La vida de Tomás Rodríguez Villar (Tomasín) bien puede ser la historia mejor contada de cómo se construye un héroe. Eso pensó Eduardo Lagar, redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA, antes de escribir "Tomasín. En lugares salvajes" (Cronistar, 2016): una crónica que narra cómo aquel chaval ermitaño y esquivo, al que pegaban de joven en los bares de Tineo, recibió el aplauso de sus vecinos en la puerta del Juzgado. De persona ignorada a ídolo social, después de matar a su hermano y estar fugado por los montes de La Llaneza durante dos meses. Un caso inédito por la victimización de un presunto homicida, el hombre que decidió ajustar cuentas al estilo "Far West" y la demonización de la víctima. "La historia de Tomasín es como la vida. Todo son matices, no todo es blanco ni negro", señaló el autor en la presentación del libro, que tuvo lugar ayer en la librería-café La Llocura de Mieres y que contó con una buena afluencia de público.

La historia de Tomasín llenó páginas de periódicos, noticias en informativos y crónicas de radio. Pero son los detalles, lo no contado hasta ahora en el caso, los que tejen el libro de Lagar. El autor estuvo acompañado en la presentación por el director adjunto de Cronistar, Pedro Laguna. Es la primera vez que la productora edita un libro: "Nos embarcamos en esta aventura porque vimos que el libro tenía muchas posibilidades. Estamos muy contentos por la acogida que le está dando el público, nos alegra que Eduardo Lagar haya apostado por Cronistar", señaló Laguna.

La "primera piedra" de "Tomasín. En lugares salvajes" fue el sumario judicial. "Hice varios montajes de la historia y luego fui a Tineo para rellenar las lagunas que faltaban", explicó Lagar. Un amplio trabajo de campo que incluyó, incluso, el registro del coche que Tomasín dejó abandonado en los montes de La Llaneza. Así dibujó un fiel retrato del hombre que se autodiagnosticó sin rodeos ante los especialistas que le examinaron: "Yo sufro de la vergüenza". El vecino huraño que atesoraba dosis de serotonina en tabletas: "En su cabaña había muchos restos de cosas dulces. Una persona ruda, ermitaño y, sin embargo, con una pasión por el dulce que choca", señaló el autor.

Lagar, afirmó, quería "construir la verdad". Así que también se acercó a la figura de Manuel Rodríguez Villar, muerto dos veces: una a manos de su hermano y otra a manos de la sociedad. "Un santo no era, era como todos. Era humano".