Virginia Fernández García vive en La Felguera y tiene 27 años. Hace 14 fue operada de la columna vertebral para corregir una escoliosis. La intervención no sólo dejó en su cuerpo barras y tornillos de titanio insertados para fijar la columna. También trajo como secuela una rectificación cervical que acarrea fuertes dolores lumbares y de cuello e intensas cefaleas. La joven langreana se ve obligada a acudir al médico con frecuencia para hacer frente a esos dolores, en ocasiones por urgencias, y el trato que recibe no es siempre el deseado: "A veces sientes vergüenza y miedo a que te riñan o te traten con desprecio y despreocupación por ir fuera del horario de atención habitual. Pero no lo haces por diversión sino porque, como me pasa a mí, no aguantas más los dolores. Te sientes humillada sin motivo porque tú sólo estás enferma".

Fernández matiza que no es una actitud generalizada. "No todos los doctores son así. Por ejemplo, la médico de cabecera que me lleva tiene un trato muy bueno con sus pacientes", expone la joven langreana, que denuncia algunos casos en los que los sanitarios sí actúan con "malos modos". "Hace un año fue a urgencias al hospital y avisaron a mis padres sin mi consentimiento para preguntarles qué me pasaba, que no me veían cara de estar mala, ¿cómo se mide eso? Yo no soy de hacer aspavientos ni gestos exagerados de dolor, ¿tengo que ir quejándome a gritos para que me tomen en serio y me hagan caso?".

Dependienta

Como consecuencia de su problema de salud, Fernández tuvo que dejar su trabajo como dependienta de una tienda de ropa hace algo menos de un año: "No podía estar de pie tanto tiempo y tampoco puedo hacer vida normal. Estoy esperando a que me llamen para hacer unas resonancias y ver si hay algo nuevo porque los dolores se están agravando en los últimos tiempos. Tomo medicación, pero a veces tengo que ir al médico a que me inyecten relajantes musculares y antiinflamatorios porque los dolores son muy fuertes".

El viernes por la tarde fue a urgencias al centro de salud de La Felguera "porque no soportaba más los dolores. El médico me dijo qué pasaba si no me pinchaba, qué iba a hacer cuando tuviera 90 años y de qué serviría que me hicieran unas resonancias. Al final me pinchó una enfermera, pero él no volvió a hablarme y ni me exploró. Me sentí humillada e indignada. No se puede tratar con esa falta de respeto y de humanidad a la gente".