Vestía una chaqueta de cuero que, de holgada, delataba una repentina delgadez. Acababa de apagar un puro señorita, vicio que decidió no dejar nunca, y arrullaba en el regazo a su inseparable “Trasgu”. Dijo que se llamaba Josín Lazcano y que acudía a LA NUEVA ESPAÑA porque necesitaba ayuda urgente: “Me muero y quiero encontrar una familia para ‘Trasgu’. No quiero dejarlo en la perrera”. Carta de presentación rápida porque no tenía tiempo que perder. Su historia impresionó tanto que, en dos días, encontró una nueva familia para su fiel compañero de cuatro patas. Él murió el martes, en su casa, y cumplió todo lo que le había prometido a “Trasgu”. Así reza la esquela: “Su más fiel, leal y querido amigo: su perro Trasgu”.

Decía que el destino no era su amigo. O sí. Porque puso en su camino a “Trasgu”, pero le llevó a dormir en la calle: “No encontraba ningún piso que me pudiera permitir que admitiera a mi amigo”. Quería que “Trasgu” asistiera a su entierro. Antes de dejarlo con su nueva familia, se despidió de su amigo: “Le he dicho que disfrute y un secreto que queda entre él y yo”.