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Un redactor de LA NUEVA ESPAÑA participa en un simulacro de rescate en Pajares

"La nieve me sepultaba y 'Gero' me sacó"

"Enterrado por una avalancha, a oscuras y en apenas un metro cuadrado de espacio, el perro de la Guardia Civil me localizó en unos tres minutos que se hicieron eternos"

Así se vive desde dentro, un rescate en la nieve

Así se vive desde dentro, un rescate en la nieve

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Así se vive desde dentro, un rescate en la nieve Andrés Velasco

En apenas un metro cuadrado, enterrado entre la nieve, menos de tres minutos se hacen muy largos. Aún sabiendo que mi vida no corre peligro, se me pasan muchas cosas por la cabeza. Desde si los perros te encontrarán para rescatarte, hasta si el simulacro fallará y no verás otra vez la luz. Esas dudas se disipan cuando "Gero", el perro que me rescató, empezó a excavar con sus patas los bloques de nieve que me ocultaban. Cuando el hocico del animal apareció, supe que estaba a salvo. Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. En un rescate de personas enterradas se convierte en mi hermano y lo más importante, en la única posibilidad de que me encuentren vivo.

El jueves participé en un simulacro de rescate en aludes con agentes del GREIM de la Guardia Civil, en Pajares. Me ofrecí para ser la "víctima". Y viví una experiencia que permite, en cierta manera, empatizar con las personas atrapadas de verdad. Incluso puedes sentir la presión con la que trabajan los equipos de rescate encargados de tratar de hallarlas con vida.

La primera pregunta que me hicieron los agentes es si era claustrofóbico. Negué la mayor, aunque siendo sinceros tampoco es que me encanten los espacios cerrados y pequeños. El agujero que tenían preparado tenía las dimensiones para enterrar a una persona algo más pequeña. Pero mi estatura -paso del 1,80- hizo que ese hueco se quedara excesivamente reducido. Allí me metí, me tumbé como pude y, poco a poco, me fueron sepultando con bloques de nieve.

Tenía algo de espacio, pero en el momento en el que pusieron la última palada de nieve apenas entraba luz. Casi no podía moverme. La percepción una vez enterrado cambia por completo. El reflejo de la luz convierte el reluciente blanco de la nieve en un azul turquesa impactante. La operación de rescate fue rápida. Unos tres minutos. Deben tener en cuenta que una persona puede aguantar sepultada, por norma general, una media hora. Sin embargo, al estar casi a oscuras y en ese pequeño espacio, los efectos del frío y la humedad se multiplican, y el tiempo pasa muy lento.

Quizás la sensación no es tan rara ni dura físicamente, ya que en una avalancha real tendría todo el peso de la nieve encima. Aquí tengo algo de espacio a mi alrededor. Me extrañó no tener mucho frío. Pero el aspecto psicológico es más difícil. A pesar de que sabía que había una veintena de guardias civiles y personal de la estación pendiente de que nada fallara, me fue imposible evitar la sensación de agobio. Hay que estar en silencio, para no dar pistas al perro que hace las prácticas. El agujero produce un efecto similar al de una cueva y los sonidos interiores se potencian. La respiración se me aceleró. Me escuchaba a mí mismo respirar a gran velocidad. Con el paso de los segundos, y al ver que nadie aparecía y solo mi respiración y yo estábamos allí enterrados, pensé si los agentes se habrían ido a tomar un café y me estaban gastando una broma. O si el perro no me iba a encontrar. Antes de que llegara "Gero", algo de nieve se me desprendió encima. Fue quizá el peor momento. Estaba seguro, pero, ¿y si todo esa nieve se me venía encima? Fueron apenas unos segundos, pero sí, tuve la sensación de que no iba a sobrevivir.

Un instante después, regresó la calma. Escuché resoplar y olfatear a "Gero", y vi como escarbaba entre la nieve. Metió su hocico por el hueco que logró abrir y la luz entró como cuando levantas la persiana un domingo por la mañana. Luminosa y feliz. También el animal bajó hacia mí como un vendaval para señalar a los agentes donde me encontraba. A la misma velocidad que salió del agujero ladrando para hacerse oír. Los agentes clavaron una sonda en la nieve para comprobar a qué profundidad me encontraba. Y comenzaron a excavar con la palas para abrirme una vía de escape. Estrecha, por cierto. Ahí terminó mi encierro y el agobio. Una vez fuera, "Gero" vino a saludarme. Me había devuelto la libertad. Es mi nuevo mejor amigo.

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