Cuando la herida surge inesperadamente, todo se vuelve confuso. Pese a sus ochenta y ocho años, pocos eran los que se podían figurar que Marino Fernández Canga -el amigo de todos y, sin duda alguna, el más discreto- se iría de nuestras vidas. Lo hizo con la misma discreción con la que vivió. Las cortas vacaciones de Semana Santa, y con ello el detalle de que el sábado no hubo prensa escrita, nos trajo ayer domingo la triste nueva de su fallecimiento.

El recordado Marino, llevado por su discreción y modestia, me tenía tajantemente prohibido escribir sobre su persona. Hoy, en su tierno recuerdo, reduzco esta crónica a la triste noticia de unas líneas. Baste decir que Marino Fernández Canga fue la personificación de una modestia auténtica. Eso no impedía que su personalidad, fuerte en el hacer y en la inmensa suerte de su amistad, transcendiera de forma natural. Sus cualidades como dibujante y pintor, como inventor de innumerables efectos siempre beneficiosos, convertían su presencia en un hecho inevitable.

A sus hijos, que hoy se reunirán a las doce en el templo católico de San Pedro para darle el último adiós, nuestro sentimiento doloroso. Y para ti, querido Marino, mi firme deseo de la paz más grande y duradera al lado de tu querida y recordada esposa, Aurora García.