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Historias heterodoxas

Un rincón rojo en el cuarto de banderas

La historia de Fernando Condés, el guardia civil que apoyó la Revolución del 34 y que, ya fuera del cuerpo, participó en la muerte de Calvo Sotelo

Un rincón rojo en el cuarto de banderas

A principios de los 90, los republicanos militantes estábamos convencidos de que el término del reinado de Juan Carlos I iba a suponer también el punto final de la monarquía en España. Obviamente nos equivocamos: ya llevamos tiempo con otro rey, caminamos hacia unas elecciones y la palabra República no aparece ni en el programa de la izquierda de siempre -donde alguna vez sí estuvo- ni en el de la nueva coalición que aspira a sustituirla en la preferencia de los votantes. Se ha asumido que las cosas deben de ser así y como el pueblo también es soberano, es tiempo de callar, igual que en aquellos años lo fue de moverse.

La estrategia para consolidar una alternativa viable a lo que pensábamos que había de venir pasaba por contactar con todos aquellos sectores que también deseaban el cambio para ir fortaleciendo la alternativa que debía hacerse cargo del cambio. Se multiplicaron los encuentros con todo tipo de organizaciones y personas que podían sumar y me queda el consuelo de que en medio de aquel maremagno pude conocer un poco de esa España en la que aún sobreviven ideas que van más allá de la simpleza con que nos hacen desayunar cada día nuestros políticos.

Traigo a cuento este recuerdo por un episodio relacionado de alguna manera con la historia que hoy les voy a contar: me tocó compartir la frustrada reconstrucción de Izquierda Republicana en la transición con compañeros de diferente condición y pensamiento, entre ellos el coronel Amadeo Martínez Inglés, quien vivía el momento con más prisa que los demás e intentó dar un paso al frente en octubre de 1993 creando una escisión que no llegó a consolidarse. Se denominaba Unión Demócrata Radical y todavía guardo sus primeros documentos como una curiosidad de aquellos días

Es conocida la firme postura de Amadeo, que nunca ha escondido el contraste entre su brillante historial militar en el ejército de su majestad con su ideología y pueden suponer que había más compañeros de armas viviendo la misma contradicción. Menos sabido es que también mantuvimos algunos contactos con un grupo de guardias civiles -cuyos nombres, por supuesto he olvidado- quienes estaban empeñados en reivindicar la memoria de los que habían muerto vistiendo ese uniforme del lado republicano durante la última Guerra Civil, que fueron, como ya supondrán, muchos menos que los del bando vencedor.

En una de aquellas conversaciones se añadió que también debían sumarse a esta lista los nombres de los represaliados por haber participado en la preparación de la Revolución de Octubre. Les confieso que tardé en salir de mi perplejidad ¿Guardias civiles del lado de los revolucionarios? Pues sí. Y aquí tienen otro de esos hechos incómodos que se siguen tratando de ocultar para falsificar una historia que es mucho más compleja de lo que parece.

Amaro del Rosal fue quien recogió los datos sobre este asunto en su libro "1934: el movimiento revolucionario de octubre". El socialista, nacido en Avilés en 1904, fue experto en política financiera y vocal de los trabajadores de Banca y Bolsa en el Comité Nacional de la UGT desde 1932 y en su Comisión Ejecutiva desde enero de 1934 a octubre de 1937. En esas memorias contó de qué forma vivió la organización de la insurrección en Madrid y los contactos que mantuvo con un grupo de guardias civiles descontentos con su situación y favorables a la revolución.

La primera entrevista fue propiciada por Margarita Nelken, considerada una de las pioneras del movimiento feminista en España, a pesar de que mantuvo junto a Victoria Kent su oposición a que se otorgase el derecho de sufragio a la mujer en 1931, porque ello supondría poner a la República en manos de la derecha.

Amaro y ella se reunieron en el departamento que tenía abierto en el paseo de La Castellana con un cabo apellido Panero. Se trataba de un hombre de unos treinta y tantos años, que les puso en antecedentes sobre la existencia en el cuartel de "El Salado" de un grupo de compañeros, de ideas socialistas e inclinados a la tendencia de Largo Caballero, informándole de que incluso había allí una minoría comunista con la que también se podía contar.

El mayor núcleo de los guardias socialistas se encontraba en uno de los puestos dependientes de aquel cuartel, situado en la carretera de Chamartín de La Rosa y llamado "Siete Fanegas", donde la mayoría se hallaba dispuesta a neutralizar fácilmente a los cuatro o cinco guardias que previsiblemente iban a tratar de neutralizar la intentona. Allí estaba destacado el teniente Fernando Condés Romero, con el que se concertó otro encuentro pocos días más tarde.

