras víctimas de los violentos, porque estos saben que son los encargados de formar a las personas y enseñarles lo necesario para ser útiles a la sociedad en la que viven. El caso más extremo fue la persecución de los jemeres rojos contra los intelectuales en Camboya. Allí la barbaridad llegó al extremo de matar a todos los ciudadanos que usasen gafas, ya que esta era una señal de que habían leído mucho y por lo tanto iba a ser muy difícil que se pudiesen adaptar al nuevo mundo que debía partir de cero.

Pero en España también tuvimos lo nuestro. En 2010, el historiador y experto en temas de educación Leonardo Borque López publicó un magnífico libro sobre este tema titulado "La represión violenta contra los maestros republicanos en Asturias", acompañando las conclusiones de su investigación con los nombres, fechas y circunstancias que pudo recopilar a lo largo de varios años de trabajo.

En diferentes capítulos el autor dio cuenta de los maestros asturianos que fueron ajusticiados aquí después de aquellos juicios-farsa que se multiplicaron en la posguerra, y también de los "paseados", los muertos en combate, aquellos que cayeron ejerciendo en otras partes de España, los enseñantes que murieron en Asturias sin ejercer en la región y junto a ellos, los presos, exiliados y quienes sufrieron de cualquier forma la represión de los vencedores? o de los vencidos, que como veremos más abajo, cuando tuvieron la justicia en su mano, también la mancillaron con la sangre de sus adversarios.

Como comprenderán, es imposible que les dé en esta historia dedicada a la Montaña Central la noticia completa de todo lo que sucedió en nuestro territorio, pero aún así voy a presentarles una relación de casos que puede servir de ilustración para que quienes quieran aumentar los datos o buscar algún caso concreto sepan lo que se van a encontrar en el libro de Leonardo Borque.

Tristemente, en muchas ocasiones los maestros fueron detenidos como consecuencia de la delación de vecinos o padres de sus alumnos -como tan bien se reflejó en la película "La lengua de las mariposas" - pero tampoco fue extraño que a veces la denuncia procediese de algún compañero de ideología contraria que no tuvo inconveniente en personarse como testigo para reafirmar sus acusaciones.

Este fue el caso de Alfonso Alonso Bocinos, conocido en Mieres por ser el autor del libro "Cuando la dominación roja de Mieres" en el que contó lo sucedido en los sótanos del antiguo convento de Padres Pasionistas habilitados como cárcel durante la guerra civil

Bocinos actuó de esta forma en varias ocasiones, por ejemplo contra Pedro Fernández Planas, maestro con plaza en propiedad de Santa Rosa, quien en el momento de su detención estaba militarizado como teniente en el Batallón de Infantería de Asturias nº 252. Le acusó de ser un destacado izquierdista y revolucionario y de haber formado parte del Comité de Defensa de la República de Mieres, donde se había significado persiguiendo a los compañeros de Magisterio que no pertenecían como él a la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias, vinculada a UGT. El infortunado Fernández Planas negó ante el juez militar estas acusaciones e incluso su pertenencia a la ATEA, pero no pudo evitar ser ejecutado el 5 de enero de 1938.

También llegó al paredón acusado por sus vecinos Julián Gómez Pérez, maestro de Ujo, delegado de Instrucción Pública del Concejo de Mieres y censor postal en la oficina de Correos. De él se dijo entre otras cosas que en los primeros meses de guerra había confeccionado una lista con sus colegas opuestos a la causa republicana y que había sido responsable de saquear el Colegio de Dominicas de la villa.

Lo mismo sucedió con Carlos Rodríguez González, con escuela en Lena, quien fue ejecutado en Oviedo tras un consejo de guerra en el que se leyeron testimonios de su localidad afirmando que en 1936 había maltratado a los presos derechistas

Otro delegado municipal de Instrucción Pública ajusticiado fue Constancio Beltrán Villate, director de las Escuelas Graduadas de Sama, quien durante la guerra fue inspector de 1ª Enseñanza y obtuvo la graduación de teniente del ejército republicano. Como Manuel Rodríguez Bayón, de Ciaño, concejal por el Partido Socialista en la primera corporación republicana de Langreo.

A veces la mala suerte acompañó a las delaciones: Manuel Cuesta Lorenzo, de San Vicente, en San Martín del Rey Aurelio, que también había sido director de la Escuela Nacional Graduada de Ciaño, fue detenido cuando huía en un vapor tras la caída del Frente Norte y fusilado en Gijón, adonde se había traslado para impartir matemáticas en la Escuela de Artillería de Deva.

