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Historias heterodoxas

Un santo en La Belonga

La historia de la incógnita sobre el enterramiento de San Inocencio de la Inmaculada, nombre que eligió para su vida eterna Manuel Canoura Arnau

Un santo en La Belonga

El último día del pasado octubre, víspera del día de Todos los Santos, serví de guía para un paseo cultural por el cementerio de La Belonga. Era la primera vez y creo que la experiencia fue buena, porque a los asistentes les gustó conocer que el camposanto, además de albergar la memoria de aquellos que nos hicieron ser como somos y que nunca morirán del todo mientras los recordemos, tiene media docena de tumbas y panteones con interés artístico, otra media docena de hombres ilustres y mucha historia que contar.

Desde entonces ha habido una novedad digna de contar si se repiten estas visitas. El panteón de los Padres Pasionistas ha estrenado una lápida en la que figura la relación de todos los fallecidos de esta comunidad religiosa en la Montaña Central. No les comentaría este hecho si no fuese porque entre ellos figura San Inocencio de la Inmaculada, nombre que eligió para su vida eterna Manuel Canoura Arnau, nacido en Cecilia del Valle de Oro (Lugo) el 10 de marzo de 1887.

Nos encontramos entonces con un santo en nuestro cementerio y no todos los pueblos pueden decir lo mismo? o al menos con la evidencia de que en algún momento estuvo enterrado aquí; ustedes deben sacar su conclusión cuando acaben de leer esta historia. Pero antes de nada es preciso repasar los hechos que llevaron a los altares a San Inocencio.

Todo comenzó el 4 de octubre de 1934, el día anterior al inicio de la revolución de Asturias. Aquella mañana el pasionista subió desde el Convento de Mieres hasta el Colegio de La Salle en Turón para confesar a los niños que preparaban la comunión del viernes. Eran tantos que ocupó en ello todo el día y decidió quedarse a pasar la noche con los frailes de la Comunidad hermana, lo que fue su perdición porque a las pocas horas la dinamita empezó su baile y todos ellos fueron llevados a la cárcel habilitada por los revolucionarios en el Centro Socialista, donde ya estaban detenidos otros 14 hombres de la localidad.

A las dos de la madrugada del día 9 de octubre Manuel Canoura fue fusilado en el cementerio de Turón junto a ocho Hermanos de la Doctrina Cristiana y dos oficiales de carabineros. Seis días más tarde, se sumaron a esta lista el director de Hulleras de Turón, Rafael del Riego; Cándido del Agua, jefe de los guardias jurados de la empresa; y César Gómez, el corresponsal para la zona del diario derechista Región.

Siguiendo la pista de lo sucedido en la primera noche, la ejecución se remató a pistola con tiros de gracia e inmediatamente todos los cuerpos se depositaron inmediatamente en una sola fosa preparada previamente, unos sobre otros y sin ningún orden.

Sabemos que el día 21 de octubre, después de que las aguas volviesen a su cauce, los restos fueron reconocidos en el mismo cementerio por el Director de la Escuelas Cristianas de Mieres y el Provincial de los Pasionistas y colocados en cajas, pero volvieron a cubrirse con tierra y allí estuvieron hasta febrero de 1935, cuando la Congregación de los Hermanos de La Salle consiguió desde Madrid el permiso para exhumar a los suyos y enviar sus cuerpos a la casa matriz que poseen en Bujedo (Burgos). En el trámite también se incluyó la licencia para trasladar al padre Inocencio de la Inmaculada al camposanto de Mieres.

El 25 de febrero una brigada sanitaria de Hulleras de Turón, equipada con balones de oxígeno, máscaras y potentes desinfectantes dirigida por el Inspector Médico de Oviedo se encargó de sacar a la luz los ataúdes, entre ellos el del pasionista, que a pesar del tiempo transcurrido no manifestaba síntomas de descomposición, luego fue reconocido en la sala de autopsias del mismo cementerio y metido en una doble caja de cinc y madera. Entretanto, a las once de la mañana se celebraba un funeral en el templo parroquial donde pronunció la oración fúnebre don Manuel García, el capellán de la Sociedad Hullera Española llegado desde Bustiello.

Por fin, a las cinco de la tarde, el cadáver fue llevado en hombros hasta la Cuadriella en un pesado ataúd, reforzado tres veces. Allí se rezó un responso antes de iniciar un cortejo hasta Mieres encabezado por el coche fúnebre que fue seguido por numerosos vehículos. A la altura del palacio de Camposagrado la caja se sacó del vehículo para ser conducida de nuevo a hombros en un cortejo solemne que presidieron los miembros de la comunidad Pasionista local seguidos por los párrocos de Mieres y las parroquias limítrofes; detrás iban los frailes de La Salle y los ingenieros de Turón, y luego una multitud que se dirigió hasta el cementerio de La Belonga cantando varios responsos en el camino.

