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Historiador

Me casó mi madre

Una de las pocas ventajas de ser pobre en la Edad Media era poder elegir pareja con libertad, algo que no podían hacer los hijos de los poderosos

Me casó mi madre

Una de las escasas ventajas que tenía ser pobre en la Edad Media llegaba cuando los y las jóvenes decidían formar una familia y casarse, siempre con parejas de su misma condición social. Por lo menos a la hora de elegir, los humildes gozaban de una libertad que no tenían los poderosos; ya que estos estaban obligados a obedecer la decisión de sus padres para mantener el status de su linaje.

Los matrimonios entre los privilegiados se realizaban, en muchas ocasiones, más por interés que por amor. El enlace servía para ir tramando estructuras de poder entre familias y a la vez para aumentar su patrimonio económico, de manera que lo de menos era que los novios se quisiesen o incluso que se conociesen antes del compromiso.

Lo corriente era que al llegar a la adolescencia las chicas ya tuviesen marcado su destino con hombres mayores y que estaban de vuelta de muchas cosas; aunque también existía la variante de comprometer a dos niños hasta el momento en que pudiesen pasar por el altar e incluso se conocen acuerdos para concertar bodas cuando los contrayentes eran todavía lactantes.

Desgraciadamente las dos posibilidades aún se pueden encontrar en algunas etnias que se rigen por normas ajenas al avance de los pueblos y donde también se guarda un rito que sigue unos pasos muy parecidos al medieval, cuando el camino hacia la unión matrimonial tenía dos partes: primero se hacía el desposorio y luego la velación, la verdadera boda, que recibía este nombre porque los novios asistían a ella cubiertos con un velo blanco

Si los prometidos se negaban a cumplir el trato, actuaba la justicia que siempre daba la autoridad a los padres, por lo que también abundan esas historias de fugas que se repiten en los cuentos antiguos, cuando vemos a los jóvenes impelidos por sus sentimientos desposándose en secreto o incluso yendo en peregrinación hasta Roma "a que los case el Papa porque son primos", ya saben.

En la Montaña Central tenemos una de estas historias, con su propio intríngulis, que últimamente está siendo citada en varios trabajos universitarios sobre las costumbres medievales y merece la pena contar.

En la tesis doctoral leída en 2014 por la historiadora andaluza Blanca Navarro Gavilán sobre el tema "La sociedad media e inferior en Córdoba durante el siglo XV" se recoge la documentación sobre un pleito conservado en el Registro General del Sello, titulado "Al juez de residencia de Asturias y al juez ejecutor de Hermandad, sobre el desposorio incumplido entre Gonzalo de Ciaño y María de Quirós realizado cuando ambos tenían siete años".

Como ven, fue uno de esos casos en los que las familias prometieron a dos niños en espera de unirlos en matrimonio cuando lo permitiese su mayoría de edad; pero se habrán fijado también en que el expediente se corresponde con un juicio porque la unión no llegó a celebrarse. Veamos entonces lo que sabemos sobre este caso, empezando por sus protagonistas.

De Gonzalo de Ciaño sabemos que era hijo de Suero García de Ciaño y vecino de Langreo. En cuanto a María de Quirós, sus padres Martín de Quirós y Juana González eran de Avilés y uno de sus tíos fue Diego de Miranda, lo que la sitúa en el seno de ese poderoso linaje que construyó buenas casonas en la Montaña Central, entre ellas los palacios de Cenera.

Pero el destino quiso que don Martín, el padre que había firmado el compromiso de su hija, falleciese cuando ella estaba a punto de llegar a la edad mínima para contraer matrimonio, que era de doce años en las mujeres y catorce en los hombres, y en ese momento la pequeña María, con el apoyo de su madre decidió seguir su propia vida y no acudir al altar.