Y un tercer nombre de Ciaño: el maestro Avelino Fernández García, fallecido en La Mosquitera "a causa de las heridas recibidas en la guerra.

En Gijón cayó Enrique Meré Sánchez Vega, asimismo langreano, quien se había echado al monte al final de la guerra en Asturias y se entregó en esa villa esperando una leve pena de cárcel. Se equivocó, no solo fue condenado a 30 años, sino que cuando llegaron unos informes tardíos de La Felguera, la sentencia se anuló y lo fusilaron en septiembre de 1938.

La misma suerte corrieron Manuel Eladio Fernández Alonso domiciliado en Barredos y maestro de Puente de Arco, quien fue ejecutado en Villaviciosa; Rosa Menor Martín, maestra de Turón ejecutada cerca de su escuela en enero de 1938; Aurelio Fernández Blanco, maestro de La Peña, en San Martín del Rey Aurelio, ejecutado en Blimea; Manuel Recuero Santamaría, maestro de Soto, en Caso, fusilado en Oviedo y José María Suárez Velasco, maestro de otro Soto, en Aller, aunque en su partida de función figure como causa de la muerte "la guerra de liberación de España".

A estos hay que sumar los "paseados", como Bernardo García Fernández Piedraceda, que fue subido a un camión en Caborana en noviembre de 1937 sin que se volviese a ser de él, aunque seguramente su cuerpo se debe buscar en alguna fosa del alto Aller o en el Pozu Fortuna; José María Llamas Álvarez, de Felguerosa, también en Aller, sacado de su domicilio en noviembre de 1937 y que nunca apareció; Manuel Solís López, maestro y responsable de Izquierda Republicana en Sotrondio, secuestrado por unos falangistas el 7 de diciembre de 1937, quienes completaron su acción saqueando su domicilio.

Otros dejaron su vida en las prisiones. Este fue el caso de Luz Almanza Fernández, natural de Valdecuna y maestra interina en Caborana, que fue condenada a nueve años y murió en la cárcel. Aunque el caso más dramático lo sufrió Amadeo Ramón Prieto Pendás, de Villar, Langreo, al que fusilaron en el campo de concentración de Camposantos tumbado en una camilla porque sufría una tuberculosis que afectaba a su columna vertebral y le impedía incorporarse.

Tampoco pudieron regresar nunca a su domicilio Víctor Secades Vigón, interino en la escuela de Tendejón en Langreo, que murió cumpliendo su condena a trabajos forzados, ni Ovidio Ismael Roces Cueto, de Lada, acribillado a tiros en el barrio gijonés de La Calzada.

Pueden suponer que la lista de maestros eliminados por el franquismo es enorme; pero, aunque no se pueda comparar su número, en la otra cara de la moneda, también hubo enseñantes que pagaron con su vida el haber estado en el lado equivocado cuando amaneció el 18 de julio de 1936.

Uno de los primeros muertos de la guerra en Asturias fue Máximo Rodríguez Solís, de Muñón, cuyo cuerpo apareció en la carretera de Pelúgano a las pocas horas de conocerse en Asturias las noticias del alzamiento militar. Como el suyo, otros nombres de maestros figuraron en las lápidas de "caídos por Dios y por España", que se colocaron en las paredes de las iglesias cuando llegó la paz: Buenaventura González García, maestro de Tanes, fusilado y sepultado en el puerto de San Isidro; Antonio Gutiérrez Miyares, de Bueres, detenido en la cárcel de Laviana, y cuyos restos aparecieron el pinar de Lada o Enrique García Antuña, que figuraba en la inscripción de Langreo.

Acusados de intentar pasarse al bando franquista, fueron ajusticiados Benjamín Neira Martínez, de Jomezana, fusilado en un monte cercano a Trubia después de ser incluido en un batallón de trabajadores y Ángel Díaz Fernández, de Serrapio, detenido cuando se internaba por Vegarada hacia la zona "nacional".

Y como final, un personaje muy conocido por los mierenses, Juan Vicario Alonso, director del Grupo Escolar de esta villa, quien tuvo un desgraciado final el 7 de septiembre de 1936 en Bárzana de Quirós, donde se encontraba intentando mediar por la liberación de su padre, que estaba allí detenido. Se llamaba Fernando Vicario Aguilera y era maestro como él, con la curiosa circunstancia de que los dos habían aprobado la oposición en el mismo año de 1912. Finalmente, ambos también compartieron su trágico final.

Demasiada sangre para una página.

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