En marzo de 2012, traje a esta página una crónica titulada "Un submarino en el río Caudal", como siempre con la correspondiente ilustración del celebrado Alfonso Zapico, que no sé cómo lo hace, pero siempre acierta poniéndoles cara y paisaje a mis personajes. Entonces me hacía eco de los rumores y las notas que había ido apuntando durante años sobre la presunta construcción de un sumergible en Fábrica de Mieres. Como en aquel momento no tenía ningún dato fehaciente apunté la posibilidad de que el hecho hubiese tenido lugar durante una visita real a Mieres: la que hizo Isabel II el 30 de julio de 1858, pero en el último párrafo les decía que el capítulo no estaba cerrado ni mucho menos, porque nos faltaba contar con algo más concreto.

Hoy ya lo tenemos. Erré adelantando demasiado la fecha, pero la existencia del submarino, que algunos calificaron como una fantasía, queda demostrada por una reseña que publicó "El Correo Militar" el 18 de noviembre de 1885. En aquel diario de la tarde, que se definía como defensor de los intereses del Ejército y de La Armada, se escribió esta nota breve: "Según El Carbayón, de Oviedo, en el río Caudal, cerca de Mieres, se han verificado estos días, con resultado satisfactorio, ensayos de un modelo pequeño de buque torpedero submarino invento del exoficial de Artillería e ingeniero mecánico, don Buenaventura Junquera Domínguez".

Una buena noticia para nuestra pequeña historia, que ahora les puedo ampliar, aunque abre la puerta a una investigación de más calado para la que se necesita tiempo y paciencia, porque nada debería ser más fácil que acudir a un archivo, pero los de Fábrica de Mieres están dispersos por despachos y colecciones de todo tipo.

Sabemos que don Buenaventura, una vez retirado del Ejército, fue secretario del Consejo de Administración de la empresa y en esta condición vivió en una de las casas construidas en La Rebollada para sus directivos y empleados técnicos.

Su prestigio le llevó a hacer amistad con Jerónimo Ibrán, otro innovador. A la colaboración entre ambos debemos por ejemplo que la Escuela de Minas fuese el primer establecimiento docente de España dotado de alumbrado eléctrico y su relación fue tan estrecha que los dos emparentaron cuando Buenaventura se casó con una de las hijas de Ibrán, llamada María, con la que tuvo a su vez seis vástagos, varios de ellos bautizados en Mieres.

Ahora vamos al año del submarino. En 1885, España estuvo a punto de iniciar un conflicto bélico con Alemania por la posesión de las islas Carolinas, en el océano Pacífico. Afortunadamente la cuestión se solucionó gracias a la mediación del Papa que impuso la cordura favoreciendo el llamado Protocolo de Roma por el que las dos potencias llegaron a un acuerdo: la soberanía de las islas fue española, pero el imperio alemán pudo mantener allí una estación naval, un depósito de carbón y comerciar y pescar con libertad.

Para nosotros el acuerdo fue una bendición porque la flota española, que databa de los tiempos de Isabel II, estaba obsoleta y era poco apta para cualquier combate, como se vio poco después en el desastre de Cuba, aunque el susto sirvió para que el Gobierno se plantease una inversión seria para renovar sus buques. Los bancos y los grandes capitales se mostraron dispuestos a prestar su dinero y hasta el patriótico marqués de Comillas puso sus barcos a disposición de la monarquía.

Imbuido por este espíritu marcial, Buenaventura Junquera se decidió a presentar su proyecto para la construcción de un "torpedero submarino", coincidiendo en la idea con el de otro científico y teniente de la Armada: Isaac Peral. Ambos se movieron por los despachos y tuvieron partidarios y opositores, con sus esperanzas bailando al son que marcaban los cambios que se sucedían en el ministerio de Marina.

Siendo ministro Manuel de la Pezuela, en los escasos cuatro meses que estuvo en ese despacho tuvo tiempo para iniciar las gestiones que acabaron autorizando la construcción del torpedero submarino de Isaac Peral; por el contrario, cuando le siguió en la cartera José María Beránger felicitó a Junquera y le abrió las puertas a una audiencia con la reina regente María Cristina. Por fin, ésta prefirió a su rival y cuatro años más tarde de la prueba en el río Caudal, el Gobierno ya había tomado la decisión de apoyar el proyecto del teniente de Cartagena.

