La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historiador

El azote de Barakaldo

El mierense José María Llaneza Zabaleta fue alcalde de la ciudad vasca, donde impuso estrictas normas de vestimenta durante la dictadura

El azote de Barakaldo

Dicen que en el verano de 1940 algunas mujeres de Barakaldo, sin posibilidad de comprar medias, tuvieron que pintar una finísima raya en sus pantorrillas simulando que las llevaban para evitar así la multa que los policías municipales ponían a quienes no cumpliesen la obligación que acababa de dictar el alcalde para llevar las piernas cubiertas por esa prenda. La misma norma prohibió a los varones circular por los lugares públicos en mangas de camisa por que esa forma de vestir "nada tiene que ver con las prendas y uniformes de la Unificación", pero fueron las mujeres quienes se llevaron la peor parte.

El "patriótico" firmante de este bando se llamaba José María Llaneza Zabaleta y aunque había nacido en Santa Lucía, un pueblo minero de León muy próximo a Asturias, podemos considerarlo mierense porque se trasladó aquí con su familia cuando era aún muy niño y pasó su infancia viviendo en el Caño de la Salud, en el barrio de La Peña.

Según la información recogida por José Antonio Vega Álvarez en su libro "De Mieres a San Tirso" cursó los primeros estudios en el colegio de la Salle y más tarde obtuvo el título de Facultativo de Minas y Fábricas Metalúrgicas en la Escuela de Capataces, lo que le permitió trabajar en la Fábrica desde enero de 1913 hasta diciembre de 1923

Seguramente cuando salió del Colegio de los Hermanos ya había abrazado el integrismo religioso y en la empresa de Loring fue muy apreciado sobre todo por los capellanes, que encontraron en él a un formidable aliado para difundir su credo, lo que facilitó que una hermana y su cuñado se quedasen empleados en la Casa-Gerencia cuando él dejó esta tierra para incorporarse a Altos Hornos de Vizcaya.

En el País Vasco inició también una fructífera carrera política junto a los carlistas euskaldunes, que habían trasformado en militancia su sentimiento religioso. Se integró tan bien que en 1935 ya era presidente de la Sociedad Tradicionalista de Barakaldo y al estallar la contienda escapó a la zona nacional. Allí se incorporó como vocal en la Junta de Guerra de Vizcaya y su trabajo fue reconocido el 28 de junio de 1937, a los seis días de la entrada de las tropas franquistas en esa villa, con el nombramiento de alcalde. Luego tuvo otros puestos, pero sin duda lo mejor de su vida fueron los 26 años que pasó rigiendo a sus vecinos barakaldeses con mano de hierro.

Don José María formó la corporación con un puñado de requetés de su confianza y su primer acuerdo fue proceder a la destitución de todos los funcionarios del ayuntamiento popular y abrir un proceso depurador contra los republicanos y nacionalistas de su población.

Aunque lo que le hizo conocido fueron los bandos que dictó para regular la vida pública de sus subordinados en un estilo que nos recuerda demasiado al que ahora se está imponiendo por la fuerza de la sangre en las zonas que dominan los renglones torcidos de Mahoma.

Además de las medidas propias de la dictadura franquista que también se impusieron en otras zonas, como el toque de queda a partir de las 12 de la noche o el uso obligatorio del correo en tarjetas postales para que los censores pudiesen ver fácilmente lo que se escribía, mandó eliminar de los cementerios todos los símbolos que parecían contrarios al Régimen o la religión y prohibió predicar en vasco, con la excepción de sermones de diez minutos permitidos para aquellos feligreses que no entendían más idioma que el euskera.

Su objetivo fue españolizar a sus vecinos, pero sobre todo cristianizarlos; algo que seguramente allí ya no hacía falta, pero que él en su obsesión llevó hasta la caricatura. En este empeño contó con el beneplácito de algunos clérigos fanáticos como Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, pero nacido en Barakaldo, que no dejó de visitar su pueblo siempre que pudo para participar en las ceremonias, o el administrador apostólico Francisco Javier Lauzurica, conocido de los asturianos porque rigió la diócesis de Oviedo desde 1949, donde actualmente sigue enterrado en un capilla de su Catedral: el hombre que consideraba que el Movimiento Nacional era "defensor de los derechos de Dios, de la Iglesia Católica y de la Patria, que no es otra que nuestra Madre España".

