Mariano Zapico Menéndez es un personaje histórico poco conocido en su tierra, aunque espero que si las autoridades lavianesas llegan a leer esta página acaben convencidas de que la villa debe recordarlo de alguna forma, porque su muerte lo convirtió en un ejemplo de consecuencia y lealtad que honró el nombre del pueblo que lo vio nacer.

Cuando se lo cita en Asturias se dice que vino al mundo el 20 de abril de 1886, sin embargo en Cádiz, ciudad por la que derramó su sangre, se prefiere la fecha del 27 de octubre de 1890, y ésta es la que se viene repitiendo a partir de su entrada en la todopoderosa "Wikipedia". En realidad, según consta en el registro de Pola de Laviana -atendido por una funcionaria amable donde las haya-, vino al mundo el 27 de septiembre de 1890 y fue inscrito como Mariano Zapico Menéndez, sin que en el libro figure ni el nombre de Antonio, con el que aparece en ocasiones, ni tampoco el segundo apellido con el compuesto Menéndez-Valdés, que se transformó después.

Los otros datos que se han manejado hasta el momento son ciertos: su padre fue el primer teniente de Infantería Emilio Zapico Martínez y su madre Luisa Menéndez García, quien enviudó muy pronto, por lo que pasó con ella la mayor parte de su infancia, hasta que al cumplir los 15 años siguió los pasos de su progenitor ingresando en la Academia de Artillería de Segovia.

De allí salió en junio de 1912 con la misma graduación que tenía don Emilio en el momento de su fallecimiento, pero él era todavía joven, valiente y con ganas de medrar en el ejército, así que no podía hacer otra cosa que incorporarse a las tropas que combatían en el norte de África. Pasó dos años, batiéndose con tanto mérito en las posiciones de la zona de Melilla, que cuando decidió regresar a la península lo hizo trayendo en su pechera dos cruces de primera clase del mérito militar con distintivo rojo.

En octubre de 1914 se incorporó al Sexto Regimiento Montado de Artillería, con cuartel en Valladolid y tres años más tarde pidió una excedencia sin sueldo, seguramente para intentar otro proyecto de vida en la sociedad civil, hasta que se reincorporó al servicio activo en octubre de 1921 como capitán en la Comandancia de Artillería de Menorca. Después volvió al Parque del Ejército de la ciudad castellana, muy importante en su vida, puesto que allí se casó con María Antonia Maroto Rodríguez y tuvo cuatro de sus seis hijos: Purificación, José Manuel, Mariano y Carmina. La primera, "Purina" Zapico, muy vinculada a Laviana, fue conocida por haber sido la pionera del balonmano en Asturias.

En diciembre de 1926 se trasladó al Octavo Regimiento de Artillería, en Astorga, pero permaneció poco tiempo, puesto que, tras una nueva excedencia, en julio de 1928 se le nombró administrador del Colegio de Santa Bárbara y San Fernando en Carabanchel Alto y por eso sus dos últimos hijos Antonio y Luis ya fueron madrileños.

Mariano Zapico formó parte del pequeño grupo de militares que apostaron por la Republica antes de su proclamación, por eso, cuando llegó el cambio de régimen y ya era comandante, asumió el mando del Grupo de Artillería Antiaérea nº 1, con base en Madrid. También se interesó por los aspectos teóricos de la defensa, participó en algunos encuentros con técnicos de Bélgica y Holanda, estuvo en Berlín y escribió tratados sobre estrategia como "El ataque aéreo y la defensa contra aeronaves".

Siendo consecuente con sus convicciones, militó en Izquierda Republicana, y tanto por su talante como por sus conocimientos acabó convirtiéndose en uno de los hombres de confianza del presidente del gobierno, Manuel Azaña.

A propuesta suya, el 11 de marzo de 1936, el Consejo de Ministros lo nombró gobernador civil de la provincia de Cádiz. Una plaza muy peligrosa para un defensor de la democracia, y más en aquellos momentos en que empezaba a vislumbrarse la posibilidad de un levantamiento militar que a la fuerza tenía que partir de las comandancias del norte de África.

Por Cádiz habían pasado desde la proclamación de la Segunda República nada menos que trece gobernadores, tres de ellos en lo que iba de aquel año, y Mariano Zapico se presentó en su puesto sin conocer ni a la zona ni a sus gentes, sustentando su mandato únicamente en el cumplimiento estricto de las nuevas leyes. Sin embargo, cuando llegó el momento, no dudó en cumplir su deber dando la vida por los ciudadanos que representaba.

