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Historias heterodoxas

La santa de La Matiná

La historia de Josefa Riera y de Práxedes García, dos mujeres de la comarca que eran creyentes fervorosas y que acabaron haciéndose realmente conocidas

La santa de La Matiná

Ya saben que la Montaña Central no es tierra de santos. Hay pocos, y los que hay le deben su lugar de privilegio en el cielo a la palma del martirio, véanse San Melchor de Quirós o los frailes de Turón. La excepción puede ser Práxedes García "la santa de Sueros", que aún no ha llegado a los altares, pero todo indica que está en ello.

Práxedes fue una mística del siglo XX; oía tres misas cada mañana, la primera en el convento de los Pasionistas y, tras coger el trenillo de las ocho y cuarto de la mañana, repetía en la capilla de la Fábrica, donde comulgaba. Luego, en la tercera daba gracias a Dios.

Es un hecho que la mujer también leía y admiraba a Santa Teresa, que solía mortificarse con azotes y prolongaba sus ayunos hasta tres días e incluso que en alguna ocasión su recogimiento ante el altar se había visto recompensado con la visión de "Jesucristo en la Hostia envuelto en resplandores".

El seis de octubre de 1953, 25 sacerdotes dirigidos por un arzobispo dominico concelebraron en su honor una misa en la parroquia de San Juan Bautista de Mieres y el 7 de noviembre de 1957 se inició el expediente para la beatificación, que pasó al Vaticano en la década de 1970 con el apoyo de 126 obispos de todo el mundo.

Ya les conté una vez su vida con más detalle, así que solo les recuerdo unas pinceladas: vino al mundo el 21 de julio de 1886 en Puente La Luisa, y falleció el 6 de octubre de 1936 en Oviedo. Perteneció a una familia obrera y católica que la bautizó en Seana, donde una placa recuerda el hecho, y allí se casó también a los 27 años con Gabriel Fernández, un electricista de Valdecuna con el que vivió en una casa alquilada de Figaredo junto a sus tres primeros hijos.

Su marido falleció a los tres días de nacer el cuarto y ella tuvo que mantenerlos a todos, compaginando su trabajo como criada con las cosas de la religión. También murió antes que ella su segundo hijo, pero lo aceptó todo con la resignación que le daban sus creencias considerando que formaba parte del plan que Dios había dispuesto para su eternidad. Actualmente sus devotos se cuentan por miles y en Europa y América hay creyentes que piden su mediación para que resuelva milagrosamente sus problemas o cure sus enfermedades; un boletín informativo se encarga después de difundir las gracias que se le atribuyen, apoyando así la causa de su canonización.

Como hemos visto, el caso de Práxedes García es el más conocido de la Montaña Central, pero no es el único. Ha habido otras personas con fama de santidad que están en el olvido y de las que también se cuenta que vivieron una existencia marcada por la fe cristiana. Benjamín Álvarez "Benxa" escribió en el número 650 del semanario Comarca, a mediados de los años 60, una reseña recogiendo los datos que se conocían sobre una de ellas: Josefa Riera.

Se los voy a resumir a continuación porque creo que es interesante contrastar como en plena industrialización, mientras las ideas obreristas y ateas se extendían por los valles mineros, aquí también hubo una suerte de religiosidad mística con personajes, que vivieron su existencia al margen de los cambios que se operaban a su alrededor.

Josefa Riera nació en la aldea de La Matiná, una de las más altas de Mieres, dos décadas antes que Práxedes, posiblemente en 1867, y murió en Laviana a los 86 años dejando muchas anécdotas que "Benxa" pudo recoger entre sus contemporáneos cuando recorrió aquel concejo para dibujar a punta de lápiz sus antigüedades.

Al parecer, la mujer andaba pidiendo por los pueblos limosnas o productos comestibles que luego vendía, dedicando el dinero obtenido a pagar misas dedicadas a la curación de los enfermos graves de las inmediaciones, lo que la obligaba a veces a tener que dormir en casas desconocidas, para lo que solicitaba la ayuda de otras mujeres a las que tenía que contar cual era su misión particular.

Esto es a lo que me refiero cuando hablo de este misticismo de andar por casa, porque viendo esta actuación me llama la atención que lo recaudado con tanto esfuerzo fuese a parar al cepillo parroquial en vez de a la despensa del enfermo, lo que indica que a ella lo que le importaba era la salvación del alma por encima de la salud corporal de sus vecinos.

