Se ha escrito muchas veces que el puente de Santullano, bajo el cual pasan ahora el viejo río Caudal y la nueva riada de automóviles que transitan por la A-66, fue construido en base a diseños del propio Jovellanos. La realidad es que lo planeado por el ilustrado gijonés fue la Real Carretera a Castilla, pero no el puente, que don Gaspar ya conoció casi acabado y del que anotó en uno de sus viajes, el 27 de noviembre de 1792, que era magnífico, con cinco arcos, de sesenta pies de diámetro sobre treinta de altura y que incluso contaba con una pequeña estructura para una presa.

El puente de Santullano fue ideado por el arquitecto Manuel Reguera, quien recibió el encargo de levantarlo juntamente con el de Olloniego en un proyecto conjunto presupuestado en un millón y medio de reales. Luego vinieron las dificultades porque una vez reunido el dinero se decidió ir por partes y empezar a trabajar solo en el de Olloniego. Cuando se concluyó, ese perro del hortelano que cambia de nombre y apellidos, pero mantiene su mala leche torciendo los destinos de la Montaña Central, generación tras generación, dispuso que lo de Santullano no era tan urgente y el dinero que se había prometido para su mejora se destinó para arreglar el camino que unía Oviedo con Grado.

Por fin, la cosa se tomó en serio y en 1788, una vez obtenido el visto bueno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a cuyo juicio se sometían entonces las grandes obras, y asegurada la financiación de los 800.000 reales necesarios para su buen término, empezaron los trabajos. Los inició el candasino Manuel Reguera González, que entonces ya presentaba un largo historial en la obra pública de Gijón y Oviedo, y además formaba parte de la Academia, lo que facilitó que se le asignase una paga de 7.000 reales anuales; pero en 1791, el maestro cumplió 60 años -una edad avanzada para aquel tiempo- y le cedió los trastos a su colega Benito Álvarez Perera habiendo llegado solo hasta el arranque de los arcos

Por lo tanto, Jovellanos escribió sus elogios al puente de Santullano cuando la construcción aún estaba incompleta y, además, conocemos que por esa época el nuevo arquitecto tuvo dificultades para mantener el presupuesto asignado e incluso pidió un adelanto para poder hacerse con materiales de cantería, que no le fue concedido y le costó el apercibimiento de que si no podía ajustarse a lo previsto corría el riesgo de ser reemplazado. A partir de este momento ya abundan las reseñas sobre esta estructura; sin embargo, lo que no podemos asegurar es que el puente de piedra de Santullano haya tenido su origen en otro anterior de madera, porque no hay datos que nos hablen de esa posibilidad.

En 2008, la revista "Liño" publicó el artículo "Noticia sobre algunos puentes asturianos en la Edad Moderna", firmado por el doctor en historia Inocencio Cadiñanos Bardeci que recoge alguna de las vicisitudes que les acabo de contar y se ocupa también de una parte de la historia de otro de los puentes mierenses, el de Ujo, muy cercano a este, por lo que a veces aparece con el mismo nombre, como recoge el autor en esta cita: "En 1640 se hablaba del puente grande de Santullano, llamado de Ujo. Efectivamente, aquí salvaba este puente el río Lena (Caudal) en la importante carretera que recorre el valle desde Oviedo a León, acondicionado en madera con 10 ojos desnivelados y otros llevados por las riadas".

En el artículo se informa que el puente de Ujo fue de madera, como casi todos los que había entonces en Asturias, hasta que en 1529 se decidió hacerlo de piedra con un coste de 6.000 ducados a cargo del Principado y diez años más tarde ya tenía seis pilares y cinco arcos. También se anota que para reconocerlo en aquel 1640 fue nombrado el arquitecto Juan de Celis quien dijo que el puente era de unos 500 pasos de largo con un gran arco en su inicio por el que pasaba la mayor parte de la corriente y que otros cinco estaban desaparecidos hasta sus cimientos e hizo un presupuesto de 18.000 ducados que incluía su reparación y la del tajamar del arco mayor.