Cuando el 18 de julio se confirmaron finalmente los rumores y el intento de golpe de Estado se transformó en una guerra que iba a durar tres años, en Cádiz los Regimientos de Artillería de Costa nº 1 y de Infantería nº 33 se sumaron a los sublevados, pero Mariano Zapico decidió resistir encerrándose en el edificio del Gobierno Civil junto al presidente de la diputación, Francisco Cossi, voluntarios civiles, un grupo de guardias de asalto y medio centenar de militares leales a la República mandados por el capitán Antonio Yánez-Barnuevo.

A las cinco de la tarde de aquel mismo día se inició el bombardeo contra ellos, que cesó poco después para permitir la salida de las mujeres, los niños y algunos hombres que habían elegido no combatir. Después se reanudó con fuerza hasta las siete de la mañana siguiente; entonces los encerrados pudieron ver que la ciudad estaba tomada por las tropas que habían navegado desde África en el "Churruca" y el "Ciudad de Algeciras" y comprendiendo que ya no quedaba ninguna esperanza de oponerse al avance de los rebeldes, se rindieron y fueron detenidos.

El juicio contra las autoridades que guardaron la lealtad republicana en Cádiz no se retrasó mucho porque debía servir de ejemplo a los otros que estaban a punto de repetirse por toda España. De manera que el día 22 de julio se iniciaron los trámites en el castillo de Santa Catalina, bajo la paradójica acusación de rebelión militar, que ya iba a ser la norma para todos aquellos que habían cumplido su deber en el resto del país oponiéndose a la traición de los cuarteles.

Junto al gobernador civil Mariano Zapico Menéndez fueron encausados otros seis hombres: su secretario particular Antonio Macalio Carisomo, el teniente coronel jefe de la Comandancia de Carabineros Leoncio Jaso Paz, el capitán de Artillería Antonio Yáñez-Barnuevo, el oficial de telégrafos Luis Parrilla Asensio, el presidente de la Diputación Provincial Francisco Cossi Ochoa y el capitán de fragata Tomás de Azcárate García de Lomas. El 1 de agosto el procedimiento se remitió a la Auditoría de Guerra de Sevilla dónde se dispuso que se elevara a plenario respecto a Zapico, Jaso, Yáñez-Barnuevo y Parrilla, mientras que se decidió demorar la decisión sobre Cossi, Azcárate y Macalio a la espera de más pruebas y testimonios.

Se dijo que Francisco Franco conocía a Mariano Zapico desde su estancia en Melilla y que había fracasado al intentar convencerlo para que se uniese al levantamiento militar contra la República, por lo que en venganza quiso firmar personalmente su pena de muerte. Lo cierto es que fue el siniestro general Gonzalo Queipo de Llano quien organizó desde Sevilla el correspondiente consejo de guerra nombrando a su presidente y vocales y -para que sirviese de ejemplo- obligó a asistir al mismo a todos los Jefes y Oficiales que estuviesen francos de servicio el día 5 de agosto, en el que quedó fechado.

El juicio sumarísimo se celebró en audiencia pública a las 11.00 horas en la sala de banderas del Regimiento de Costa nº 1 de Cádiz, con un defensor de oficio que dispuso tan sólo de tres horas para estudiar la causa y un fiscal que añadió a los cargos de rebelión la agravante de "perversidad". Como se esperaba, no hubo sorpresas. El tribunal, presidido por el coronel Juan Herrera Malaguilla, dictó por unanimidad pena de muerte para los cuatro acusados y Queipo de Llano se apresuró a aprobar la sentencia y ordenar la inmediata ejecución.

A las cinco y media del día 6 de agosto los cuatro leales republicanos cayeron frente al muro del castillo de San Sebastián acribillados por las balas de una sección del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas nº 2 de Melilla y sus cuerpos fueron enterrados en la tarde siguiente en el cementerio municipal de San José. Con respecto a los otros tres inculpados que habían visto retrasada su comparecencia, también fueron asesinados sin sentencia diez días más tarde, cuando los golpistas ya no tenían que disimular sus procedimientos organizando juicios que ya estaban decididos de antemano.

Esta es la historia de Mariano Zapico Menéndez. Ahora ya no me corresponde a mí dar el siguiente paso, pero sería bueno contactar desde Laviana con el concejal de memoria democrática de Cádiz. Este es su correo: martin.vilaperez@cadiz.es.