Ya les conté que en 1933, el grupo teatral universitario "La Barraca" tuvo en Mieres una curiosa experiencia. Los jóvenes estudiantes encabezados por Federico García Lorca recorrían España en sus camionetas para dar a conocer el teatro clásico a quienes no tenían oportunidad de verlo en las grandes salas, cuando en uno de aquellos viajes el vehículo que los llevaba rompió el motor bajando las rampas del Pajares.

El pintor leonés Luís Sáenz de La Calzada escribió más tarde que la avería no se pudo solucionar hasta que los recambios llegaron cuatro días más tarde y que los actores fueron alojados por los Álvarez Buylla, familia culta y republicana, en aquella hermosa casona que la piqueta acabó borrando de La Rotella, en el barrio de Oñón.

Como no paró de orbayar, el grupo se entretuvo tocando el piano, ensayando y haciendo versos. Para el recuerdo quedaron estos: "Al coche de 'La Barraca' / nunca le falta una pena / ya se le rompe un cristal / ya se le funden las bielas"; pero también hubo tiempo para las representaciones que disfrutaron los vecinos en el Salón-Teatro "Argentino", como se denominaba entonces "El Palau".

Sabemos que en aquel pequeño escenario pudieron verse tres Entremeses de Cervantes: "El pícaro hablador", "La cueva de Salamanca" y "La guarda cuidadosa", pero lo que ya no podemos conocer son los nombres de aquellos que acompañaban al poeta granadino, aunque es muy probable que entre ellos estuviese otro de los fundadores de la compañía, Arturo Ruiz-Castillo, quien a sus 23 años, inteligente y activo, después de licenciarse en Ciencias Exactas por la Universidad de Madrid, había interrumpido otros estudios de Arquitectura para dedicarse primero a las tablas y muy pronto al séptimo arte.

Afortunadamente, también era hijo del propietario de la editorial Biblioteca Nueva, José Ruiz-Castillo, y pudo profundizar en su querencia por el espectáculo gracias al salario que su padre le ofreció como director artístico de aquella prestigiosa empresa familiar.

Nos gusta pensar que en aquellas jornadas esperando que llegasen las piezas de la camioneta, Arturo Ruiz-Castillo pudo pasear por Mieres, conociendo sus rincones y, por supuesto, la plaza de Requejo, tan próxima a su alojamiento, de modo que cuando ya se había convertido en un conocido director de cine no dejó pasar la oportunidad de filmar en ella algunas escenas de su película "Pachín".

Como otros muchos españoles, aquel estudiante progresista, que vio caer al mismo García Lorca y a otros amigos abatidos por las balas de los vencedores, se adaptó a los nuevos tiempos dando un tremendo giro a su carrera. Si en los años previos a la guerra civil lo vemos realizando documentales sobre las personalidades más interesantes del momento junto a cortometrajes experimentales y de vanguardia, tras la contienda, tanto su temática como su estilo se transformaron radicalmente.

Todavía en 1947 se decidió a producir y rodar "Las inquietudes de Shanti Andía", sobre la novela del mismo nombre, que fue aprobada por su autor Pío Baroja, quien incluso rubricó su visto bueno apareciendo en un pequeño cameo. Pero los espectadores de la posguerra preferían otros argumentos que los hiciesen olvidarse del hambre cotidiano y aquella película fue un fracaso.

Desde entonces Ruiz-Castillo busco otros caminos más acordes con la concepción cultural del franquismo. El melodrama, en "Obsesión"; la religión, en "La manigua sin Dios"; la historia, en "Catalina de Inglaterra; el folclore, en "María Antonia La Caramba"; el fútbol, en "Los ases buscan la paz", con la intervención de Kubala; y la épica militar en "El santuario no se rinde", se convirtieron -sobretodo esta última- en éxitos de público que le dieron dinero y fama.

Cuando en 1960 Arturo Ruiz-Castillo trajo sus cámaras hasta Mieres, ya había dirigido a los principales actores del momento. Es imposible citarlos a todos, pero quédense con: José Bódalo, Paco Rabal, Maruchi Fresno, Guillermo Marín, Irene Caba Alba, Fernando Rey, Fernando Fernán Gómez, Rafael Bardem, Emma Penella, Antonio Ozores, José Isbert y por supuesto el inefable Alfredo Mayo.

A la villa del Caudal vino con uno de sus preferidos, Roberto Camardiel, con quien haría el mismo año "Culpables" y "Bajo el cielo andaluz", que tuvo a Marifé de Triana como protagonista; pero la figura central del filme fue un niño en el que quiso ver un digno competidor de Joselito, aquel "pequeño ruiseñor", que no dejaba de llenar las salas españolas con una sucesión de éxitos que repetían el mismo patrón.