Josefa estaba casada y su marido era cuadrero en la mina. Una vez, un caballista le reprochó que permitiera a su mujer andar pidiendo por las aldeas mientras él ganaba un buen jornal. El cuadrero, mucho menos espiritual que su mujer, cerró aquella cuestión con un par de puñetazos, pero quiso el destino -o el cielo en este caso- que a los pocos días enfermase gravemente un hermano del caballista y Josefa le dedicó una de aquellas misas pagadas a escote popular: no se equivocan si suponen que el moribundo sanó milagrosamente.

Entonces el caballista pendenciero se dirigió de nuevo hasta el cuadrero, pero esta vez para arrodillarse ante él pidiéndole perdón y reconociendo que su esposa era una santa.

También tenía Josefa alguna facultad paranormal, al estilo más tradicional para perfilar su santidad. En otra ocasión, sabiendo que se encontraba en cama un convecino apellidado Penera, fue a visitarlo y se dio cuenta de que su gravedad era extrema, así que cuando volvió a su casa se puso a rezar el rosario por él hasta que de repente exclamó: "en este momento entrega su alma a Dios". Al momento se dirigió al domicilio del agonizante y por el camino le contaron que acababa de morir.

Josefa Riera, como Práxedes, pasaba muchas horas en la iglesia y se detenía a rezar a cada imagen, hasta el punto de que en ocasiones su marido, que a lo que se ve también tenía el don de la santa paciencia, le llevaba allí una cesta con comida para que pudiese cumplir con todas sus devociones.

Yo, que no he pasado por el seminario, no sé si esta mujer habrá hecho méritos para ser beata, pero me consta que, oraciones aparte, era buena. Según "Benxa", un día reconoció en un puesto del mercado lavianés unas gallinas que la habían robado y en vez de denunciar a la ladrona se las compró sin decir nada, aunque luego la hija menor de esta, que supo del caso, obligó a su madre a devolver el dinero en forma de limosna, sin que Josefa llegase nunca a enterarse.

Dije más arriba que había llegado a la ancianidad, y a pesar de que en sus últimos años se quedó ciega nunca dejó de acudir a su parroquia. Cuando sintió que la muerte soplaba en su nuca se despidió de las imágenes y pidió al cura que la acompañase hasta su casa, allí quiso tomar una sopa de leche y se acostó. A la primera cucharada se sintió llena y perdió el movimiento de las extremidades, entonces avisaron a su hija Veneranda, quien se desplazó rápidamente desde Mieres mientras ella esperaba musitando oraciones. Cuando la tuvo a su lado cerró la boca para siempre y murió tranquilamente.

Poco más se sabe de este caso que acaeció, como he dicho, en el concejo de Laviana, donde para que no falte de nada, tienen hasta sus propias apariciones marianas.

Se iniciaron el 30 de mayo de 1953 cuando dos niñas de Les Bories, otro lugar muy alto, entraron en la aldea contando como subían de comprar el pan desde Villoria y al pasar por un prado cercano al pueblo habían visto en un viejo castaño una pequeña figura con forma de mujer, vestida de blanco y con la cabeza cubierta por una pañoleta negra.

A lo largo del mes siguiente la imagen volvió a aparecerse en el mismo lugar otras tres veces y empezaron a llegar peregrinos que se postraban de rodillas a rezar el rosario frente al castaño y a hablar de posibles curaciones milagrosas.

Hace años, cuando quise ver lo que había detrás de esta historia llegué hasta don Emilio Blanco, quien había sido el sacerdote que en aquel momento estaba al cargo de la vecina parroquia de Santa Bárbara. No queda espacio para contarles los detalles, pero el Obispado mandó que las niñas fuesen interrogadas y quedó claro que la más pequeña, Milagros, estaba plenamente convencida de lo que afirmaba, aunque cuando se la presionaba soltaba algún taco para apoyar su versión, lo que no cuadra mucho en el comportamiento que se espera de una persona elegida para ver a la Virgen. La mayor, por su parte, llamada María Amor, era más discreta y se limitaba a confirmar lo que decía su compañera.

Finalmente llegó una orden de arriba -aunque no de tan arriba como el Cielo- y la Iglesia Católica silenció las supuestas apariciones de Les Bories antes de que la situación se le escapase de las manos. Ya lo ven, aquí hay historias para todos los gustos.

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