El 25 de enero de 1889, "El Día" contó a sus lectores los pormenores del invento de Isaac Peral, calificándolo como "la realización absoluta de la navegación submarina" para el que se habían destinado más de 200.000 pesetas. Aquel submarino tenía una eslora de 22 metros y desplazaba 87 toneladas, y el periodista afirmaba que con él no habría escuadra segura porque era capaz de destruir en pocas horas cualquier buque mayor, pero a la vez podría recorrer el mar como dominio propio y explorar sus fondos y descubrir sus riquezas haciendo realidad "todo lo que la imaginación de Julio Verne ha creado en su Nautilus".

Sin embargo, en esta crónica el periodista también quiso reconocer los méritos de Buenaventura Junquera y dejar claro que el diseño del ingeniero asturiano contaba con seguidores que seguían apostando a su favor considerando que su planteamiento era más viable que el de Peral.

La misma página de "El Día" es un tesoro en este sentido porque aporta los pocos detalles que actualmente conocemos sobre los planos del buque fabricado en Mieres: "El ilustrado oficial de artillería don Buenaventura Junquera presentó un proyecto de buque submarino, que fue desentendido por el ministerio de Marina, en él empleaba una máquina de vapor con caldera alimentada por el petróleo durante la marcha a flote, y para la marcha sumergida utilizaba la fuerza explosiva de la combustión de aquel mineral".

Una referencia valiosa que el cronista quiso adornar dándole su apoyo con un comentario en el que anunciaba que los ingenieros ingleses también coincidían en un sistema que se semejaba más al plan ideado en Mieres: "Nada de esto, sin embargo nos asombra de parte de los centros oficiales de este país; pero lo verdaderamente singular es que el principio potencial aplicado por el señor Junquera a su barco submarino sea en este momento estudiado con gran secreto y ahínco por el almirantazgo inglés para la moción de los viajes submarinos".

Desconocemos quien pudo proporcionar al firmante, un tal P. Ribera, la información que estaba bajo secreto militar, pero él insistía en su tesis: "Se trata de comprimir oxígeno y esencia de petróleo, cuya mezcla explosiva es susceptible de desarrollar una gran fuerza expansiva utilizable para la propulsión del barco submarino. Por lo visto el principio electro-motor adoptado por el señor Peral o es desconocido o no satisface a los ingenieros de la marina británica, por cuando están practicando asiduos ensayos sobre los agentes promotores ideados por el sr. Junquera y con aplicación a una flotilla submarina de guerra que, según reservadísimos informes, cuenta ya con un respetable contingente de torpederos, con gran secreto estudiados, construidos y experimentados. Es decir, absolutamente lo mismo que en España?".

La ironía de la última frase resume perfectamente lo que estaba sucediendo en este país, donde finalmente Isaac Peral, quien dedicó su vida a la promoción de su invento, acabó siendo ninguneado y tuvo que solicitar la baja en la Marina ocupando sus últimos años en aclarar a la opinión pública su versión de lo sucedido, hasta que falleció de un cáncer de piel en 1895.

A su vez Buenaventura Junquera aparcó su aspiración y siguió después su carrera sin perder nunca su gusto por las innovaciones, lo que le llevó a implicarse en otros proyectos emblemáticos como la construcción en 1898 del famoso Mercado del Sur en Gijón, junto al arquitecto municipal Mariano Medarde.

Por una de esas cosas que tiene la historia, su recuerdo en la Montaña Central no se encuentra en Mieres. El ingeniero cambió de cuenca para llevar las riendas de Duro Felguera y en un alto sobre la carretera de Pajomal se construyó para él, ya en el siglo XX, la casa de dirección de la empresa. El magnífico edificio, que se ha rehabilitado para dedicarlo a otros fines, lleva la firma del Manuel del Busto, el más famoso de nuestros arquitectos y es de lo mejor que puede encontrarse actualmente en la Montaña Central.

Por su parte -ya lo ven- la historia está haciendo que el submarino de Buenaventura Junquera, que parecía perdido para siempre, vuelva poco a poco a la superficie. Seguro que no tardarán en aparecer más datos.