Con su ayuda, organizó casi al mismo tiempo que dictaba el bando que he citado al abrir esta página -en julio de 1940- una peregrinación a Zaragoza para homenajear a la Virgen del Pilar, que él calificaba como "de la Victoria" y logró llevar hasta la capital de Aragón en trenes especiales a 3.000 personas de todo el País Vasco que acompañaron al alcalde y a su querido obispo junto a un puñado de autoridades en una gran manifestación que dio ejemplo al país de lo que debía ser el nacional-catolicismo.

Pero lo más llamativo del personaje fue su obsesión por las "buenas costumbres". Ya en octubre de 1937 estrenó su afición censora multando a un teatro de Barakaldo con doscientas pesetas por exhibir en su cartelera anuncios con fotografías, que según su criterio atentaban abiertamente contra la moral y en el verano siguiente no se anduvo con chiquitas y prohibió en todo su término municipal los baños públicos tanto de agua como de sol.

El bando con el que José María Llaneza Zabaleta intentó adecuar a su gusto la vestimenta de sus vecinos obedecía a su convencimiento de que cuando las mujeres exhibían las piernas "sin recato de sus medias" lo hacían "contaminadas por las corrientes de desenfado e impudor que invadieron a España con anterioridad a nuestra Gloriosa Cruzada", lo que iba en contra de la tradición española y ofendía el recuerdo de los muertos de la guerra que se habían sacrificado como mártires "con la mira puesta en la redención de nuestra España Católica libre de toda perniciosa influencia extranjera que vaya en contra de esta tradicional honestidad de nuestras costumbres".

El caso es que la medida que anunciaba severas sanciones para las infractoras, además de arremeter contra la dignidad y la libertad de las mujeres, dio lugar a otras consecuencias que rozaron lo cómico, como el espectáculo que según el investigador Antonio Francisco Canales protagonizaban a diario las sardineras que llegaban desde Santurce pregonando su mercancía y que a pesar del agobio del verano y el sudor de la caminata tenían que ponerse las medias para poder entrar en el término municipal.

Llaneza convirtió a Barakaldo en una ciudad especialmente atractiva para el franquismo. El Generalísimo la visitó en dos ocasiones, la primera fue en fecha tan temprana como junio de 1939, eligiendo el lugar, ante una fervorosa multitud llevaba hasta allí desde todo el País Vasco, para hacer públicas las directrices que iban a regir desde entonces la relación del Gobierno central con el pueblo de Euzkadi.

Durante la segunda visita, ya en 1944, se hizo una demostración del enorme poder que la Iglesia estaba jugando en el nacional-catolicismo. A Barakaldo acudieron los obispos de Vitoria y Pamplona que concelebraron una misa tras el acto político del "Generalísimo" y acto seguido colocaron la primera piedra de una iglesia en Luchana. Un edificio religioso más de los que se construyeron durante el periodo municipal de José María Llaneza.

Cuando dejó su bastón de mando en 1962, había gastado 14 millones de pesetas en cuatro iglesias, un convento y unas escuelas para la orden de las Hijas de la Cruz. Siguiendo con Antonio Canales, la cantidad era el doble de lo que habían costado los tres nuevos grupos escolares y contando la escuela de maestría, el ayuntamiento había gastado lo mismo en templos que en infraestructuras educativas.

Hasta el último día pudo mantener el apoyo de los concejales, incluyendo un grupo irreductible de carlistas que permanecieron en la corporación tras su ascenso. Porque Llaneza nunca fue descalificado ni cesado. Al contrario. Lo que no pudo la política lo logró un desacuerdo con Altos Hornos de Vizcaya: la poderosa empresa estaba interesada en construir trenes de laminación de bandas en caliente y frío en unos terrenos que Llaneza pensaba destinar para ampliar el desarrollo urbanístico de la localidad y él les negó la autorización municipal. En la disputa el Gobierno dio ventaja a la economía y en 1963 lo nombró gobernador civil de Álava para apartarlo sin traumas de su despacho municipal en la alcaldía.

Después de 25 años el nombre de José María Llaneza Zabaleta quedó para la posteridad como hijo adoptivo de Barakaldo y su retrato, ostentando el uniforme de gala de Jefe local del Movimiento con los correspondientes atributos de Falange pasó a presidir el Ayuntamiento; tras él se fueron añadiendo en la misma pared los de sus sucesores franquistas. Los cuadros no fueron retirados en el período juancarlista y sobrevivieron sin problemas a los años más duros de la violencia independentista. Me consta que hasta hace muy poco aún seguían en su sitio, pero espero que ya estén en el desván.

Compartir el artículo

stats