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El prodigioso hallazgo del doctor Fischer

El químico alemán, que ganó el premio Nobel en 1902 y se suicidó en 1919 tras la muerte de dos de sus hijos en la guerra, defendía las bondades de comer carbón

El prodigioso hallazgo del doctor Fischer

Tenía preparada esta historia para dentro de un tiempo, pero comprenderán que la adelante para aprovechar una información que acabo de leer hace unas horas y que una vez más vuelve a demostrarnos como vivimos en un bucle lleno de sorpresas donde lo que siempre nos pareció ridículo, de repente puede convertirse en algo a tener en cuenta.

El titular que me sorprendió esta mañana anuncia que el zumo de carbón está arrasando en Estados Unidos como el nuevo elixir de moda entre las celebridades de Hollywood, que difunden entre sus amistades sus supuestas propiedades adelgazantes y sus beneficios digestivos y depurativos. Ya sé que es una de esas crónicas de relleno que abundan en el mes de agosto para suplir la falta de noticias más importantes, pero como verán, para nosotros puede tener su interés.

Al parecer la actriz Gwyneth Palttrow ha sido la primera en recomendar el consumo de esta mezcla compuesta de jugo de limón, lima, agua alcalinizada y carbón activado extraído de cáscara de coco -les confieso que no veo la relación entre el carbón mineral y los cocos, pero así lo publican- y dado su éxito ahora mismo ya está en el mercado en pastillas, cápsulas y también versión líquida con un "brebaje negruzco y poco apetecible a simple vista", como puede verse en la fotografía que acompaña al texto periodístico.

El caso es que una de las cosas que me gusta hacer para ocupar el tiempo libre -ya saben que hay gente para todo- es leer aquellas fantásticas revistas que se editaron en los últimos años del siglo XIX y hasta la década de 1920, porque esa época me parece un tiempo de cambios en la tecnología y el pensamiento como no ha habido otro. Tengo la suerte de que mi amigo Atilano guarda una buena colección familiar en su casa de Santullano y conociendo mi manía no tiene inconveniente en ir prestándomelas.

Uno de estos pequeños tesoros es un tomo encuadernado con el semanario "Alrededor del Mundo" de 1906. En el número correspondiente al 20 de junio de ese año figura un reportaje con un titulo llamativo: "La humanidad se alimentará de carbón de piedra" que está ilustrado con un curioso dibujo donde pueden verse a través de cuatro viñetas la extracción del mineral, su destilación en un laboratorio, la cocina en la que se está preparando un suculento menú a base de hulla y finalmente un elegantísimo camarero con librea llevando estos manjares al comedor.

Pero lo más interesante es la información que nos proporciona: "Un químico eminente, el profesor Emil Fischer, de la Universidad de Berlín, ha encontrado el alimento único, el alimento ideal, obtenido ¿de qué diréis amables lectores?... Pues de esa sustancia maravillosa y de infinitas aplicaciones que lleva el nombre de hulla".

Según el redactor, el ilustre Fischer llevaba en ese proyecto desde 1882, año en el que descubrió que la naturaleza de los hidratos de carbono, entre los que se encuentra el almidón, era muy semejante a la celulosa de los árboles. Averiguado esto, descompuso los almidones en sus células componentes, tornando luego a reunirlas de nuevo y entonces vio con sorpresa que había fabricado azúcar artificialmente por un procedimiento análogo al que realiza la naturaleza.

Luego, tras desentrañar los secretos del ácido úrico y averiguar que los principios esenciales de la cafeína y la teína son casi idénticos a ese ácido, concentró todos sus esfuerzos en el estudio de las sustancias proteicas, creadoras de fuerza y músculos hasta que logró conocer su composición exacta. A partir de este momento -siempre según esta revista de 1906- él y una pequeña legión de químicos que tenía como ayudantes se dedicaron a visitar fábricas de todas clases, gasógenos y minas, analizando detritus y materiales de desperdicio buscando la sustancia que fuese más abundante en aminoácidos para producir alimentos artificialmente.