Y para seguir esta historia, volvemos a otro trabajo universitario, en este caso el titulado "Mujeres en la nobleza bajomedieval asturiana: algunas biografías relevantes", publicado por Jesús Antonio González Calle en el n.º 6 de la revista Territorio, Sociedad y Poder, quien se encontró con la aventura de esta asturiana cuando también estaba realizando su tesis doctoral sobre la evolución de algunos linajes destacados de nuestra Baja Edad Media.

Porque la cosa no se quedó aquí. Gonzalo de Ciaño reclamó su supuesto derecho ante los tribunales de la Iglesia de Oviedo. Su protesta no tuvo éxito y en un principio perdió su demanda, de manera que María de Quirós obtuvo la libertad para casarse con quien quisiera. Pero el de Langreo recurrió ante instancias más altas: apeló a la mismísima Roma y allí encargaron la revisión del caso al obispado de León, que esta vez le dio la razón a él, fijando un plazo para la consumación religiosa del enlace.

No nos cabe duda de que María fue una mujer rebelde. No solo se pasó por el forro la amenaza de excomunión dejando pasar la fecha ordenada, sino que se casó con otro hombre: un tal Suero de Caso, más dotado (seguramente en todos los sentidos) que Gonzalo de Ciaño y a quien la historiadora cordobesa Blanca Navarro identifica por su apellido como natural del concejo casín, aunque nosotros preferimos la opinión de Jesús Antonio González, quien con más fundamento lo sitúa dentro de una de las estirpes más influyentes del oriente asturiano.

No es mi intención que esta página se parezca a uno de esos programas televisivos de cotilleo, pero debo seguir con el culebrón, ya que Suero de Caso debía de ser un señorito de pocos escrúpulos y tenía otra mujer que permanecía apartada de todo en León. Aquí la documentación se contradice, porque mientras en un párrafo se afirma que siendo viudo de una pariente de María, llamada Marquesa de Valdés se había vuelto a casar con otra mujer, más adelante está escrito que la tal Marquesa seguía viva y por lo tanto ella era su esposa.

Pero en cualquiera de los dos casos era bigamia. Y esta fue la acusación que volvió a denunciar Gonzalo de Ciaño para que se anulase el enlace.

Aquí se vio el poder de Suero de Caso, quien consiguió que el juez asturiano no dictase sentencia, obligando al insistente don Gonzalo a mover ficha otra vez ante los Reyes Católicos, aunque lo único que consiguió fue cubrirse de vergüenza, puesto que en enero de 1493 obtuvo la custodia sobre María de Quirós, su eterno objeto de deseo, y ella ese mismo mes hizo patente que su corazón era de don Suero y en consecuencia estaba yaciendo con él.

¡Ay, don Gonzalo! Otra vez al pleito, jugando ahora con la acusación de incesto porque descubrió que en el triángulo amoroso formado por María de Quirós, Suero de Caso y María de Quirós, todos eran parientes dentro del cuarto grado.

Tanto insistió el hombre, que los Reyes Católicos decidieron ordenar en el mes de agosto de aquel año al licenciado Gonzalo Fernández Gallego, alcalde de la casa y corte real, que investigase el caso y actuase para que el asturiano los dejase en paz con sus lloriqueos. Pero los tiempos no estaban para que los monarcas perdiesen a ningún aliado en Asturias y además era difícil justificar la anulación del matrimonio por una denuncia tan cogida con alfileres.

De modo que los monarcas actuaron de manera salomónica intentando contentar a ambas partes: todo indica que la pareja siguió junta y consta que para no agraviar a Gonzalo de Ciaño y aliviarle un poco de su pesada cornamenta le dieron una escribanía y notaría pública, lo que en aquel tiempo suponía prestigio y dinero.

No sé por qué esta historia me recuerda a aquel romance que no faltaba nunca en le repertorio de los grupos folk de los 70: "Me casó mi madre, chiquita y bonita ay ay ay, con un muchachito que yo no quería, ay ay ay" ¿A qué lo recuerdan?

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