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Stonewall, 1969: un orgullo presente

Las protestas que contribuyeron a acabar en Estados Unidos con la discriminación por razón de orientación o identidad sexual

Este pasado domingo celebramos el Día Internacional del Orgullo LGTB, popularmente conocido como Día del Orgullo Gay ("gay pride"). Conmemoramos de este modo los denominados "disturbios de Stonewall", sucedidos un 28 de julio de 1969, cuando, sin previo aviso, la policía neoyorquina irrumpía en el Stonewall Inn, bar del barrio de Greenwich Village, ámbito de marginalidad económica y racial de la Gran Manzana, arrestando a varias personas lesbianas, gais, transexuales, bisexuales y travestidas.

En aquellos años 60, la "homosexualidad" seguía siendo considerada una enfermedad en los Estados Unidos y las incursiones policiales en bares y clubes nocturnos "de ambiente" eran habituales. De hecho, habría que esperar a 1973 para que una institución "científica" tan prestigiosa como la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) eliminara la "homosexualidad" del Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales (DSM).

Pero aquella histórica noche en que el Escuadrón de Moral Pública pretendió desmantelar un Stonewall en que concurría un alto porcentaje de jóvenes hispanos, afrodescendientes y sin techo, los detenidos resistieron la intervención policial, el resto de personas presentes se negaron a identificarse y los vecinos se sumaron a una protesta que llegó a reunir a dos mil manifestantes enfrentados a la discriminación por razón de orientación o identidad sexual.

Los disturbios se prolongaron en el barrio durante los días siguientes y sus residentes se organizaron en grupos de activistas que visibilizaron sus reivindicaciones políticas sin temor a ser arrestados. Una orgullosa consigna resume estas luchas sociales: ¡Gay power! (¡Poder Gay!). A finales de julio, nacería en Nueva York el Frente de Liberación Gay (GLF), surgiendo con posterioridad otras organizaciones similares en Canadá, Gran Bretaña, Francia y otros países.

Sin lugar a dudas, fueron estos sucesos uno de los acontecimientos más transcendentales en el movimiento de liberación LGTB; pero, ¿se agota el sentido de esta celebración en el mero recuerdo anual de unos hechos pretéritos por históricos que fueran? ¿Qué significación para nuestro presente podríamos encontrarle?

Lo que el Día del Orgullo LGTB supone para nosotros es, entre otras cosas, una protesta contra la violencia sexista y la consideración de las prácticas "heterosexuales" como una norma de rectitud moral a la que habrían de subordinarse el resto de comportamientos y deseos sexuales, que quedarían reducidos a la condición de desviaciones patológicas suyas.

El Día del Orgullo LGTB, por tanto, no debe ser a estas alturas mercantilizado como un producto comercial más ofertado en el mercado y sujeto a los vaivenes de la oferta y la demanda: banalizado hasta el punto de ser desgajado de las luchas contra la discriminación o explotación de clase social o raza, con las que las reivindicaciones sexuales (de género) están inextricablemente soldadas, como bien demuestran las emblemáticas protestas de Stonewall. Una banalización que ya en los años 80 fuera identificada y criticada en las versiones liberales del Día del Orgullo LGTB desde perspectivas alternativas existentes en el propio movimiento, por privilegiar en ellas los valores de la "clase media" blanca.

El "Orgullo" no debe reducirse tampoco al mero reconocimiento social, afectivo y jurídico de unas prácticas más o menos minoritarias, aunque sea ello, por supuesto, imprescindible; pues un mero reconocimiento de tales características implica siempre una asimetría entre quien reconoce, el "heterosexual" en este caso, y el que es reconocido, el "desviado".

De lo que se trata en nuestro presente, por tanto, es de liberar toda la potencia social y política del movimiento LGTB que tiene en el Día del Orgullo Gay su principal cita anual. Una potencia que radica en su virtualidad para revelar y combatir las contradicciones existentes en una cultura heteropatriarcal y capitalista que, restringiendo arbitrariamente una infinidad de prácticas sexuales y deseos perfectamente legítimos y enriquecedores de nuestras experiencias afectivas, ignoran "lo que puede un cuerpo". Celebremos pues con alegría, esa riqueza afectiva nuestra. Y celebremos, especialmente, la fortaleza de quienes, bajo el peso de las más oscuras prisiones ideológicas y violencias, nos mostraron a todos el camino de nuestra propia estima: de nuestro orgullo.

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