"La primera jaula de salida está llena de mineros porque la gente tiene gana de irse después de tantas horas abajo. Eso parece el metro de Tokio en hora punta", bromea Pedro Sánchez, guía principal, con 17 años como minero a sus espaldas.

El descenso hasta octava planta dura poco. Apenas dos minutos. En la zona de embarque una amplia galería recibe al visitante: 4,90 metros de ancho por 3,30 de alto. Es la última oportunidad que habrá para estirar las piernas durante un tiempo. A escasos metros de la caña está la diminuta entrada a "La Jota", una chimenea de ventilación, utilizada también como salida auxiliar, ejecutada manualmente y reforzada únicamente con piezas de madera. La longitud es de 100 metros y la pendiente media supera los 43 grados. La sección media de paso en algunos tramos es inferior al metro cuadrado, lo que obliga a avanzar arrastrado, con los pies por delante. La limitación de movimientos merece la pena porque el visitante puede comprobar cómo era el sistema de explotación primitivo, por testeros, en el que el trabajador avanzaba en una incómoda posición con la única ayuda del martillo neumático.

Tras deslizarse por "La Jota" el turista aparece en novena planta, a 467 metros de profundidad. En la galería puede haber cambios bruscos de temperatura -dependiendo de si la zona está cerca de la ventilación principal (la que llega por la caña del pozo) o la secundaria (de ventiladores). También puede caer sobre el casco algún "pingón", las goteras que se acumulan en la parte superior de algunos tramos de galería. En varias plantas hay sistemas de bombeo para sacar el agua a la superficie y evitar que la mina se inunde.

A mitad de camino una vagoneta llena de carbón espera al visitante para que los guías expliquen los tipos de mineral y las diferentes formas de obtenerlo: el empleo de rozadoras y automarchantes, el frente de galería (en el que se avanza utilizando explosivos) y la explotación por subniveles, una combinación de los dos sistemas anteriores en la que las plantas llegan a comunicarse (en Sotón la novena con la décima). En la visita el turista puede utilizar un martillo para perforar el lugar en el que se introducía el barrero. Por lo general, hay que colocar 25 kilos de dinamita (entre 40 y 45 barrenos) para avanzar un metro de galería. Los guías incluso simulan el proceso de detonación. También pueden verse los autómatas, los equipos que, a través de sensores, controlan concentración de gases peligrosos.

A la décima planta se desciende por los subniveles de explotación, rampas con tres espacios diferenciados: uno para bajar el mineral, otro para trasladar material y un tercero, en escalones, para los mineros. Abajo, el turista puede picar carbón con un martillo neumático.

Después de tres kilómetros de caminata el regreso a la zona de embarque se realiza en un tren minero: "El Rápido de Sotón". Pese a que, en realidad, la velocidad no era excesiva, ayer "El Rápido" se salió de las vías. "Es algo habitual porque la mina es algo vivo y el terreno se mueve", argumentó José Huergo. La operación para volver a encarrilar el tren fue breve, apenas duró un par de minutos.

La jaula "Sotrondio" -hay otra llamada "Sama", la más próxima a la población langreana- regresa cinco horas después para recoger a los visitantes, que esperan en la zona de embarque leyendo los mensajes que los mineros de los distintos relevos solían dejarse escritos en las paredes. El vigilante "Roba días" no sale bien parado. También hay alguna caricatura dibujada. "Los americanos quieren engañarnos, pero el Facebook nació en la mina", comenta Pedro Sánchez entre risas antes de subir a la jaula.

Dos minutos más tarde, la luz del sol aparece de nuevo al final de la caña del pozo. Abajo queda una ciudad de carbón, la "catedral de la minería de España", en palabras de María Teresa Mallada. A partir de mañana, los primeros peregrinos podrán empezar a visitarla.