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Historiador

Asesinato en Nicolasa

El caso que en 1913 acabó con la vida de José García, vigilante del pozo mierense, y la detención del minero José Fernández como autor de los hechos

Asesinato en Nicolasa

Hace ya más de un siglo la vida en la Montaña Central era otra, no sé si como la Arcadia que describen algunos escritores, pero sí mucho más tranquila. La búsqueda de dinero rápido para vivir al día llegó con la industrialización y con ella vino también la violencia. Don Armando Palacio Valdés lo describió sencillamente para que todos los entendiesen en "La aldea perdida", un libro ameno que debería ser de lectura obligatoria para nuestros escolares.

Fueron unos años en los que reinaba el embrutecimiento provocado por jornadas de durísimo trabajo y las armas cortas cerraban con demasiada frecuencia las madrugadas de sábado en los chigres y las verbenas de verano en las aldeas. En las minas se cortejaba diariamente a la muerte, que acudía puntual a su cita, vestida de silicosis y en ocasiones perfumada de grisú. Quienes la conocían trataban de ignorar su suerte entre las nieblas del alcohol y como consecuencia las páginas de sucesos de los diarios de la época se llenaban de reyertas absurdas, con víctimas de navajazos y disparos. No era extraño salir armado de casa y las balas se encargaba de solucionar a veces las disputas y casi siempre las venganzas.

El 18 de noviembre de 1913, la sangre corrió una vez cuando la cerrazón sustituyó a las palabras en un tramo solitario que los vecinos de Ablaña conocían como "Tercero Sostiano", bordeando la vía por donde transcurría el ferrocarril de vía estrecha que iba desde el pozo Nicolasa hasta el pueblo.

Según el investigador Rolando Díez, Nicolasa ya estaba registrada en la década de 1840, diez años antes de convertirse en uno de los primeros pozos destinados a abastecer a la fábrica siderúrgica que se estaba configurando tras la constitución en París de la sociedad Compagnie Miniere et Metallurgique des Asturies, que no tardaría en ser propiedad de Numa Guilhou y transformarse en Fábrica de Mieres.

Entonces era una de las minas más importantes de la Montaña Central y este hecho sumado al movimiento de la estación de ferrocarril de Ablaña, con un enlace estratégico para comunicar rápidamente con toda Asturias, acabó convirtiendo a la población en un núcleo populoso y próspero, que contaba con buenos edificios y gozaba casi de los mismos servicios que Mieres, aunque desgraciadamente hoy nos cueste encontrar algún resto que recuerde aquel pasado.

En el pozo trabajaba José García García, más conocido entre sus compañeros y amigos por el seudónimo de "Setal", ocupando el cargo de vigilante y encargado de las labores de explotación de la capa octava en los pisos cuarto, quinto y sexto, con 55 mineros bajo su responsabilidad.

Era hijo de uno de los obreros más antiguos de Nicolasa, que había fallecido a los 78 años, después de 65 de trabajo, y quiero pararme en este dato, proporcionado por la prensa del momento, porque nos aporta un retrato escalofriante de las condiciones laborales que sufrieron nuestros antepasados si tenemos en cuenta que los 78 años de hace un siglo muy bien podrían ser los 90 de hoy. Si aquel hombre estaba aún en activo en el momento de su muerte, debía haber entrado al pozo con trece años, pero aunque adelantemos la edad en la que empezó a trabajar, para poder sumar los 65, seguimos encontrándonos con un verdadero anciano.

"Setal" también iba bien servido: minero desde niño como su padre, ya tenía 52 años de edad, era viudo y con siete hijos, una niña y seis varones, los dos mayores, Marcelino y Gregorio, de 21 y 17 años, lampisteros de los pisos octavo y cuarto en la misma Nicolasa. Todos ellos bien considerados y queridos por los vecinos.

Sobre las cinco de la mañana, el vigilante se dirigía a su trabajo como de costumbre. Ya había pasado el punto en el que el sendero que llevaba desde su casa se unía a la vía minera y se adentró en un trecho sombrío y cubierto por el ramaje de los enormes árboles que bordeaban el camino. Tras él, como a unos 50 o 60 metros, se dirigía a caballo en la misma dirección el contratista de arrastres Manuel Palacios, cuando oyó una detonación, aunque una curva le impidió ver lo que había sucedido. Sin embargo, la alarma le hizo apremiar a su montura y llegar a tiempo para ver a "Setal" caído y aún agonizante. Puso pie a tierra y pretendió recogerlo, viendo con horror que la vida se alejaba del cuerpo del desgraciado y que a los pocos momentos expiraba en sus brazos.