El último e interesante dato es el de que esta cantidad le pareció muy elevada a las autoridades del Principado y con buen tino se hizo lo que todos hacemos antes de emprender una reforma: pedir otro presupuesto. De esta forma se contactó con el maestro cantero Juan Pérez, de Peñamellera, quien lo rebajó hasta los 10.000, aunque el expediente se alargó con la declaración de varios testigos y quedó en el aire por la crisis económica que cayó sobre el país. La referencia de la revista "Liño" concluye afirmando que "como ya se dijo, en 1785 se pedía que parte de lo recaudado para el puente de Ujo fuera destinado al arreglo del camino de Oviedo a Grado", lo que induce a la confusión de que ambos puentes -el de Ujo y el de Santullano- puedan parecer el mismo.

Sin embargo, consultando las investigaciones de otros especialistas hemos encontrado una noticia esclarecedora y curiosa que nos habla de otra intervención en Ujo en el año 1728 a cargo de uno de los mejores arquitectos especialistas en puentes del siglo XVIII, el cántabro Valentín Antonio de Mazarrasa y Torres.

Mazarrasa había nacido en Término, en la comarca de Trasmiera, una zona que ha sido históricamente cuna de artistas y artesanos, sobre todo en la Edad Moderna. Allí se desarrollaron escuelas de carpinteros hacedores de retablos, de campaneros y de maestros canteros, que en algún caso formaron sagas familiares, ya que los conocimientos se transmitían de padres a hijos y era frecuente que se registrasen matrimonios entre las casas que se dedicaban a la misma actividad.

Otro prestigioso historiador, Vidal de La Madrid, contó en una ponencia del Primer Congreso Nacional de Historia de la Construcción, celebrado en Madrid en 1996, como Mazarrasa se implicó en el proceso que sufrió la restauración de la Catedral de Oviedo y especialmente su torre, afectada por un enorme temporal ocurrido en 1723.

Al parecer, el cabildo encargó al día siguiente del desastre una evaluación de los daños al arquitecto montañés Francisco de la Riva Ladrón de Guevara, quien llevaba diez años viviendo en la capital y era el profesional mejor considerado de la región. En su informe fijó un presupuesto de 60.000 ducados solo para lo más urgente y se vio la necesidad de solicitar el apoyo de otros arquitectos de prestigio probado, para lo que se rogó a los maestros José Churriguera y José Gallego que viniesen desde Salamanca, aunque parece que el viaje nunca llegó a realizarse.

El coste era tan elevado que en 1726 fue autorizado un impuesto sobre la sal para financiar la obra y ya con el dinero sobre la mesa, un año más tarde se contrató a Pedro Muñiz Somonte y Valentín Antonio de Mazarrasa para que completasen con Francisco de la Riva un detallado informe antes de emprender la obra en el estaba considerado como el monumento más importante de Asturias.

Francisco de la Riva y Valentín de Mazarrasa, se conocían. El primero había nacido un año antes que el segundo y habían sido casi vecinos, por lo que lo llamó a su lado solicitando esta colaboración en el proyecto de rehabilitación de la torre catedralicia. Y no fue la única vez. Mazarrasa trabajó en Cantabria, Asturias y varias provincias castellanas, pero sobre todo en Zamora. Era vecino de Toro, donde construyó la torre del reloj y al mismo tiempo de su estancia en Ujo estaba realizando la restauración del famoso puente de esta villa, una labor magistral que dirigió entre los años 1711 y 1733.

Cuando la obra de la Catedral se hizo pública se presentaron cuatro candidatos entre los que estaban Muñiz Somonte y de la Riva y después de dos votaciones secretas en abril de 1729 los canónigos se la adjudicaron a este último, pero lo que nos interesa es que Valentín de Mazarrasa no se presentó y sabemos por qué: estaba ocupado en la reparación del puente de Ujo.

Más adelante, los dos cántabros siguieron colaborando. En 1734, cuando el cabildo encargó a Francisco de La Riva la obra de Santa María del Azogue de Benavente, que entonces pertenecía entonces a la diócesis de Oviedo, el arquitecto estaba trabajando en los muelles de Gijón y llamó de nuevo a Mazarrasa, porque este también ejercía su maestría muy cerca del pueblo zamorano, construyendo la iglesia de San Andrés de la localidad de Villardefrades, de manera que el uno trazó la fachada y el pórtico y el otro la realizó.

En cuanto a su labor en Ujo, no nos cabe duda de que los archivos guardan todavía mucha información, así que los detalles de este pequeño momento de nuestro pasado quedan abiertos.