Ruiz-Castillo se fijó en Ángel Gómez Mateo, Angelito, nacido en Béjar, pero que siempre había vivido en San Esteban de la Sierra donde empezó cantando en una orquesta familiar. Alguien lo llevó desde su pueblo hasta Salamanca para que actuase en un festival navideño; lo hizo tan bien que la prestigiosa profesora Esperanza Rasueros decidió educarlo en la música y a través del periodista y autor teatral José de Juanes lo puso en contacto con la productora Argos S. L.

Era casi imposible superar a Joselito, un verdadero fenómeno de masas, pero Angelito tampoco lo hizo mal con la ayuda de las canciones originales de Genaro Monreal y las adaptaciones que hizo Antonio Valero sobre las canciones de nuestro folclore tradicional, para poder acercarse al gusto del público cinematográfico.

"Pachín" es un melodrama que cuenta la historia de un niño, huérfano de un minero muerto en accidente, que vive con un guardabarreras alcoholizado hasta que un vendedor ambulante "El Gran Cagliostro" se da cuenta de que puede atraer al público con sus canciones.

En el mismo Mieres se rodaron varias tomas: en la vía de Mariana, Casa Tornillos y otros enclaves, pero la memoria de muchos recuerda sobre todo el episodio en el que "El Gran Cagliostro" intenta vender inútilmente su elixir de la felicidad en la plaza de Requejo: "Me voy a otro pueblo donde la justicia resplandezca y venga más gente a comprar".

"Espérese, en este pueblo hay mucha justicia y mucha gente"-replica Pachín y comienza a cantar atrayendo a una multitud en la que reconocemos todavía a muchos vecinos.

El primer cliente es un hombre mayor que compra "el bálsamo maravilloso que al viejo lo vuelve mozo y al mozo lo hace más mozo" y lo sigue una joven y bonita Conchita Braña que se lleva "el peine que las enamora".

"Este para usted guapísima", le dice el Gran Cagliostro. Y es que uno de los atractivos que tiene para los mierenses esta película es el juego de poder identificar a familiares y vecinos, que por decenas aparecen en las escenas.

El charlatán se va luego a recorrer España con Pachín sentado en el sidecar de su moto, previa parada en el cementerio de La Rebollada, donde el niño se despide de su madre. Tras pasar por Avilés, Covadonga, Cangas de Onís y otros pueblos de Toledo, Madrid y Cáceres, la historia del pequeño acaba felizmente cuando es acogido por una rica hacendada andaluza.

El largometraje, rodado en blanco y negro y con el formato habitual de 35 milímetros, tiene una duración de 94 minutos y fue estrenado el 7 de agosto de 1961 en el Cine Tívoli de Madrid ante 303 espectadores. Más tarde, la distribuidora Exclusivas Floralva S.A. lo trajo a Mieres y el público de la villa respondió como era de esperar, llenando el Capitol, como lo demuestran algunas fotografías del acto con la calle del teatro, que entonces estaba abierta al tráfico rodado, cortada por la multitud.

Los beneficios de "Pachín" fueron tan satisfactorios que Arturo Ruiz-Castillo rodó una segunda parte, en 1962, "Pachín Almirante", donde el niño dio ejemplo de patriotismo ingresando en la Escuela de Flechas Navales de Huelva, animando de esa manera a que otros españolitos siguiesen su ejemplo.

Ángel Gómez Mateo también grabó con R.C.A. Víctor en Madrid, aunque fue en América donde alcanzó la fama, triunfando en una larga lista de escenarios. En Puerto Rico rodó "Los desheredados (juicio contra un ángel)", dirigida por Federico Curiel y con guión de su mentor José de Juanes. Y ya en New York hizo con la discográfica SEECO el LP "La Voz Sensacional de Pachin" e incluso fue llamado al show televisivo de Ed Sullivan, por donde pasaron todos los grandes de la música pop.

Al contrario de otros pequeños artistas que al ir creciendo se convirtieron en juguetes rotos, cuando su voz perdió la frescura, se centró en la carrera de Bellas Artes y Restauración y, actualmente, es uno de los pintores más reconocidos de Castilla-León, interpretando el realismo de una forma muy personal.

El otro protagonista de esta historia, el director Arturo Ruiz-Castillo siguió trabajando con posterioridad tanto en Televisión Española como en el cine, donde no pudo sustraerse a la moda del spaghetti-western, y falleció en su domicilio madrileño el 18 de junio de 1994, a los 84 años, dejando como herencia una larga lista de filmes que todavía disfrutan los aficionados a la gran pantalla.