¿Qué había ocurrido? En el lugar ya no había nadie más, pero estaba claro que se trataba de un asesinato porque una bala había atravesado el cráneo del infortunado vigilante, que falleció sin proferir un lamento ni pronunciar una sola palabra.

Dejando el cuerpo de "Setal" en el lugar del crimen, salió presuroso a buscar ayuda y dar cuenta de lo ocurrido y pocos minutos después, un numeroso grupo de mineros y vecinos ya estaban junto al cadáver comentando el suceso y preguntándose por el autor y el motivo del asesinato. Hasta allí llegó también Víctor, hermano del finado y sus hijos, que no se movieron del lugar hasta que se personó don Germán Robles en representación del juzgado, acompañado por un alguacil para instruir las diligencias del caso.

Una vez levantado el cadáver, fue llevado a la parroquia de Seana para ser velado por sus compañeros, quienes también acompañaron cuando llegó el momento a la comitiva fúnebre hasta el cementerio. Entretanto, el pozo quedó paralizado en señal de duelo y se decretó el secreto del sumario mientras avanzaban las pesquisas policiales.

Pronto se comentó que "Setal" formaba parte de una peña que jugaba a la lotería con otros amigos y compañeros y que aquel día tenía que entregar su cuota mensual de veinte pesetas, pero el dinero apareció intacto en uno de sus bolsillos, junto a seis pesetas más, que llevaba para sus gastos en el otro, por lo que el móvil del robo quedó descartado.

Quedaba la posibilidad de una venganza, aunque según el ingeniero jefe del grupo Nicolasa, don Patricio Juárez, el fallecido era uno de los mejores vigilantes que tenía a sus órdenes, escrupuloso en el cumplimiento de sus deberes, pero siempre justo, por lo no se sabía que tuviera enemistades, y esta misma opinión fue expresada por quienes trabajaban con él, que se mostraron indignados por el asesinato. Lo que todos ignoraban, mientras se hacían estas cábalas, era que ya se trabajaba sobre una pista segura.

En la mañana del día siguiente el comandante de la Guardia Civil Francisco González, acompañado por dos guardias civiles del puesto de La Rebollada y cuatro del puesto de Murias se personó en el grupo minero de "Baltasara", después de haber recibido una información confidencial. Tras preguntar por el punto concreto en el que se encontraba el sospechoso que venían a buscar, dos de los guardias penetraron armados en el interior mientras los otros cinco se apostaron estratégicamente con objeto de evitar una evasión por alguna de las chimeneas o pozos de ventilación de la explotación.

Así pudieron detener a José Fernández Álvarez "Aguador", cuando se encontraba picando carbón como si nada hubiese sucedido, luego lo condujeron al exterior y sin darle tiempo a quitarse la ropa de faena lo llevaron primero hasta Mieres y al día siguiente, debidamente custodiado, hasta la cárcel de Lena.

A las pocas horas llegó a Mieres el juez de instrucción don Víctor Cobián, acompañado del actuario y del alguacil para presenciar la autopsia del vigilante y tomar declaración a su supuesto asesino. En el primer interrogatorio, "Aguador", soltero, de 22 años, natural de Figaredo y vecino del Llano La Cuba, no negó la acusación y quedó por lo tanto convicto y confeso.

Afirmó que anteriormente había trabajado a las órdenes de su víctima y que en el momento del crimen se lo había encontrado casualmente en la vía de Nicolasa y le preguntó qué tal le iba en el trabajo, contestándole que mejor que cuando lo tenía a él de vigilante, que entonces se trabaron en agria discusión y, temiendo que "Setal" le pegara, sacó el revólver y disparó, pero sin idea de hacer el daño que causó. Con respecto a la pistola, que no llegó a aparecer, dijo que la había tirado al monte en su huida.

Cuando llegó el juicio se conocieron otros detalles contradiciendo esta versión, de manera que el crimen acabo presentándose como producto de una venganza bien planeada que no dio ninguna opción al fallecido. El contratista que había encontrado agonizando a la víctima manifestó que tenía una mano en un bolsillo y la boquilla del cigarro a los pocos pasos, como si hubiese caído por sorpresa, además los forenses certificaron que la herida causada por la bala tenía el orificio de entrada en el occipital y el disparo se había hecho a poca distancia.

José Fernández Álvarez "Aguador" fue condenado por este crimen que se recordó muchos años en Ablaña.

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