Así llegó hasta la hulla en la que trabajó hasta descubrir que albergaba setenta clases de estos aminoácidos, cuando hasta aquel momento solo estaban analizados unos veinte, después los fue combinando en el laboratorio y consiguió un nuevo producto llamado polipectina.

He resumido lo más posible los detalles de este proceso para llegar hasta lo más curioso. Cuando Emil Fischer tuvo por fin lo que quería pasó a la última fase de su experimento, que consistió en probarla con los seres vivos. Comenzó con dos tandas de cinco perritos a los que separó desde su nacimiento para comparar su evolución. Mientras alimentó a unos a la manera tradicional, con la leche de su madre; a los otros les dio solo el alimento sacado de la hulla y pasado un mes pudo ver que los segundos estaban mejor desarrollados y sanos que los que se habían criado naturalmente.

Después, animado por el éxito, fue él mismo quien ingirió su polipectina durante una semana, absteniéndose de tomar otras sustancias "descubriendo con indudable júbilo un aumento de salud y energía considerables".

Tras leer esta aventura, lo lógico es sonreír y pensar que nos encontramos ante un personaje de ficción o en cualquier caso ante uno de esos "científicos locos" capaces de cualquier experimento, que aparecen en las películas, pero que no han dejado en la historia de la investigación más recuerdo que el de sus chaladuras.

Pues no, el profesor Hermann Emil Fischer fue un personaje real, nacido el 9 de octubre de 1852 en Euskirchen, una ciudad del estado germano de Renania del Norte-Westfalia, que se suicidó el 15 de julio de 1919 en Berlín, desesperado por la muerte de dos de sus hijos durante la Gran Guerra, en la que él había colaborado activamente organizando la producción química alemana.

Por esta razón -la de estar en el bando de los perdedores- su figura tardó después de muerto en recuperar el prestigio que sí tuvo en vida, puesto que en 1902 había obtenido el Premio Nobel de Química por sus investigaciones en moléculas de interés biológico: las purinas y los azúcares. Así, como hemos visto, el semanario "Alrededor del Mundo" no solo no exageró en su información sino que se quedó corto al omitir que el profesor ya era en aquel momento poseedor del galardón más prestigioso de la Ciencia.

La biografía de Emil Fischer nos deja ver a un hombre avanzado para su época, que trabajó en su juventud en los negocios familiares hasta que su padre, convencido de que no servía para ellos, accedió a su deseo de estudiar ciencias y lo envió a la Universidad de Bonn. Desde allí pasó a la de Estrasburgo donde se doctoró en 1874, con un estudio sobre la fenolftaleína y consiguió un puesto como profesor de química, lo que le llevó a dar clases por otras universidades alemanas hasta que recaló definitivamente en la de Berlín.

Fischer descubrió junto al médico Joseph von Mering el barbital, el primer somnífero del grupo de los barbitúricos; también determinó la estructura molecular de la glucosa y la fructosa (entre otros 13 azúcares); planteó la fórmula de derivados de la purina, como el ácido úrico y la cafeína y actualmente está considerado como uno de los padres de la bioquímica por sus investigaciones en moléculas de interés biológico que le llevaron a demostrar que las proteínas están compuestas por cadenas de aminoácidos y a formular una hipótesis para explicar que la acción de las enzimas es específica, lo que al parecer constituye la base del reconocimiento molecular.

Fue en fin, un verdadero sabio, aunque no sabemos en qué quedó su descubrimiento, calificado por la revista como uno de los más trascendentales de la historia de la Humanidad. Las últimas líneas de esta crónica escrita en 1906 pronostican que el prodigioso hallazgo del alemán, pasado mucho tiempo, va a acabar introduciendo una completa revolución en las sociedades en el momento en el que su producción resulte más barata que la explotación de las industrias agrícolas.

Irónicamente, generaciones de mineros han comido involuntariamente polvo de carbón sin notar precisamente ningún beneficio, ahora, en la otra cara de la moneda los pijos norteamericanos lo toman como refresco, aunque yo sigo sin ver claro lo de los cocos. En cuanto al profesor Fischer, como sucede con tantas otras cosas, no me cabe duda de que, si no lo frenan otros intereses más negros aún que el carbón, el rapidísimo avance de la química acabará poniéndolo en su sitio.

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