Ya con el crepúsculo, fue depositado en la sepultura abierta en el terreno de exclusiva propiedad de los sacerdotes al lado de otro pasionista al que el mismo P. Inocencio había dado la extremaunción antes de estos sucesos. Esta es la historia, aunque para saber si el cuerpo de nuestro santo sigue allí, debemos conocer otros datos.

Cuatro días antes del traslado desde Turón, el 21 de febrero de 1935, los Padres Pasionistas exhumaron los cuerpos de otros dos miembros de su comunidad que yacían desde su muerte el 5 de octubre de 1934 en sendas fosas cavadas por los propios revolucionarios en el mismo cementerio de La Belonga: Salvador de María Virgen y Alberto de La Inmaculada.

El primero había sido abatido aquel día, al lado de la vía del Vasco, a unos 500 metros del convento, al que pretendía regresar tras intentar escapar de Mieres, y según los testigos recibió numerosas pedradas y una cuchillada antes de ser rematado a tiros. El segundo en Requexau, cuando huía junto a otro hermano llamado Cayo, de 71 años, para refugiarse en casa de un conocido de Valdecuna. Allí fueron reconocidos: el anciano solo sufrió varios garrotazos, pero el padre Alberto de La Inmaculada recibió dos tiros y acabó desangrado junto al río, a kilómetro y medio del lugar de la agresión.

En el momento de sacar los cadáveres a la luz, el padre Salvador de María Virgen apareció entre el terrible olor de la descomposición, pero en condiciones perfectas de identificación y junto a el cuerpo de un guardia civil que fue metido en un ataúd costeado por Acción Popular de Mieres. Por su parte, el padre Alberto también estaba junto a un guardia de Asalto, pero a este ya lo habían desenterrado con anterioridad para trasladarlo a Oviedo.

Lo que nos interesa es la información de que los dos pasionistas volvieron a ser sepultados en ataúdes en otro lugar del mismo cementerio: "Presenciamos las últimas paladas de tierra que el enterrador volcó sobre las sepulturas y con el alma repleta de nostalgias y de gozo muy legítimo por conseguir tan facialmente la identificación de nuestros hermanos mártires, nos volvimos casa, ya bien entrada la noche."

Lo mismo sucedió con el padre Canoura: "Allí estuvimos hasta ver completamente cubierto el ataúd con aquella tierra, que Dios quiera sea un día no muy lejano removida de nuevo para glorificar sobre este suelo los restos y reliquias del que ya sin duda fue glorificado por Dios en el cielo."

El tiempo le dio la razón a quien escribió esto, porque Manuel Canoura Arnau fue canonizado el 21 de noviembre de 1999 por Juan Pablo II junto a los frailes de La Salle que cayeron con él aquella noche. Pero mientras estos descansan en Bujedo, conocer lo que pasó con los restos del Padre pasionista es más complicado.

Cuando le pregunté en el Convento de Mieres al padre Antonio, que fue quien encargó la última lápida, me explicó que durante la guerra civil sus restos fueron llevados al osario y allí desaparecieron para siempre. El argumento no me cuadraba porque no consta que en el cementerio de La Belonga se hayan levantado en aquellos meses tumbas con tan poca antigüedad y tampoco parece lógico que en la posguerra se moviesen los restos de un religioso tan conocido y menos si tenemos en cuenta que el cuerpo estaba dentro de tres ataúdes, uno de ellos de cinc.

Pero esta vez he tenido la ayuda del destino y para mi sorpresa, en la mañana del domingo obtuve la explicación de todo gracias a un amigo, cuyo padre, falangista de primera hora, fue testigo junto a un grupo de jóvenes de su misma idea de lo que ocurrió en el invierno de 1936: ellos pudieron ver como el enterramiento de San Inocencio de la Inmaculada fue violado precisamente por culpa del ataúd de cinc con el que se quiso conservar su cuerpo. Todo Mieres conocía los detalles de su traslado y eso hizo que unos milicianos lo desenterrasen para emplear el metal en la fabricación de munición.

Finalmente el padre Antonio no andaba muy errado, aunque si nos imaginamos la escena es lógico suponer que quienes abrieron la tumba no se molestaron en llevar el cuerpo, aún en descomposición, hasta el osario, porque tuvo que resultarles más cómodo dejarlo en el mismo lugar. Como esto es todo lo que se sabe y no hay ninguna evidencia de que se efectuase ese último traslado, creo que el santo pasionista sigue enterrado en el cementerio de La Belonga.

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