Llegada la fecha, el mando de la Guardia Civil se juntó a su vez con Amaro del Rosal y Margarita Nelken, que esta vez iba acompañada de su marido. Sus informaciones fueron más completas que las que les había facilitado el cabo Panero y confirmaban el compromiso de otros oficiales de mayor graduación con el posible movimiento insurreccional, lo que obligó al asturiano a poner en antecedentes de lo que estaba sucediendo a Francisco Largo Caballero, entonces líder de la tendencia que dentro del socialismo defendía el abandono de la vía parlamentaria en favor de la "vía revolucionaria para tomar el poder.

El tercer paso de la conspiración supuso otro salto cualitativo, ya que en esta ocasión Fernando Condés acudió al encuentro en un café de la Puerta del Sol acompañado de un comandante, al que Amaro citó en sus memorias como X para proteger su identidad y que estaba en el Ministerio de Gobernación a las órdenes directas del general Cabanellas.

Por fin, en otra reunión, esta vez en un café de la calle Aduana, el teniente Condés y Amaro del Rosal ultimaron un programa de reivindicaciones para el cuerpo armado, que debía publicarse bajo el lema "La Guardia Civil al servicio del pueblo". En él se incluían, entre otras, algunas peticiones que luego se fueron se concediendo y otras que todavía se oyen en las movilizaciones sindicales: jornada de ocho horas y reajuste de sueldos, desaparición del tricornio, vestir de paisano en las horas libres, libertad para habitar fuera de los cuarteles, ascenso rigurosos hasta todos los grados dentro de una sola escala y vacaciones anuales de un mes.

El medio para difundir este movimiento no podía ser otro que editar un órgano clandestino y así nació "La Gaceta de la Revolución", donde se expresaba la idea de que la Guardia Civil no debía dejarse manejar por los enemigos de la República sino luchar junto al pueblo por un Gobierno verdaderamente democrático. La publicación se distribuyó por Madrid, donde tuvo mucho que ver en el hecho de que los guardias civiles no disparasen contra los trabajadores cuando llegó octubre y según Amaro del Rosal, también se llevó hasta Levante.

Por otro lado, desde el cuartel de "El Salado" se proporcionaron uniformes a las Juventudes Socialistas dentro de un plan que incluía la colaboración de los conjurados de la guardia civil, guardia de asalto y militares junto a las milicias disfrazadas para ocupar el Ministerio de Gobernación, la estación de radio, situada en la calle Gran Vía y también el Parque Móvil para obtener vehículos y armamento y avanzar después hasta el cuartel del Hipódromo.

Fernando Condés Romero cumplió su palabra tomando las armas en octubre de 1934 para dirigirse hasta el Parque de Automóviles de la Guardia Civil con el apoyo de la sección de Infantería de su amigo el teniente Castillo. Cuando todo se vino abajo, fue expulsado de la Guardia Civil. Ya en 1936, encabezó el grupo de policías y civiles que detuvo y mató como venganza por el asesinato de Castillo al diputado derechista José Calvo Sotelo. El teniente Condés cayó en el frente de Somosierra a los cinco días de haberse iniciado la Guerra Civil.

Margarita Nelken también fue represaliada tras el fracaso de la Revolución, perdió la inmunidad parlamentaria y logró escapar a una condena de veinte años de prisión huyendo a Francia antes de que se dictase sentencia. Luego tuvo una vida intensa, colaborando con el PCE, hasta que falleció en México en marzo de 1968.

Amaro del Rosal cumplió condena por su participación en el movimiento insurreccional hasta la amnistía de febrero de 1936. Murió en Madrid el 5 de febrero de 1991 y estuvo -como los revolucionarios mierenses Jesús Ibáñez y Ramón González Peña- entre los expulsados del PSOE en 1946 por seguir la línea de Negrín. Todo el grupo fue readmitido honoríficamente a título póstumo por el XXXVII Congreso de los socialistas celebrado en 2008.

En Asturias no se tiene constancia de que la existencia de que ningún grupo organizado de guardias civiles ni otros cuerpos del Ejército apoyase a los mineros insurrectos. Sin embargo, la historia recuerda los casos del sargento retirado Francisco Martínez Dutor, quien diseñó la operación del asalto a Oviedo y del sargento de Infantería Diego Vázquez Carballo, que intentó convencer a los soldados del Cuartel del Milán para que se sumasen a los rebeldes y al no conseguirlo, se unió a los revolucionarios, siendo fusilado por esta acción. Ya ven que una vez más estamos obligados a dudar de lo que nos han contado.

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