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Los divorcios repuntan en las comarcas mineras por la recuperación económica

Las disoluciones de matrimonios en Langreo y Mieres suben, aunque siguen un tercio por debajo de los 300 casos anuales de hace una década

La abogada Laura Álvarez Alonso, junto a su clienta María F., en su despacho. FERNANDO GEIJO

"Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana". Al refrán le puso música "El último de la fila", pero los expertos no están de acuerdo. En la partitura queda bien pero, en la vida, los divorcios caen drásticamente en época de crisis. Eso ocurrió en las Cuencas durante los últimos años. Antes de 2006, la media de divorcios en las comarcas superaba los trescientos al año. El balance descendió hasta los doscientos en los concejos cabecera del Nalón y el Caudal, Langreo y Mieres respectivamente, en 2010. Sin embargo, durante el pasado ejercicio, por primera vez en la última década, el número de disoluciones legales de los matrimonios subió: de 205 a 213. Un incremento leve, pero que los abogados de familia ven como señal de mejoría económica.

Detrás de cada cifra hay una historia y las causas para romper de forma definitiva una relación, según los testimonios de personas divorciadas de las Cuencas, cambian en tiempos de vacas flacas: antes llevaba la batuta el corazón y ahora decide, en la mayoría de los casos, la cartera.

Dejar de compartir la vida con el cónyuge sale caro desde el inicio de la tramitación. Los abogados tienen una tasa mínima a cobrar en los divorcios de mutuo acuerdo. Según lo establecido por los Criterios Orientadores de la Abogacía Asturiana sobre Honorarios Profesionales, la cifra es de 790 euros (como mínimo). Si el caso llega a juicio, el precio mínimo se dispara hasta los 1.548 euros. El proceso es mucho más caro con la disolución de bienes gananciales, que fluctúa en función del patrimonio de la pareja. Además están las pensiones compensatorias y los conflictos por la vivienda.

Las cifras dicen que es para pensárselo. Y las parejas llevan años dudando. El presidente de la Asociación Española de Derecho Matrimonial, Antonio Díaz, explica que "en los últimos meses los asociados han recibido a antiguos clientes que habían hecho una consulta pero que no se habían atrevido a dar el paso por la economía. Ahora ha mejorado su situación y quieren iniciar el proceso". El experto asegura que "la crisis frenó los divorcios y también las reclamaciones por la vía penal por las pensiones". "No tenía sentido acudir a juicio para reclamar los atrasos o el pago de mensualidades si el cónyuge no podía cumplir con su obligación, eran causas perdidas", añadió.

En los últimos meses se ha percibido un repunte también en estos trámites aunque "de una forma muy moderada", aseguró el experto.

Los tiempos están cambiando, pero aún quedan lejos aquellos días en los que la desilusión era más difícil de soportar que la falta de recursos. Nuria G. es una mierense que tramitó su divorcio en el año 2001, cuando la crisis económica aún no era ni un mal sueño. Tiene dos hijos que entonces eran "muy pequeños". La relación con su exmarido se deterioró mucho porque "él no paraba por casa, no me quería". Habló el corazón y no se lo pensó mucho: "No tardé en divorciarme, ni siquiera estuve separada antes. Me dije que podría encontrar un trabajo y así fue", afirma. Su marido estaba obligado a pagar una pensión a los pequeños; no siempre cumplió con la obligación pero ella decidió no denunciarlo. "Estaba mal asesorada y, además, no me faltaba el trabajo. Ahora seguro que sería diferente", explica.

En plena crisis, en 2010, la mujer de Luis F. le pidió el divorcio. "La verdad es que la culpa de lo que pasó fue toda mía, pero yo me resentí y me sigo resintiendo mucho económicamente", afirma. Jubilado de la hostelería, percibe actualmente 575 euros mensuales. De ese total le embargan 300 euros en concepto de manutención para sus hijos menores de edad. "Vivo gracias a mi madre, es la que me mantiene ahora mismo", destaca. La decisión del divorcio fue de su mujer y él no se opuso: "Estuve muy mal asesorado, perdí la casa y el coche, me quedé con el bar que tenía. Pero no quiero hablar mal de ella porque lo pasó muy mal".

El caso de María F., de Lena, es el ejemplo más claro del efecto de la crisis entre las parejas rotas. Tuvo que esperar mucho tiempo hasta que firmó el divorcio, en 2014. La situación económica hizo que viviera durante tres años en la misma casa que su antiguo cónyuge. "Él no tenía trabajo y no tenía a dónde ir. Así que aguantamos como pudimos, aunque yo ya había solicitado el divorcio en 2013", asegura. Fue un pleito largo que terminó con un acuerdo: María F. pagó la mitad de la casa que compartían y su exmarido empezó una nueva vida lejos de ella.

Laura Álvarez, de Jurislena, fue la abogada de María F. Es especialista en derecho de familia y, desde su punto de vista, "lo más difícil es que en estos casos se mezclan también las emociones. Los clientes se quieren o se odian, es complicado llegar a razonar". "Es mejor un mal acuerdo que un buen pleito", añade. Con la experiencia ha aprendido que "nadie mejor que la pareja sabe qué quieren realmente, hasta dónde están dispuestos a ceder y qué bienes son importantes para cada uno", destaca . En cuanto al incremento de divorcios en las Cuencas, la experta explica que "estamos atendiendo más clientes que en los últimos años, aunque el repunte es aún muy leve". Atiende más consultas, pero la mayoría se quedan atrás. Conoce muchos casos de vidas separadas en la misma casa.

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